Cuentos del mundo agrario - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Con el tiempo uno quisiera que regresaran cosas que ya se fueron. De hecho, la memoria es la única forma de regresarlas y ésta a su vez, se conecta con olores, fotografías, sabores o momentos parecidos a unos del pasado. Con el tiempo te das cuenta que el tiempo no volverá.

Pero también con el tiempo se nota el avance. Hace ya varias décadas que las agroindustrias no pasaban de ser un trabajo de campesinos y de banderas políticas para con una política asistencialista promover el desarrollo del campo y el rezago en su gente. De hecho, la palabra agroindustrias es apenas nueva—no le doy más de diez años—el sector agrícola, el sector agrario, y ha sufrido la seducción de la tecnología para ponerse a la vanguardia económica, alejando los ideales que empuñaban el arado y la yunta, para  adentrase en una forma moderna de dar de comer a la humanidad. La técnica ha irrumpido en las formas del campo, pero no en el proceso, ese es el mismo, sembrar para cosechar.

La brecha de pobreza cada vez es más amplia en el sector agrario, agrícola, agroindustrial. Pero a diferencia de hace 50 años, hoy los campesinos que no se introdujeron a la tecnificación, solo han cambiado de vocación: vender las tierras para poblarlas, aumentar la migración a las ciudades  o  “al otro lado”, sumarse a los  camiones que muy temprano y a oscuras llegan por los obreros que trabajan en las fábricas extranjeras o a las maquiladoras(también en extinción), en fin, son muchos los cambios y los pueblos poco a poco se quedan solos, para solo contar historias de tierra y paredes de adobe.

Por el otro lado, los que han decidido agruparse y tecnificarse, “entrarle al negocio de lleno” para producir masivamente lo que el pueblo desea y necesita para vivir. Son los menos, pero hoy  así es la vida, los emporios agroindustriales son idénticos a los de otras industrias, unos pocos manejan mucho. No juzgo la ética de lo dicho, sino la describo. En todos los sentidos cada quien hace su lucha con los talentos que la vida le dio, quizás muchos campesinos cambiaron de vocación porque decidieron enterrar el suyo y dejarlo en el olvido. No todos nos queremos dedicar a la tierra y más cuando vimos a nuestros parientes morirse en la pobreza.

Mi abuelo don Cecilio murió satisfecho. Sus tierras dieron siempre los chiles de la salsa y las uvas del vino. No eran muchas y compartía el  pozo de agua con los del ejido, pero trabajaba de noche y de día y de domingo. Esa es otra más, el campo no toca el timbre, no descansa los días festivos. Siempre había mazorcas para los marranos y rastrojo para las borregas. Yo era un niño y veía esas cosas con curiosidad, arrancarle a la tierra sus hijos convertidos en vegetales, en hierbas que aparecían como por arte de magia, siempre se me hizo algo parecido a un milagro.  Pues bueno, un día mi abuelo vendió unas vacas que tenía para comprarse un tractor. El otro día lo vi-al tractor—todavía “jalando” con los rescoldos que da la vida y el uso, sin la tapa del motor y despintado, ya se hizo viejo, como la agricultura que don “Chilo” practicaba.

La agricultura cambió, pero también la gente que la ejerce. Unos se murieron esperando el mentado progreso y otros se murieron haciendo las cosas de la misma forma. Unas veces funcionaba y otras no. La pobreza en el campo siempre dependió del temporal y del que tenía pozo, ese no era pobre, pero tampoco simpático pensaba yo.

Hoy la agricultura nos ha enseñado que no podemos vivir sin ella. Les gusta hablar de orgánicos y de libres de pesticidas como una cosa innovadora, sin saber que antes, esa era la forma de hacer el campo. Cuentan los que han vivido demasiado que cuando el gobierno introdujo la urea  como fertilizante, los campesinos la dejaban amontonada en los costales, en las orillas de los caminos, porque confiaban más en su instinto y en la “canícula”  y las cabañuelas que en la ciencia. Hoy podemos detectar la malnutrición vegetal al instante y tenemos pesticidas naturales así mismo fertilizantes. Así como en la religión la fe nunca estuvo peleada con la razón(lo que pasa que algunos son necios), hoy la  técnica agrícola está más de la mano del campo que nunca. Y es que también hemos hecho caprichoso al que se come lo del campo: la fruta y el jitomate tienen que estar perfectos en forma y color, para poder venderlo en el super ese que compran los del norte, aunque lo paguen doble. Nosotros seguimos yendo al campo a cortar las tunas en la mañana para comérnoslas frescas, seguimos yendo al campo a cortar  las hortalizas para llevarlas a la mesa, sin selección natural ni viendo si son perfectamente redondas. Las costumbres son a final de cuentas, una cosa que se aprende en la casa.

La idea de evocar al campo hoy, es justo porque en este rato de sábado, un señor que se llama Ricardo Serrano y que es homónimo mío-quizás porque es mi padre—ha reunido a sus amigos de muchos años y con quienes  compartió las labores del campo y su desarrollo, para  volver a recordar aquellos tiempos en que había que plantar nopales “oreja de conejo” y enseñarle a la gente a sembrar la tierra.

Don Ricardo Serrano Castro, creció en medio de la tierra, entre nogales silvestres y orégano de la loma. Y luego se dedicó al sector agrario por muchas razones, rescato dos: por herencia familiar y por vocación. Toda su vida laboral se la dedicó a cuestiones agrarias, en un sistema muchas veces injusto con él y con los suyos, pero aquí sigue al pie del cañón, como cuando le tocaba recibir a los presidentes de México para que conocieran la tierra sin zapatos.


Les saludo con respeto a todos quienes vienen de otros estados del país, de Durango, Veracruz, Guanajuato, Zacatecas, San Luis Potosí, y a los de aquí de Asientos, El Llano, San José de Gracia, Pabellón, Tepezalá. Se han reunido en dos generaciones, los que  sembraron la semilla en un mundo que era distinto, y nosotros, quienes heredamos la costumbre de ver en el campo nuestra vida misma.

Que tenga mucho éxito esta 1er Reunión Nacional de Promotores del desarrollo Social y Agrario y que surjan muchas ideas para seguir pensando en el campo mexicano como uno que produce lo suficiente  para toda su gente. ¡En horabuena!


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