Fui bautizado en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Obviamente no recuerdo el menor detalle del acto sacramental. Supongo que lloré un poquito cuando derramaron el agua bendita sobre mi cabeza, sin que la reacción significara un escándalo ceceachero. Seguramente fue un día lleno de alegría para mis padres, pero sobre todo para la Iglesia, por la llegada del nuevo inquilino, distinguido y ejemplar.
Al paso de los años memoricé el Ángel de la Guarda, principalmente, para que me cuidara en aquellos momentos claves de mi niñez, como lo fueron el fútbol y el juego de las canicas. Algunas veces me abandonó y otras me resguardó de los goles contrarios y de la minusvalía de las esféricas de barro. Jamás adherí molestias por el ocasional abandono, sino por el contrario, le eché más ganas al rezo nocturno: Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares. No me dejes solo que me perdería…
Después me preparé para la primera comunión. Fui un chico modelo, modelo del siglo pasado, claro. Cada sábado salía con mi estrellita dorada en la frente. Me enseñaron por qué nos creó Dios; la desobediencia de Adán y Eva con la manzana golden de por medio; el blindaje ante las tentaciones mundanas; el perdón de Dios; y la interpretación de los Diez Mandamientos, principalmente.
Años posteriores confirmé la fe en Cristo. La protocolaria unción con aceite me ilusionó porque, según me dijeron, “era una señal de abundancia, de alegría, de purificación, de curación y de agilidad espiritual”. Saliendo del templo me veía con un BMV descapotable, la simpatía suficiente para conquistar a las niñas de la época y la maquinita corporal funcionando perfectamente.
Jamás escuché en el fervorín que antecede al primer recibimiento de la sangre y el cuerpo de Cristo, un exhorto del sacerdote oficiante para fomentar la homofobia, incitar a la violencia, romperle la crisma al prójimo, dividir a la comunidad, enfrentar al hermano en Cristo, pervertir la religión católica y proponer que sobre la tierra de la gente buena se edificara el rencor, como lo ha venido haciendo José María de la Torre Martín, el obispo de Aguascalientes, al llamar “invertidos” a los homosexuales y satanizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, porque si se aprueban este tipo de uniones, “el día de mañana se podrá casar un señor con un perrito o una perrita”.
La barbarie del prelado dista mucho de la congruente postura asumida por el Papa Francisco: “Si alguien es gay, ¿quién soy para criticarlo?”.
Otto Granados, en su reciente comentario semanal, transmitido de Radio Grupo, opinó que “con el tiempo nos hemos ido acostumbrando a ver a los obispos hablando sin ton ni son de todo lo terrenal y muy poco de lo divino; de oficiar, bautizar, bendecir, confesar, absolver, casar y aplicar los santos óleos, los sacerdotes pasaron a ser bocinas de plaza y como tales a emitir lápidas verbales a propósito de cualquier tema o persona.
“Ahora son investigadores policíacos, terapeutas sexuales, economistas expertos, consultores fiscales, analistas políticos, asesores legales y especialistas en salud pública, y por lo tanto se sienten movidos a opinar de cada tema con tal sapiencia que uno tiene la curiosidad natural de saber si sus credenciales al respecto provienen de inspiración divina o de experiencia práctica”.
¡Ave María Purísima! con el intolerante obispo José María de la Torre Martín, concluye este Vale al Paraíso.
Porque alguien tiene que escribirlo: Otro ejemplo de barbarie lo dio Francisco Guel Saldívar, presidente del PRI, al maltratar injustamente a la regidora capitalina Xóchitl Acenet Casillas Camacho, su compañera de partido, por un viaje de trabajo a España e Italia. Al abogado se le olvidó que La Piedra de Tizoc estuvo de moda con los aztecas, que nadie puede ser vencido sin juicio previo y que “el debido proceso” es la joya de la impartición de justicia moderna.
A la regidora Casillas Camacho no es necesario que la llame a cuentas el dirigente interino, porque ella avisó oportunamente al anterior presidente del PRI y gestionó el permiso correspondiente en la ventanilla número dos del palacio de gobierno.
La diputada priista Verónica Sánchez Alejandre se sumó al linchamiento de su correligionaria Xóchitl -al fin, las mujeres podrán despedazarse pero nunca hacerse daño-, al criticar severamente el “inadecuado, innecesario e inoportuno hermanamiento de Aguascalientes y Venecia, Italia”; además, amenazó con estar “muy pendiente de los resultados y beneficios económicos y turísticos para Aguascalientes”.
Con la accidentada declaración, la presidenta de la Comisión de Desarrollo Económico atropelló, además, a la ahora titular de la Profeco, autora original de la aldeana propuesta internacional, según la nota publicada por la Organización Editorial Mexicana en línea, el 27 de octubre del año pasado: “Con la finalidad de establecer un intercambio educativo, económico y cultural, la Alcaldesa de Aguascalientes, Lorena Martínez, firmó con Marialuisa Coppola, Concejal de Economía, Desarrollo, Investigación e Innovación de la Región de Veneto, en Venecia, Italia, una carta de conmemoración que manifiesta la intención de dar inicio a un proceso de hermanamiento entre ambas ciudades”. La información está ilustrada con una fotografía del evento protocolario llevado a cabo el salón Presidentes del palacio municipal.
La ignorancia supina fue la placenta del ataque misógino. La parroquia priista coloca su Santa Inquisición en la recién remodelada Plaza de la Patria. La unión entre políticas y políticos del PRI es de fotografía, solamente.
Chistosito el color llanta de Don Mario Granados
Chistosito muy Chistosito y solo eso
En persona y tratandolo…es…insoportable…Odioso!!!
Muy acertado su comentario Mario Granados, creo que al obispo se la ha olvidado una premisa básica en la que se fundamenta la Iglesia Católica, “amaos los unos a los otros”.