Mono no aware es un término japonés que se utiliza para definir la conciencia de la impermanencia y la fugacidad de las cosas. Es la habilidad para percibir las emociones o los sentimientos conmovedores, como podría ser una tristeza transitoria. Es la empatía por la belleza que se manifiesta en la naturaleza y su influencia en la vida humana; estados sensibles que penetran en nuestro espíritu al tener contacto con realidades externas, como nuestro entorno, o con personas y cosas cuya percepción debe hacerse justo en el momento preciso. Una sensibilidad por lo efímero.
Este concepto es básico en las artes japonesas, sobre todo en la literatura. Es, se cree, el medio con el que se puede llegar a conmover a los lectores. La belleza del instante, la melancolía y la profundidad de sentirse vivo.
La novela El gato que venía del cielo de Takashi Hiraide, publicada recientemente por la editorial Alfaguara, es sin duda una heredera de estas formas que mezclan lo contemplativo y lo nostálgico. Es el reflejo de una larga tradición japonesa, donde la sensibilidad es el principal elemento. En el Genji Monogatari o Cuento de Genji, que se considera como la novela más antigua de la literatura universal, escrita por Murasaki Shikibu -una escritora nacida a mediados del periodo Heian, de la que no se conoce su verdadero nombre- se hablaba ya sobre la fugacidad, sobre la contemplación, a través del mono no aware. Es una novela que retrata la sociedad cortesana de su época y que está impregnada de la belleza íntima de las cosas, de la nostalgia que arrastra a los personajes al sufrimiento y la perdición.
Matsuo Bashō, siglos después de escrita la obra de Shikibu, influenciado tal vez por esta tradición contemplativa, cultiva en el haikú ese componente espiritual y descriptivo de la naturaleza. Se dice de él que era el poeta del silencio, quizá porque hablaba del dolor, de la belleza y de la nostalgia de lo nunca poseído.
En su ensayo La tradición del haikú, Octavio Paz destaca, entre otras cosas, esta característica en el arte de ese país: “La diversidad y aún oposición entre el punto de vista contemporáneo y el del primer cuarto de siglo no impide que un puente una a estos dos momentos: ni antes ni ahora el Japón ha sido para nosotros una escuela de doctrinas, sistemas o filosofías sino una sensibilidad. Lo contrario de la India: no nos ha enseñado a pensar sino a sentir” y ejemplifica esto con un haikú precisamente de Bashō rescatado por Donald Keene:
La rama seca
Un cuervo
Otoño-anochecer
En El gato que venía del cielo la tradición y el Mono no aware se hacen presentes de forma evidente. No hay un estado de sufrimiento, pero sí una amplia exploración del sentir. En ella el lector puede percibir, desde los ojos del personaje, la sutileza del instante, de todo lo que lo rodea. Es una obra llena de calma, de tranquilidad, aunque al mismo tiempo se abordan en ella la inquietud sobre la fugacidad de las cosas y la fragilidad de la existencia. ¿Qué es la vida? ¿Qué son esas pequeñas cosas que hacen de cada momento algo único? ¿Qué es eso que realmente nos marca? Hiraide explora los sentimientos, los apegos, la muerte; el tiempo a partir de un suceso que parece muy simple: la aparición de un pequeño felino en la vida de una pareja joven que no tiene hijos.
Está terminando la década de los ochenta. La era Showa llega a su fin. El emperador Hirohito ha muerto. La economía sufre una ruptura. El Japón tradicional aún permanece anclado a los tiempos pasados y se enfrenta a las veleidades de la modernidad en un momento clave para la historia del país. El movimiento inmobiliario está en pleno apogeo y en medio de todo esto un matrimonio se muda a un lugar tranquilo, perdido en el tiempo, lejos de la vida agitada de Tokio.
El lenguaje es el vínculo a las formas de la exploración filosófica con las que se enfrenta el joven esposo, que es editor y escritor -haciendo aquí Hiraide una clara referencia autobiográfica-, al ver su vida cambiada cuando un pequeño gato que es adoptado por sus vecinos comienza a visitarlos. Ahí empieza todo, dice él mismo. El enfrentamiento a las posibilidades de nuevos sentimientos.
“Sin embargo, un día se escuchó: «¡Quiero quedarme con el gato!». La voz que manifestaba con toda claridad la voluntad infantil franqueó el muro y llegó hasta la mesa donde disfrutábamos de un desayuno tardío. Unos días antes, había visto a un gatito que iba y venía a saltitos por el minúsculo jardín del pabellón, que solo servía para tender la ropa, y al escuchar la voz del niño no pude evitar una sonrisa.
Cuando más adelante lo pensé, comprendí que fue en ese instante cuando todo se desencadenó”.
La joven pareja, para la que los días son una rutina, se conmueve con la presencia de la mascota y la vuelven parte de su vida. Por medio de este pequeño vínculo comienzan a conocer no sólo cierto perfil oculto de sí mismos, sino también de todo lo que los rodea. Esto mientras los días siguen el curso que los hará enfrentarse a la ausencia, como nos sucede a todos, alguna vez. ¿Qué pasa cuando todo cambia? ¿Qué pasa cuando deben enfrentar la muerte?
En El gato que venía del cielo no hay una gran historia, porque no es lo que se pretende. Hiraide desea algo más. Nos permite hacer un recorrido por la vida de los personajes, por su pasado, por su presente, por los cuestionamientos de su futuro, a partir de lo cotidiano, llevándonos de este modo a preguntas sobre nosotros mismos. Se entiende entonces, cuando se logra atravesar la ruta de la que procede esta novela, que su propuesta es entregar una historia sincera y al mismo tiempo de gran profundidad. Algo semejante a las formas clásicas de la literatura japonesa donde cada elemento de la historia representa algo. El gato, los vecinos, la compañía y después la ausencia. El implacable paso del tiempo, la muerte. Mono no aware.
Desde la primera página Hiraide nos coloca frente a una narrativa preciosista, colmada de un lenguaje que por momentos toca la poesía. El paciente lector, quizá acostumbrado a un ritmo diferente, veloz, deberá acostumbrarse a esto, a las descripciones detalladas, sin prisa, para poder adentrarse por completo en ese mundo donde una sombra, la forma de una ventana, el sonido de una voz, pueden llevar a una profunda reflexión. Con un lenguaje delicado, Hiraide nos narra el apego por las pequeñas cosas y al mismo tiempo nos empapa de diversos aspectos de la vida japonesa.
Antes de este libro Takashi Hiraide había escrito otros, aunque jamás una novela. Uno de los importantes, quizá, es Ciento once tankas para llorar a mi padre, un libro de poemas tradicionales en los que ya explora las formas profundas del ser para honrar a su padre, después de su muerte. Desde entonces recurre a las formas tradicionales. Los tankas son una forma poética que antecede al haikú, y que sin duda son la ruta que lleva a la forma creativa de Matsuo Bashō y su obra.
Comprendiendo esto, las influencias de Hiraide, El gato que venía del cielo toma otra dimensión y se entiende cuál está haciendo su aportación a la narrativa japonesa contemporánea. Es la reafirmación de la tradición, de formas que para un lector occidental pueden resultar muy lejanas, quizá cansadas y tal vez aburridas.
En el mismo ensayo ya referido, La tradición del haikú, Octavio Paz dice: “Se ha dicho que en el arte japonés hay una suerte de exageración de los valores estéticos que, con frecuencia, degenera en esa enfermedad de la imaginación y de los sentidos llamada “buen gusto”, un implacable gusto que colinda en un extremo con un rigor monótono y en el otro con un alambicamiento no menos aburrido. Lo contrario también es cierto y los poetas y pintores japoneses podrían decir con Yves Bonnefoy: la imperfección es la cima. Esa imperfección, como se ha visto, no es realmente imperfecta: es voluntario inacabamiento. Su verdadero nombre es conciencia de la fragilidad y precariedad de la existencia, conciencia de aquel que se sabe suspendido entre un abismo y otro. El arte japonés, en sus momentos más tensos y transparentes, nos revela esos instantes -porque son sólo un instante- de equilibrio entre la vida y la muerte. Vivacidad: mortalidad”.
En este sentido, sin duda, hay que leer El gato que venía del cielo de forma diferente. Tiene su propio modo de comunicación con el lector, a otro ritmo, donde se apuesta por lo sencillo, por lo limpio, por lo trascendente, por lo conmovedor, por la fugacidad del instante.