We didn’t start the fire,
No we didn’t light it
But we tried to fight it.
Billy Joel
Quizá nunca lleguemos a saber cómo comenzó la reyerta entre Hatfields y McCoys. Durante la segunda mitad del siglo XIX, las dos familias protagonizaron un enfrentamiento ejemplar. Asentados a las orillas del río Tug Fork, los Hatfield -de Virginia del Oeste- y los McCoy -de Kentucky- se vieron envueltos en una guerra que costó más de diez vidas y que involucró venganzas, agravios y desagravios, deserciones, traiciones, matrimonios y, al final, juicios y encarcelamientos. Entre los muchos hechos que se han postulado como el motivo que desató las agresiones están: 1. Harmon McCoy, que peleó del lado de la Unión durante la Guerra Civil estadounidense, fue ejecutado por un grupo de Hatfields, confederados, después de haberse escondido en una cueva. 2. Uno de los Hatfield tenía un puerquito; uno de los McCoy decía que era de él -incluso tenía su hierro marcado-. El asunto llegó a juicio, y el juez, de apellido Hatfield, decidió, poco sorpresivamente, que el cerdo pertenecía a su pariente. Días después, uno de los testigos fue asesinado por los McCoy.
La Pantera Rosa descansa apaciblemente en su hamaca. Su vecino, Harry, poda el pasto. Se saludan con toda amabilidad; es un día pacífico. Una voz -narrador, conciencia, alguien- habla con la Pantera Rosa: “Tu vecino está usando tu podadora, ¿hace cuánto tiempo te la pidió prestada?, ¿un año? ¿No es hora de que te la regrese?”. La misma voz le comenta a Harry: “Qué tipejo tu vecino, preocupado por su podadora como si tú no fueras a regresársela. Y mira, ahí viene a pedírtela”. La Pantera Rosa va a tocar la puerta de Harry cuando éste abre, la toma por el cuello y le entrega violentamente la podadora. La escena se repite, la voz cuchilea a los vecinos y tienen una nueva confrontación, ahora por las tijeras de jardín. El asunto se agranda. La Pantera Rosa corta una rama del árbol de Harry, que traspasa la línea divisoria entre las propiedades. Harry entonces corta una sección de la casa de la Pantera Rosa por las mismas razones. Se levanta un muro, en respuesta aparece un mortero –“Harry, a nadie le gusta la guerra, pero tienes que defenderte”, apunta la voz–, en respuesta un cañón, luego la cuadragésimo octava división del ejército, el primer disparo –“Sabes que el único que sobrevivirá será el primero que ataque”, sugiere la voz–, y la destrucción. Al final, sonriente, el diablo se revela como la voz que encendió la mecha.
Un político queretano, Carlos Treviño, publicó un comentario vergonzoso en Twitter. A su derecho de detestar el futbol -cuánta energía se requerirá para odiar algo a lo que no le importa que lo odien- sumó una lamentable comparación: “todo para ver a un simio”, en alusión a Ronaldinho. Cientos, miles de comentarios similares pueblan las redes sociales todos los días; los foros de discusión de los sitios deportivos y de noticias son el espacio sin reglas en el que los ciudadanos comunes vertimos odios exacerbados, insultos fáciles, comentarios racistas, sexistas, geografistas, etc. Pero este señor ha sido funcionario público. Sus posturas y argumentos -sus observaciones tienen siempre la elegancia y calidad del famoso tuit- son muy similares a los de millones de mexicanos “anónimos”; sin embargo, su papel como figura pública lo exenta de la protección que tenemos los ciudadanos de a pie, que tiramos la piedra y escondemos la mano. No sorprende tanto lo que el señor Treviño publicó como el hecho de que fuera incapaz de prever lo que ocurriría con su, valga la cacofonía, ocurrencia. La cosa no para ahí; miles de respuestas aparecieron también en Twitter: condenas, insultos, exigencias de justicia. Una de ellas es por demás interesante, el periodista Carlos Albert publicó: “A ese gorila llamado Carlos Manuel Treviño hY que recetarle su platanito…pero ya saben por donde. Digo.. #todossomossimios” (sic). El señor Albert se vio “autorizado” por la torpeza de Treviño no sólo a llamarlo gorila, sino a utilizar un lenguaje de la más baja estofa. Al parecer lo desatinado no es llamar simio, orangután o gorila a una persona, sino ser el primero.
Los Hatfield y los McCoy se acusaban mutuamente de haber cometido la primera agresión, la cuestión era puntuar la serie de hechos violentos de manera que el origen fuera culpa del otro. Algo similar ocurría con los Capuleto y los Montesco, en la Verona de Shakespeare; o con los Turcios y los Nájeras, en Honduras; los López y los González en algún pueblo de México; los policías y los manifestantes, en cualquier lugar del mundo. La Pantera Rosa y Harry aceptaron la “puntuación” de eventos que el diablo les sugirió; todo comenzó por Harry, para la Pantera Rosa; todo comenzó por la Pantera Rosa, para Harry. Carlos Treviño hizo una tontería, demostró su torpeza, sacó el cobre, la regó y merece sanción, o por lo menos regaño. Carlos Albert decidió que Treviño había iniciado las agresiones y simplemente respondió -de una manera corrientísima, discriminatoria y vergonzosa-; y nadie ha hecho escándalo.
Probablemente sea cierto que nosotros no comenzamos el fuego y que el incendio en que vivimos esté ardiendo desde siempre, desde que el mundo comenzó a girar. Me temo que también sea cierto que, si bien no lo iniciamos, tampoco estamos haciendo nada para combatirlo.
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