Pues sí, hemos llegado al llamado Mes Patrio. Las banderas ondean en los autos y las fachadas de las casas. En las plazas principales, el despliegue de focos y escarchas nos invita al festejo. A esto se suman los menús de restaurantes y de las casas familiares, con la oportunidad de degustar platillos de temporada. Todos estos colores y sabores son los que, al paso del tiempo, han forjado una identidad nacional.
No obstante, ya lo he dicho, nuestra identidad es todavía una gelatina que no ha terminado de cuajar: tricolor, pero con falta de consistencia. Aunque muchas tradiciones nos muestran algunos reflejos auténticos. Por ello, debo señalar que el Mes Patrio no debería ser la invitación a la parranda. Creo que sería prudente tratar de erradicar nuestra típica costumbre de ver las fiestas como una oportunidad de “ponerse hasta las chanclas, bien pedo” o, como dicen ahora, “andar chido”. No me malentiendan, me gusta el alcohol, pero usarlo como estupidizante es patético: es el reflejo de la necesidad de fugarse de uno mismo porque no se está satisfecho. Pónganse alegres, que es bueno para la salud, pero no necios.
El festejo tampoco debería involucrar posturas políticas ni verse opacado por el hartazgo ante tal o cual gobierno. Lo dicho, es un pretexto para pasarla bien, salirse de la cotidianidad y descansar de todo. Trato de predicar lo que digo y pongo mis banderas y esas guirnaldas de papeles metálicos que tanto me gustan (soy barroca de abalorios). Pero también es un momento para saber qué conmemoramos. No hay de otra, estamos en este país, vivimos aquí, tenemos esta nacionalidad, esta historia. ¿Qué tanto la conocemos?, ¿qué tanto sabemos de nuestros orígenes? ¿sólo lo que nos contaron digerido en la escuela? O ni eso, porque ya hemos olvidado lo que decían los libros de texto. Si no sentimos curiosidad por lo que parece evidente, por lo que nos rodea, nunca buscaremos nuevos asombros, estaremos negados a aprender, a abrir los ojos, y en nuestro caso, a abrir las papilas gustativas.
En lo personal, asocio estas fechas con el pozole: el rojo, de cerdo, el que lleva trompa, oreja, ojo, cachete y no sólo maciza. Un plato rebosante de maíz, carne, rabanitos, cebolla y col me da alegría. Sin embargo, el platillo de septiembre, por excelencia, es el mentado chile en nogada. Quisiera decir que es un mero marketing de la industria restaurantera, pero la verdad los mejores chiles en nogada que he comido han sido caseros. Suelen ser recetas familiares asociadas con los festejos patrios. La nogada que hace la esposa de mi padre es deliciosa, es una receta de su madre. Tengo una amiga que hace el platillo en honor de su abuela difunta, ambas poblanas: un chile en nogada con relleno frutal que pocos han probado. Para mí esos sabores, ese chile verde bien pelado, esa salsa tersa y, sobre todo, esos granos rojos que coronan son la Independencia.
Existen variaciones sobre el origen del chile en nogada. La leyenda cuenta que en agosto de 1821, cuando Agustín de Iturbide firmó el Acta de Independencia de México y los Tratados de Córdoba, fue homenajeado por las madres del Convento de Santa Mónica con un platillo que representaba los colores del Ejército Trigarante. Para la creación del manjar, se usaron ingredientes de temporada (nuez de castilla, chile poblano y granada). Nada valida esta historia, que fue difundida en el siglo XX con un fin nacionalista. Yo me quedo con la ficción narrada por Artemio del Valle Arizpe, donde unas enamoradas le rezan a San Pascual Bailón y a la Virgen del Rosario para crear un platillo delicioso. No tiene importancia quién lo sirvió primero ni dónde; el chile en nogada es un platillo que habla de este país, lo traduce: es el país del mestizaje, el país como la encrucijada de tantos caminos que nos llevarían a territorios remotos, que se antojan ajenos, pero que son nuestros aunque la ignorancia los cubra.
Es curioso, leí por ahí que la granada fue un añadido a las recetas originales. Supongo que de alguna forma se tenía que lograr el tricolor, aunque fue la mejor opción: la unión de la nogada y los granos de granada brinda el contraste sublime: color, sabor, textura. Además la granda es una fruta hermosa, y cuando leemos sobre su historia y su simbología merece ser la corona de nuestro platillo tradicional.
La próxima semana desgranaremos una nueva minuta para hablar de la inflorescencia que nombra tantas cosas, sí, la granada.