Durante el 75 aniversario de la Soberana Convención de Aguascalientes, el gobernador Miguel Ángel Barberena presentó ante Carlos Salinas de Gortari y una buen parte del gabinete presidencial, una postura sobre la relevancia de este acontecimiento histórico y sobre las enseñanzas que aportaba la memoria histórica. Lo hizo con la lógica de un discurso oficial que si bien suele tener una retórica festiva y patriótica, también reveló algunas de las percepciones que se tenía sobre el rol del Ejecutivo Federal, sobre la situación política de ese momento e inclusive sobre la relación entre Historia y política.
Al principio del discurso contextualizó sus opiniones en el marco de las recientes actividades que había tenido Salinas sobre la política internacional. Barberena recordó al público del Teatro Morelos el reciente pronunciamiento del presidente Salinas ante el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica en el que había reclamado la necesidad de que México interviniera en la gran transformación mundial que se vivía en tanto que representábamos uno de los referentes culturales y civilizatorios más densos de la historia de la humanidad.
En ese mismo sentido recordó otro pronunciamiento reciente de Salinas que había hecho ante la comunidad latinoamericana, un discurso en el que México era visto como una nación comprometida permanentemente con su historia y muy especialmente con las experiencias y conceptos emanados de momentos vitales, como los inspirados por los sentimientos de la nación, la reforma juarista, y el ansia de tierra y libertad de Zapata. Para los mexicanos la memoria histórica siempre había sido ligada con nuestros proyectos de nación.
Con la postura anterior, la memoria sobre la revolución mexicana y en especial sobre la Convención de 1914 no constituía solamente una efeméride o un pasaje patriótico sin más, o el cumplimiento protocolario de una fecha. El recuerdo de este acontecimiento era una oportunidad para refrescar la memoria sobre las prioridades políticas del presente, para saber en qué ayudaría la historia para fortalecer las tendencias innovadoras del momento.
En el discurso, Barberena se vio obligado a reiterar el papel de la historia y la percibió como un acicate para el cambio, la renovación y la modernización. Citando a Jesús Reyes Heroles aceptó categóricamente la estrecha relación entre historia y política ya que al escribir historia se hacía política y al hacer política se trataba de hacer un poco de historia. Citando al mismo personaje, advirtió que la historia era política mirando hacia atrás, y la política era historia realizada en el acto.
Por todo lo anterior, concibió a la Asamblea Revolucionaria en el contexto de una lucha social y de clases, como crisol y catarsis del movimiento popular y de sus problemas más sentidos. Se remitió al Plan de San Luis en tanto que éste había propuesto una reforma política para volver al liberalismo del siglo XIX; al Plan de Guadalupe por la proclama que hizo contra usurpación y algunos apuntes de reformas sociales; y al Plan de Ayala por las reformas sociales y económicas que propuso. De esta forma demandó una conexión directa entre el inicio de la Revolución en 1910, la recuperación de esos principios en 1913, y la ampliación de los mismos en 1914, hasta concluir con el espíritu que impuso el Constituyente de 1917.
Según Barberena, Villa y Zapata no ambicionaban el poder político sino el cambio social. Querían transformar el Plan de San Luis y el Plan de Guadalupe en una revolución social y económica. En esta lógica el Ejecutivo local aprovechó un momento único en el que tenía a un buen porcentaje del gabinete presidencial en su propio terreno para recordarles el valor de las tesis sobre el reparto agrario y la distribución de la riqueza así como el papel renovador de la política obrerista. En este marco afirmó categóricamente que sin la Soberana Convención, la Constitución del ’57 no habría pasado del liberalismo individual al liberalismo social, ni se habría enriquecido nuestra estructura jurídica constitucional al incorporar al lado de las garantías constitucionales los derechos sociales.
Terminó su discurso sosteniendo que una lección fundamental de la Soberana Convención fue la necesidad de preservar la unidad de lo esencial admitiendo la pluralidad y propiciando el acuerdo político en lo fundamental. Dijo esto para recordar el momento político que vivía en México a finales de los años ochenta, y la necesidad de hacerlo compatible, de conectarlo con el proyecto revolucionario. La memoria sobre el 75 aniversario de la Soberana Convención Revolucionaria era, además del protocolo ordinario de fechas relevantes de la historia patria, la oportunidad para reflexionar sobre el proyecto nacional que estaba en puerta, para proponer y forjar nuevas utopías y nuevos horizontes. Había en estas palabras una exigencia de deliberación pública del gobierno. Si este discurso hubiese sido en el presente del centenario que se aproxima, seguramente exigiría que tal deliberación fuera compartida plenamente con la sociedad civil.