Las redes sociales se han llenado de retos. Ya sea para un fin benéfico, o por juego, es curioso que se esté generalizando esta costumbre de hacer que quienes son retados o retadas hagan lo que quien les reta.
El reto norteamericano de donar para la investigación de la cura para la Esclerosis, acompañada de un baño helado, o la modificación propuesta por el Alcalde de Jesús María, Toño Arámbula, de repartir cubetazos, pero no de agua, sino de comida, entre quien necesita de la solidaridad de los demás, son muy loables, pero me ha puesto a pensar en el porqué de la necesidad de publicitarlo.
Las redes sociales abren un portal entre nuestra intimidad y el mundo. Como lo cantó el zenzontle el 10 de marzo pasado: “Hoy, la generación de las redes sociales (y todos nosotros, sus contemporáneos adultos que les mimetizamos) siente que debe registrar para la posteridad y dar a conocer a su interminable lista de “contactos” y followers cualquier mínimo sentimiento, suceso, emoción que tengan mientras llevan un teléfono celular en la mano”.
Pero regresemos a nuestra obligación de socorrer al prójimo necesitado: De todas las señales de Cristo en los evangelios, la única que es narrada por todos los evangelistas es el «milagro» de la multiplicación de los panes. Todos los detalles del hecho son coincidentes entre los cuatro narradores.
La escena está situada cerca del lago de Galilea, en las vísperas de la pascua: primavera. Tiempo en que no sólo la naturaleza sino las ciudades palestinas se llenan de vida. La pascua entonces, como en nuestros días, multiplica el comercio en virtud de lo que ahora llamamos turismo religioso. La popularidad de Jesús en un pueblo profundamente místico, que conocía las escrituras tanto como en México se conocen los personajes del «Chavo del Ocho», había crecido por sus milagros y por la posibilidad de que fuera el Mesías que habían anunciado los profetas.
Habían llegado ríos de gente a Cafarnaúm a cumplir con sus preceptos sagrados, y de paso a conocer al profeta del que tanto se hablaba. Pero el profeta no estaba: se había embarcado con sus discípulos hacia Betsaida, a buscar un poco de tranquilidad a un lugar solitario, apartado (Mc 6, 32). La llegada de visitantes duplicaba o triplicaba por algunos días la población, con lo que escaseaba la tranquilidad en la zona.
Pero algunos que los vieron partir corrieron la voz, y la muchedumbre decidió ir bordeando el lago a encontrarlo, de tal forma que llegaron antes que ellos (Mc 6, 33). Google Maps calcula que se puede hacer la caminata a pie en apenas treinta y nueve minutos. Con las prisas de alcanzarle, muchos debieron de descuidar el reponer provisiones.
Jesús, al ver la multitud, se olvidó de sus deseos de soledad, pues eran realmente como ovejas sin pastor (Mc 6, 34) y no pudo menos de conmoverse. Bajó de la barca, subió a una de las lomas cercanas a la orilla, se sentó y comenzó a platicarles. Hablaba con un tono tan sencillo que todos le entendían. La plática era tan encantadora que, como suele suceder también en nuestros días, el tiempo voló.
Los apóstoles tuvieron que interrumpirlo para llamar su atención hacia la hora que era: La hora es muy avanzada; despídelos para que puedan ir a los caseríos y a las aldeas de los alrededores a comprar algo que comer (Mc 6, 35; Mt 14, 15).
Sin embargo, el Maestro les responde con una orden: «Denles ustedes de comer». Seguramente a los apóstoles, como a muchos de los futuros cristianos, no les hizo mucha gracia la respuesta de Cristo. La réplica fue en tono molesto: «¿De dónde vamos a sacar comida para tantos? ¿Y con qué dinero? ¿Te has dado cuenta del número de los que le escuchan? ¿Qué quieres, que vayamos y compremos doscientos denarios de pan y les demos de comer?».
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero esto ¿qué es para tantos?» (Jn 6, 9). Dios comúnmente gusta que pongamos algo inútil o insuficiente para la gran obra que está por crear, pero sin lo cual no se haría. Es posible que, sin la generosidad de ese muchacho, no se hubiera producido el milagro.
«Que la gente se siente por grupos de cincuenta» ordenó Jesús. La gente pareció extrañarse de que les hagan sentarse como para un gran banquete, pero obedeció. Se puso en manos de un loco, más pobre que ellos, para saciar el hambre.
Jesús, cuando todos se hubieron sentado (separados los hombres, las mujeres y los niños, según la costumbre judía) tomó el pan y los peces, recitó palabras de bendición, y pidió a sus discípulos que comenzaran a repartirlos, hasta saciar a todos los improvisados comensales y que sobraran varios canastos de comida.
Los evangelistas nos cuentan la escena con humilde candidez. Como diciendo: «piensa lo que quieras, pero así fueron las cosas». Sólo el Evangelio de Juan narra el entusiasmo de la multitud ante el milagro. Ninguno de los tres restantes, muestran su asombro ante lo ocurrido, no resaltan el milagro de la multiplicación, más bien nos hacen dudar si ellos lo entendieron en el momento el sentido del milagro.
«Denles ustedes de comer». Quizá la orden se la estaba dando a los futuros cristianos que a lo largo de los siglos alzarán los hombros ante el hambre del mundo. A Cristo le preocupa el pan de la tierra y no sólo el del cielo. Su misión en el mundo no era definitivamente llenar los estómagos de sus hermanos, pero sabía muy bien que su palabra redentora no saciaba el hambre. Sabía que «dar de comer al hambriento» era también una obligación para él y los suyos. Y, en definitiva, su «Denles ustedes de comer» era un mandato a los apóstoles no menos vinculante que el «vayan y prediquen».
El obispo francés Jean-Baptiste Massillon predicaba: «El Señor utilizó a sus apóstoles para que repartieran el pan. Pudo hacer llover maná. Pero quería hacernos palpar la obligación de la limosna» (1).
Es nefasto creer en el milagro de la multiplicación de los panes, si esto nos dispensa de repartir el nuestro. Jamás un juego podrá ser criticado, si el fin es algo tan significativo y digno de reconocimiento como lo es compartir alimentos con quien más lo necesita. Sin embargo, insisto ¿por qué la necesidad de publicitarlo?
El propio Jesús reflexiona y ordena: «Cuando hagas limosna no mandes tocar la trompeta delante de ti como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por los hombres… …tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 2-5).
Bienvenidos sean pues los retos que buscan ayudar al prójimo, pero cuidemos que estos juegos no tengan una cantidad agravada de regodeo o autocomplacencia.
- Ouvres de Massillon. Sermon pour le quatrième dimanche de carême. En Aumône. Auguste Desrez, Imprimeur-Éditeur, 1838. p.250
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