Hace 500 años -el hecho ocurrió el día 14 de enero de 1514-, Fernando el Católico, Rey de Aragón y de Castilla, tuvo a bien expedir una cédula real con la cual no sólo autorizaba sino que a las claras promovía, allende el gran océano, el proceso, primero meramente sexual y luego cultural, al cual se debe la carga de identidad fundamental de la inmensa mayoría de los latinoamericanos, esto es, el mestizaje:
… si los naturales destos Reinos de Castilla que residen en la Isla Española se casaren con mujeres naturales desa isla, sería muy útil e provechoso al servicio de Dios y nuestro y conveniente a la población de la dicha isla, y yo, habida consideración a lo susodicho y al bien y provecho que dello redunda, por la presente doy licencia y facultad a cualesquier personas naturales destos dichos Reinos para que libremente se puedan casar con mujeres naturales desa dicha isla sin caer ni incurrir por ello en pena alguna.
La cédula iba destinada a don Diego Colón, hijo del insigne almirante genovés, y entonces mandamás del mentado territorio, La Española. Don Fernando también se dirigía a los “jueces de apelación… y a otras cualesquiera personas a quien lo de suyo contenido toca y atañe en cualquier manera”. Firmaba, faltaba más, “por la gracia de Dios”. Expresado en corto, el monarca azuzaba a los ibéricos para que procedieran a multiplicarse en conyugales quehaceres con las féminas oriundas de las tierras recién descubiertas, y daba su soberano permiso respectivo. Resulta significativo que el rey únicamente se refiriera a los expedicionarios de La Española, porque para entonces, al mando de Diego de Velázquez, hacía ya al menos tres años que sus súbditos habían conquistado otra isla, Cuba, incluso de mayor tamaño. De cualquier forma, aquel año a las Antillas se reducía lo que en muy poco tiempo habría de expandirse a lo bestia hasta alcanzar proporciones entonces sí de Nuevo Mundo.
El año en que fue expedida la mencionada cédula, Hernán Cortés -quien había cruzado el Atlántico diez años antes y había participado en la ocupación de Cuba (1511)-, despachaba como alcalde de Santiago de Barracoa y engordaba su hacienda criando puercos… Se dice, y mal que bien se tiene documentado, que el conquistador de México, desde muy mozo, fue mujeriego, parrandero y jugador. No se conserva registro alguno de que en Cuba se haya amancebado con alguna nativa, pero en cambio sí se sabe que justo en 1514 contrajo primeras nupcias y engendró a su primer descendiente…, aunque no con las mismas señoras. Leonora Pizarro fue la madre de la primogénita del extremeño, y aunque Bernal Díaz del Castillo se refiere a ella como “una india de Cuba”, José Luis Martínez tiene sobrada razón al afirmar que “lo de india como aborigen resulta improbable” (Hernán Cortés; FCE/UNAM, 1990). En cuanto a la primera esposa, Catalina Xuárez o Suárez o Juárez, había llegado a Cuba como moza de la que sería consorte de Diego de Velázquez, la pobre no tenía en qué caerse muerta y según su propio viudo, Cortés, “no era mujer industriosa” y en cambio sí “delicada y enferma”. Total que Cortés no atendió personalmente el acicate de su rey, ni antes de conquistar el imperio Colhúa-Mexica ni después, porque aunque es pública, célebre e histórica su alianza política y sexual con Malinali-Marina-Malinche, el capitán extremeño y su intérprete, consejera y amante jamás se casaron. Ello, bien se sabe, no fue impedimento para que juntos trajeran al mundo a un hijo.
El primer Martín Cortés, el mestizo, debió de nacer muy cerca de México-Tenochtitlán, en el señorío de Coyoacán, a mediados de 1522. El primogénito varón de don Hernán, fue bautizado con el nombre de su abuelo español. Desde su nacimiento, el capitán Malinche decidió hacerse cargo de su educación, así que el pequeño Martín fue formado no como mestizo sino como un español nacido en las Indias. Su madre, doña Marina, ella sí, habría de sumarse al llamado real a favor de los matrimonios entre peninsulares y mujeres naturales del Nuevo Mundo, dado que dos años más tarde, por órdenes del propio conquistador, contraería matrimonio con el soldado Juan Jaramillo.
A mediados de abril de 1528, Cortés volvió a hacerse a la mar para, como hijo triunfante y pródigo, regresar a España. Ya en Europa, una de las providencias que tomó fue mandar a un representante a entrevistarse en Roma con el papa Clemente VII; el intermediario fue Juan de Rada y, entre otros argumentos, el enviado del conquistador de México se presentó ante el representante de dios en la Tierra llevando joyas, regalos y varios indígenas. ¿Qué obtuvo? Entre otras cosas, las bulas pontificias por medio de las cuales se otorgaba la legitimidad cristiana a tres de sus bastardos: Catalina Pizarro, Martín Cortés y Luis Altamirano -este último, hijo de Antonia o Elvira Hermosillo, una española, había nacido en 1525-. Cortés consiguió pues legitimar a sus primogénitos, una criolla y otro mestizo, y a su segundo vástago varón, también criollo, nacidos todos fuera del sacramento matrimonial. Pero dejó fuera del trámite a dos hijas mestizas, Leonor y María, la primera, consecuencia viva del amancebamiento que tuvo que con la hija preferida del emperador Moctezuma Xocoyotzin, Tecuichpo o Ichcaxóchitl, y la segunda “de quien sólo se sabe que fue hija de una princesa azteca”, seguramente también relacionada con el tlatoani. Desde el comienzo, pues, hubo de mestizos a mestizos.