La Asociación Nacional de Tiendas de Autoservico y Departamentales (ANTAD), entidad que agrupa a cadenas de tiendas de ventas al menudeo en México, reportó un crecimiento de 0.7% en julio. La cifra refleja el crecimiento real -descontando la inflación-, de la cantidad que vendieron todas las tiendas de autoservicio y departamentales en julio de 2014 con respecto al mismo mes del año pasado. Este dato, según indican, se encuentra por debajo del crecimiento esperado por analistas del sector. Sin embargo, analizando la tendencia de las ventas de los primeros semestres de cada año, resulta que al menos desde hace siete años se han venido reduciendo las ventas de manera continua.
La flecha punteada en la siguiente gráfica señala la tendencia del crecimiento porcentual de cada año, en las ventas de este sector comercial. Los crecimientos registrados en 2013 y 2014 son incluso inferiores al magro crecimiento de las ventas en el primer semestre de 2009, año en que se detuvo la economía nacional durante varios días por efecto de la crisis motivada por la fiebre porcina H1N1.
Aunque este dato se refiere sólo a las ventas en los comercios afiliados a la ANTAD, que no incluye a las llamadas “tienditas” y misceláneas, por la importancia relativa de las tiendas de autoservicio y departamentales, bien puede suponerse que la crisis en ventas afecta a todo el sector comercial del país ya que varios de los indicadores relacionados con el consumo muestran deterioro. En julio de 2014, por ejemplo, el índice de confianza del consumidor cayó 2.5%.
Contrariamente a declaraciones de las autoridades gubernamentales hacendarias y de economía, no se trata de un “mal año”, ni de una caída temporal en la actividad económica. Se está manifestando un deterioro constante y sostenido en la actividad comercial que abarca ya varios años, es decir, una tendencia.
Una de las razones de este deterioro, se asegura, estriba en el reducido poder de compra de la población. Aunque dicho deterioro se comenzó a manifestar hace treinta años, al acumularse progresivamente la falta de poder de compra se ha obligado a la población a reducir su consumo cotidiano, de bienes y servicios para el sustento, por la necesidad de mantener o reponer los bienes de capital y patrimoniales, como casa, mobiliario y equipos.
Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) que reporta INEGI, al segundo trimestre de 2014, el 76% de la población ocupada en México reportó tener ingresos inferiores a los tres salarios mínimos; 51% de las personas dijo que ganaba dos o menos salarios mínimos y 24%, un salario mínimo o menos.
El nivel actual de los salarios mínimos en ninguna de sus categorías y zonas -para las que la Comisión Nacional de Salarios Mínimos establece un referente monetario-, cumple con lo enunciado en el Artículo 90, Segundo Párrafo de la Ley Federal del Trabajo, que a la letra dice: “El salario mínimo deberá ser suficiente para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”.
Desde el año de 1983, cuando debido a la crisis financiera por la que atravesó México el gobierno mexicano se supeditó la política económica al Consenso de Washington, el salario mínimo se ha dejado deteriorar continuamente, suponiendo que esta contracción real de los salarios operaba como ancla contra la inflación. Los salarios están ahora muy reducidos y la inflación sigue siendo una preocupación de política monetaria en la que, es evidente, nada influye el nivel salarial.
Actualmente el poder de compra del salario mínimo rinde el 30% de lo que con éste se podía comprar en 1970. Siendo ese año el último después de un período de estabilidad, cabría esperar que el salario mínimo de entonces sí cumplía razonablemente con la suficiencia para satisfacer las necesidades “normales”. O sea, apenas con tres salarios mínimos de ahora, un jefe de familia podría comprar lo que en 1970 adquiría con un salario mínimo.
En otras palabras, al día de hoy, el 76% de la población ocupada en México reporta tener ingresos iguales o inferiores a lo que debería ser un salario mínimo.
En condiciones de igualdad respecto al poder de compra de 1970 y en la actualidad, el salario mínimo debería ser de $221.73 por día en vez de $67.29. Esto es una diferencia tan grande que resulta imposible sugerir siquiera que se aumente el salario mínimo de un solo golpe para recuperar lo perdido durante tres decenios. Sin embargo, el deterioro en el poder de compra está afectando de tal manera las ventas, que resulta indispensable pensar en mecanismos para recuperar paulatinamente la capacidad de consumo que tanta falta hace para el dinamismo de la economía nacional.
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