Springfield, Illinois, Unión Americana. 16 de junio de 1858. Un larguirucho abogado pueblerino trata, infructuosamente, de alisar sus cabellos, hirsutos y negros. Su nariz grande le da un aspecto severo, sólo atemperado por la dulzura de su mirada. Sostiene la solapa de su desgastada levita y, como si fuera un profeta bíblico, se dirige a los miembros del Partido Republicano: “Una casa dividida no puede contra sí misma. Creo que este gobierno no puede aguantar, permanentemente, mitad esclavo y mitad libre”.
Vecindario Watts, Los Ángeles, EUA. 11 de agosto de 1965. Marquette Frye -un conductor afroamericano, en estado de ebriedad-, es detenido por el policía blanco, Lee Minukus. Al enterarse, la madre de Frye, Rena Price, se aproxima para regañar a su retoño. Sin embargo, otros patrulleros blancos la empujan. Como reguero de pólvora corre el rumor de que Price ha sido pateada. Inmediatamente, comienzan disturbios que dejarán 34 muertos, más de mil heridos y tres mil cuatrocientos treinta ocho detenidos.
Las escenas arriba descritas sirven como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar las recientes protestas en Ferguson, Misuri, desde la óptica de la siempre perene segregación racial en los Estados Unidos y el fenómeno de la progresiva militarización de las fuerzas de seguridad, locales y estatales, en el vecino país del Norte.
La titánica lucha del leñador de Kentucky, Abraham Lincoln, por sostener a la Unión, dio como resultado la abolición de la esclavitud en la parte austral de su país. Sin embargo, a nivel local, la separación entre razas continuaba en los lugares públicos.
Un siglo después de la Guerra Civil, el mandatario John F. Kennedy firmó la Orden Ejecutiva 10925, la cual requería a los contratistas del gobierno “tomar una acción afirmativa para asegurar que los solicitantes y empleados son tratados sin considerar su raza, credo, color, u origen nacional”. En 1964, gracias al activismo del Dr. Martin Luther King, se aprobó la Ley de Derechos Civiles, la cual prohibía la segregación racial. Un año más tarde, el presidente Lyndon B. Johnson signó el Acta de Derecho al Voto, legislación que permitía a los afroamericanos el acceso a las urnas.
Sin embargo, en los Estados Unidos del siglo XXI, la segregación racial sigue siendo un problema latente. Los sociólogos John Logan de la Universidad Brown y Brian Stults de la Universidad Estatal de Florida encontraron que “el afroamericano promedio en las áreas metropolitanas vive en barrios de mayoría negra”. Además, los “negros continúan siendo la minoría más segregada”1.
No obstante la brega del Dr. King y los bienintencionados estatutos arriba relatados, es más probable que un niño de raza blanca pueda acceder a la educación superior que su contraparte negra, quien, probablemente, enfrentará una vida de desempleo, formación deficiente y condiciones de vida inferiores. ¡Todo ello en la Tierra de los Libres y el Hogar de los Valientes!
Por su parte, la militarización de las fuerzas de seguridad en los Estados Unidos tiene su origen, según el bloguero y periodista estadounidense Radley Balko, en dos ambientes: primero, los disturbios de Watts, donde los afroamericanos utilizaron tácticas de guerrilla urbana en sus enfrentamientos con la policía angelina, lo cual condujo a la creación de los equipos SWAT (Special Weapons and Tactics, Armas y Tácticas Especiales), quienes después se enfrentaría a grupos radicales como Las Panteras Negras y el Ejército Simbiótico de Liberación.
El segundo, es la declaratoria, el 17 de junio de 1971, por parte del presidente Richard Nixon de la “guerra contra las drogas”, en la cual los equipos SWAT, junto con las agencias federales, tomaron un rol relevante en operativos dentro de la Unión Americana.
A lo mencionado por Balko, el escribano agregaría el hecho de que, en 1990, el Congreso estadounidense aprobó la entrega de material sobrante de las fuerzas armadas, a las policías locales y estatales, para uso en operaciones anti-narcótico. Este suceso, aunado a las guerras en Afganistán e Irak, ha dado por resultado una creciente militarización de las agencias de seguridad pública.
La segregación racial dio como resultado que Michael Brown -un joven afroamericano, quien había robado unos cigarrillos y reñido con el vendedor- fuera ejecutado, con seis tiros, el 9 de agosto de 2014, en Ferguson, Missouri, por el policía de raza blanca, Darren Wilson.
Como respuesta, la comunidad afroamericana de Ferguson se sublevó contra lo que consideran un incidente motivado por el racial profiling, una práctica que consiste en el uso de la raza del presunto infractor para detenerlo y/o arrestarlo.
El revire de las fuerzas del orden, formada en su mayoría por blancos, no se hizo esperar. Sin embargo, su comportamiento -apuntar a los manifestantes con rifles de francotirador- y su atuendo -chalecos antibalas y portación de armas semiautomáticas- dio la impresión de que los reclamantes eran afganos o iraquíes y no habitantes de una ciudad promedio de la Unión Americana.
Los Estados Unidos en vez de tratar de componer o descomponer, según la óptica del amable lector, los problemas del mundo, deberían solucionar las dificultades que tienen en casa.
En relación a lo ocurrido en Ferguson, Missouri, quiero utilizar las palabras del Premio Nobel de Literatura, Eugene O´Neill, quien decía: “No hay presente ni futuro -sólo el pasado que acontece una y otra vez- ahora”.
Aide-Mémoire.- El Herodes del siglo XXI es Benjamín Netanyahu, asesino de 541 niños en Gaza.
1.- https://news.brown.edu/articles/2010/12/census