No hasta hace mucho que ese viejo y sagrado apotegma de “hasta que la muerte los separe” permeaba en el matrimonio y su regulación jurídica, y es que ciertamente el derecho vive poblado de esas creaturas de la moralidad que para bien y para mal tienden a trascender en la ley, nada más lejos de aquella ley aséptica y laica de la que hablaba Kant; de tal suerte que si bien el divorcio se permite, éste sólo se da mediante una causal, es decir, que uno de los cónyuges dé un motivo para separarse, de otra forma es inconcebible en la mayoría de los códigos civiles o familiares de los estados.
De esta forma, la libertad de la persona, su desarrollo individual, se ven limitados pues una vez que se ha firmado el contrato civil de matrimonio, no hay un poder jurídico que pueda destruirlo si no media un pretexto legítimo para ello, puesto que, si no hay algún maltrato, abandono, violencia o conducta que amerite terminarlo, se está condenado por las leyes del hombre (¡ya no las de dios!) a permanecer unido a la pareja, a pesar de que ya no se quiera estarlo, prácticamente se copia la separación de cuerpos que regula la Iglesia Católica en su Código Canónico.
Siempre que pienso en el tema recuerdo el personaje de Pablo Morales en El esqueleto de la señora Morales (1959),una de esas pocas comedias negras mexicanas que no tiene desperdicio de cabo a rabo: Pablo (interpretado por el grande Arturo de Córdova) es un taxidermista que sufre de los celos extremosos y la moralidad a ultranza de su mujer, quien siempre lo hace ver como un malvado frente a sus amistades a pesar de que el pobre no es sino lo que en la actualidad llamaríamos un mandilón. Frente a las presiones sociales que lo acusan de ruin, pero sobre todo ante la clara y desesperante abstinencia sexual en que se encuentra el desdichado, decide terminar con su matrimonio de una forma poco ortodoxa. Como puede esperarse todo mundo lo acusa de asesino, pero con el pequeño detalle de que al no existir un cadáver, el fiscal tendrá que absolverlo.
El guion de Luis Alcoriza es perfecto, aborda dos cuestiones de suyo interesantes para el cine de la época: la sexualidad y la moralidad. En el primer tema Alcoriza juega con el apetito sexual de Pablo hacia su mujer que vive acomplejada por un defecto en la rodilla y cuestiones moralinas, por lo que no lo deja acceder a su cuerpo a pesar de los ruegos del marido, de manera brillante el guionista hace uso de un doble lenguaje, la mujer vive con asco por el trabajo del taxidermista, por ello además, literalmente, no lo deja comer carne; un día a escondidas le pide a su guapa sirvienta que le prepare un “filetote, casi crudo, así de grueso” señala el tamaño con su pulgar e índice mientras la cámara desde un plano medio y en contrapicado nos muestra los rostros psicóticos de ambos personajes. En el segundo aspecto, Alcoriza nos pone en dos encrucijadas, primero acusa a la señora Morales de ser inmoral precisamente por no permitirle a su marido el sexo a pesar de estar casados por todas las leyes, y en segundo lugar juega con la idea del crimen perfecto, al ser absuelto de su crimen, Pablo dice no experimentar remordimiento alguno.
El Distrito Federal ciertamente se ha distinguido por una legislación liberal, en este sentido aprobó el llamado divorcio sin causal, es decir, para romper el vínculo matrimonial no se necesita invocar causal alguna, sólo pedir la terminación del contrato conyugal. Es importante señalar que esto no tiene ningún perjuicio en caso de que existan hijos, pues sus derechos se tendrán que proteger. De una breve búsqueda en Google parece que sólo Yucatán también tiene esta clase de divorcio, sin embargo, ya existen tesis que permiten la disolución del vínculo conyugal sin causal en el resto de los estados, al menos así se ha pronunciado un tribunal colegiado: Divorcio necesario. Debe decretarse aun cuando no queden demostradas las causales invocadas, tomando en consideración el derecho fundamental a la dignidad humana.
Además de su excelente actuación, a Arturo de Córdova se le recordará por su inmortal frase cuyo acento es inolvidable: eso no tiene la menor importancia; parafraseándola diríamos que para un estado democrático de derecho, no tendría la menor importancia para divorciarse que exista o no con una causal, en el fondo se trata de la libertad como un derecho humano para permanecer o terminar con el matrimonio.