Las malas razones / Juego de abalorios - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Resulta que me gusta bailar al ritmo de Los Ángeles Azules. Tomo mezcal. Ando en bicicleta y soy aficionado al café. He leído a Borges. Aposté por Argentina en la final del Mundial reciente; antes quise que lo ganara Holanda y me dio gusto que Alemania fuera campeona. Comencé a bailar hace apenas año y medio, porque me aburría en las bodas, porque ni que fuera tan difícil, porque la gente baila, y porque Los Ángeles Azules me ponen de buenas. El mezcal me hace menos daño que el ron, me empanzona menos que la cerveza y amansa mis enojos. Cambié mi auto por la bicicleta porque así me obligo a hacer ejercicio, porque no tengo que buscar estacionamiento y porque me resulta más divertido. Tomo café porque mis abuelos paternos me engancharon; pasé un verano con ellos, y en su casa no se apagaba la cafetera… nunca -hacía tanto calor que dormir era un acto esporádico, así que si de pronto despertabas a las tres de la mañana, la cafetera estaba prendida y podías servirte una taza-. Leí a Borges porque me obligaron, y lo volví a leer porque no le entendí nada, ahora lo leo porque me robo sus frases. Quería que ganara Argentina porque quien produce carne así de buena merece ser campeón de cualquier cosa; quería que ganara Holanda porque siempre llegan, siempre son segundos y porque su apodo me recuerda a Alex pateando gente; me gustó que ganara Alemania porque, finalmente, siempre gana Alemania.

Y parece que tales razones no son buenas razones. Si no escuchabas a los músicos de Iztapalapa cuando comenzaron -para lo cual, tenías que haber nacido, supongo-, allá en sus bailes de barrio, cuando nadie los conocía, cuando no se habían contaminado por el dinero; entonces no sabes nada. El mezcal está de moda, y no lo consumías antes de que estuviera de moda, y no distingues entre el oaxaqueño y el zacatecano, por lo tanto no te gusta de verdad, como le gusta a los que saben. Y qué bien que te muevas en bicicleta, porque eres enemigo mortal de los autos y porque quieres reducir tu “huella de carbono” -y sabes qué carajos significa eso-, ¿cierto?, ¿ah, es por otra razón?, así no vale. O dominas Starbucks -sabes pedir milkcachino toffe venti delactosoyado- y por lo tanto eres sofisticado, o sólo tomas café orgánico antiimperialista recolectado por manos izquierdas de indígenas que hablan una lengua mayense y nunca han visto televisión, y con ello salvas las selvas, las tradiciones y a Afganistán; cualquier otro café no es café; si cometes el atrevimiento de tomar de uno y luego del otro, muere Satanás. A Borges hay que recomendarlo porque sólo los ignorantes no lo leen, ellos leen a Coelho -y así queda reducida la literatura a dos nombres-, y claro, todos entienden a Coelho y nadie a Borges, pero eso es lo de menos, uno es deleznable y el otro, el no va más de la literatura. Puedes irle a quien sea en futbol, pero nada de andar cambiando de equipo a mitad del campeonato; jamás puedes irle a quien vaya ganando nomás porque va ganando; nunca elijas al equipo que juegue mejor, tiene que haber algún motivo profundo; ya que elegiste, te quedas ahí para siempre.

Ignoro si las cosas han sido siempre así, lo cierto es que ahora el gusto personal no basta para justificar una afición, una costumbre o una elección. Constantemente me topo con que es insuficiente compartir afectos, además deben coincidir los orígenes y motivos de tales afectos. Que dos personas admiren a la misma banda de rock no las hermana, antes bien, exacerba las diferencias: seguramente una de ellas ha sido seguidora del grupo por mucho tiempo, o se sabe todas las letras o los nombres completos de las mamás y madrastras de los integrantes de la banda, vamos, le ha costado su trabajo, es groupie seria; la otra persona seguro los ha escuchado un par de veces, se sabe la letra de tres canciones y todavía confunde al bajista con el guitarrista, anatema. Y ocurre lo mismo en casi cualquier ámbito. Parece que nuestra pulsión de contraste es más fuerte que la de empatía; todos somos iguales, pero siempre seremos mejores que todos.

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