Con gran reserva y sincera humildad intelectual, abordo el tema del salario, sin pretender ser el economista ilustrado que no soy, o menos aún el económetra del mercado del Capital del que disto mucho ser, o incluso el experto en Economía Política que anhelaría ser, por ser sociólogo con aspiraciones de interpretación y análisis de las políticas económico-públicas vigentes en el Estado mexicano actual, quedándome entonces para mi haber, la simple rareza de ser un ciudadano común que se acerca a olfatear esa otra rareza cada vez más escasa de un salario digno, justo y remunerador, y que desde luego comparto con el resto de mis simples mortales ciudadanos contemporáneos.
Otear, olfatear o avizorar esa especie que, idealmente construida, consiste en atribuir una trilogía casi imposible de: dignidad, justedad y remuneración al salario, resulta en una empresa harto desafiante y, como dijeran los clásicos, se trata de un “magnum opus et arduum” (una obra enorme y difícil). Y lo es, porque su primer pre-supuesto es nada menos que el empleo, hoy de suyo el recurso económico más escaso que se haya visto en los últimos cincuenta años.
Es un hecho que los tiempos que hoy vivimos y consumimos no son los idílicos evos del pleno empleo, en que privando un boom económico global, hiciera de la Tierra un auténtico planeta económico, es decir, la Eico-Nomía, o sea la casa de todos en donde la norma normante es que hay todo para todos; y por tanto dentro de la cual no hay penuria, no hay escasez alguna, todas las necesidades están satisfechas; los proveedores conocen perfectamente los requerimientos a satisfacer y sus demandantes expresan claramente los satisfactores que colman sus anhelos y expectativas a cabalidad. De manera que en ese hogar global, nadie carece de lo necesario y hasta lo suntuario es colmado con magnificencia por las sabias leyes del mercado de élites y super-élites del capital central.
Distamos años luz de ese egregio planeta económico perfecto, en donde a la ocurrencia del milagroso y magno Boom-Económico le seguiría justamente la teoría del Pleno Empleo, entiéndase acceso universal al salario que, en tal contexto tan virtuoso como virtual, sería efectivamente: digno, justo y remunerador. Digno porque cubriría con solvencia total las necesidades inherentes a la persona humana, vista en su totalidad y complejidad, tal como es el elenco completo de su pleno desarrollo: físico-químico-biológico, psico-social, de pertenencia a grupos humanos calificados, del conocimiento, de expresión y productividad, y finalmente de trascendencia, metafísica o espiritualidad. Recordando la prevalencia del ser sobre el tener o poseer.
Sería un salario justo, porque cumpliría el principio fundante de que: “a cada quien lo suyo o que le corresponda”, o “a cada cual lo que se merece”, o bien “a cada quien lo que necesita para su cabal desarrollo”; entiéndase que la justicia no es un rasero universal, sino una distribución sabia y equitativa de acceso y satisfacción de las necesidades esenciales del ser humano; en donde, el problema con la economía es que se ha definido y más aún determinado como un sistema de relaciones de producción mercantil-capitalista, que deben pasar necesariamente por la distribución de bienes y valores con base en las leyes de oferta-demanda del mercado, y luego cumplir su metamorfosis dineraria, para convertirse en Capital y, así reiniciar el ciclo del eterno retorno, del Capital-Producción-Circulación y vuelta a metamorfosearse en capital financiero. Eso del consumo es propio y exclusivo de los mortales que sí cubrimos necesidades ya sean individuales o sociales, por fuerza de mera sobreviviencia y como requisito insoslayable para permanecer vivos en la existencia del Universo, que es en resumidas cuentas espacio y tiempo.
El problema con lo justo es que no significa algo estrictamente equitativo, o al ras para todos, sino aquello que ayuda a modular las desigualdades inherentes a los seres humanos, por un lado; por otro lado, el problema de fondo con la Economía del Mercado Capitalista está en que cada ciclo que pasa por las tres-esferas mencionadas es de suyo des-igual y, por lo tanto, no siempre concluye virtuosamente en el recambio del dinero o del financiamiento en nuevas mercancías, sino que tiene en sus entrañas un elemento corrosivo que es la desigualdad de los valores de cambio en el mercado, al que concurren -como bien decía Karl Marx- no llevadas por sí solas, sino por mediación de “portadores (Trâgger)” que sí tienen piernas, voluntad e inteligencia para ir al mercado, mismas que al llegar a él se emancipan de sus poseedores y se empiezan a comparar con otras aun de diferente especie o clase, haciéndose al instante o más o menos escasas, y por ello mismo, re-valuándose o de-valuándose según sea el caso, y de esta manera premian o castigan su costo originario, lo que significa una pérdida o una ganancia para su productor o poseedor respectivo.
Esta endemoniada emancipación de los dueños o portadores al mercado, hace de las mercancías un poder autócrata que dicta la buena-ventura del negocio emprendido o bien su infortunio y fatal desenlace. En pocas palabras, a un ciclo virtuoso lo llamamos afluencia, abundancia, sobre-producción o Boom y a su correspondiente ciclo infortunado le llamamos pobreza, insatisfacción de la demanda, devaluación, estancamiento o simple y llanamente recesión. Otra forma de identificar el fracaso económico es el de “crisis” económica, y dado que ésta ocurre en un mercado global, sus efectos son pan-demoniadamente universales, de manera que los humildes Estados-Liberales -o libres y soberanos- quedan sujetos a las leyes inexorables del quebranto económico recesivo y, por ende, de las normas normantes del capital dirigente de los Países Centrales. Por cierto, otrora vírgenes e inmaculados de esta crisis del proletariado.
Aquello de salario remunerador, pues queda en un ideal perennemente insatisfecho, debido a la escasez sistemática de bienes y satisfactores cada vez más esenciales a la vida moderna, urbana e hiper-consumista que hoy formamos como sociedad mundial; tan de tal grado que han hecho de la alimentaria la pobreza más execrable, impensable y difundida a nivel planetario, de manera que al romper la cadena alimenticia de miles de millones de seres humanos (el Ébola es sólo una analogía), a pesar del super-dispendio capitalista en la esfera de los servicios, las tecnologías del conocimiento y de la información, de los mega-planes energéticos y de la abominable especulación financiera -como única Norma Normante del Capital-, han hecho de nuestro mundo un infierno desigual-asimétrico y empobrecedor; ¡o que demuestren lo contrario! ¿Qué necesitaría hacer México, para que su salario fuera remunerador? Olvidémonos ya de la infinitesimal desigualdad del pomposamente llamado Salario Mínimo.
Pues bien, aquí estamos. La época en que nos tocó vivir, y hablo desde el famoso Baby-Boom de los sesentas, entramos a un ciclo de sucesivas recesiones económicas que, desde luego, han impactado de manera desigual a los que ya eran de suyo desiguales. Lo novedoso de hoy día es que la crisis económica actual es de carácter global, en cuyo feo útero también está albergando a los mismísimos países centrales, que están sufriendo por igual el masivo desempleo y, por tanto, su correlato que es el salario, ahoritita sí, salario del miedo.
¿Qué falló en tan grandioso sistema económico de la globalización? Me aventuraré a decir mi opinión, que consiste en el craso, inicuo e inmoral olvido o perversión de que la mercancía-trabajo sea tasable como cualquier otra mercancía, y confundida interesadamente como un simple costo de producción (cp) -que la contaduría empresarial mercantil-capitalista registra en sus libros contables con singular ahínco-; siendo que ya desde Karl Marx se aprendió a distinguir éste de la tasa de plusvalor (pv), es decir del valor plus o ganancia que produce el trabajador, con su trabajo vivo im-pago, es decir sustraído en la esfera misma de la producción, que no en la esfera de la circulación de las mercancías, ni mucho menos en la esfera dineraria de la formación o acumulación del capital. Nos han hecho creer que el banco y sus valores financieros producen “dinero”, lo que es tan falaz como un billete de tres pesos. En la esfera financiera no se produce un céntimo de valor, (¡Eeeeeeeh, punto!). Pero, estos sesudos razonamientos, serán parte de otra historia.