El dogma máximo del salario mínimo / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Al igual que en la teoría de las expectativas económicas, no son las de un ideario máximo del consumidor final las que prevalecen, sino aquellas que impone el mercado del capital como exclusivas y necesarias. Esta paradoja nos ubica muy lejos del realismo mágico de tan acendrado gusto entre nuestros intelectuales mexicanos, iniciando con Juan Rulfo, Octavio Paz, pasando por el entrañable Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis y una pléyade indescriptible de prohombres de México; para dejarnos solos con nuestras expectativas ilusorias, en el páramo polvoriento del llano árido en que se escuece nuestra cruda realidad asalariada de mínimos satisfactores y máximos exigibles de Justicia.

Apenas batientes las alas a punto de despegar de los aguiluchos: el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, al declarar: “En el Foro Internacional: Salarios Mínimos, Empleo, Desigualdad y Crecimiento Económico, inaugurado esta mañana (viernes 15 de agosto)”, reiteró que el salario mínimo no se incrementará por decreto. El mandatario recordó que existe un rezago de 35 años en el poder adquisitivo, lo que significa que actualmente un mexicano podría comprar sólo el 22 por ciento de lo que se podía comprar en los años 70. En tanto que Salomón Chertorivski, secretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México, afirmaba que: “será para la última semana de agosto o la primera de septiembre cuando se tendrá la primer propuesta formal por parte del gobierno capitalino para avanzar en este tema, misma en la que estarán incluidos los resultados del foro que hoy inició. Y reiteró: “que para evitar inflaciones, el salario mínimo se debe desvincular como ya se hecho, de las unidades de medida como las hipotecas, los créditos para vivienda de INFONAVIT o Fovissste, entre otras cosas” (El Financiero, 15 de agosto de 2014, Economía. http://www.elfinanciero.com.mx/tag/Miguel%20%C3%81ngel%20Mancera).

Ya se había pronunciado el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, enunciando el innombrable apotegma de que nada hay, ni debe haber, ni habrá por encima del índice de productividad, o sea el rasero de entre 2.0-2.8 puntos porcentuales del PIB, como crecimiento que dicta el atorón económico vigente en el país. Y advirtió que: “las respuestas no económicas a la pregunta de cómo aumentar el salario hay que analizarlas con mucho cuidado, porque muchas veces no funcionan y pueden terminar generando consecuencias peores que las que se pretenden, de buena fe, lograr”. (La Jornada, jueves 14/08/2014, Economía, p. 27).

Para luego enumerar los tres mandamientos principales de la ley económica inamovible:“Elevar los salarios por encima de la productividad puede generar tres consecuencias indeseables”, dijo. Una es que se traslade ese aumento a los precios, lo que generaría mayor inflación y entonces eso derrota el objetivo de aumentar el salario real de las personas.

Otra es cuando las empresas no tienen la capacidad de trasladar ese aumento salarial a los precios, entonces la decisión sería simplemente correr al trabajador o no contratar ningún trabajador adicional, lo que también es sumamente inconveniente.

Una tercera alternativa, dijo, “sería que el empresario evada el salario mínimo y diga: ‘bueno, pues dice la ley que tenemos que pagar tanto más; sin embargo no te puedo pagar más, entonces te voy a seguir pagando lo que ganas’. Esto implica que al no pagar las empresas el salario mínimo, lo más probable es que tampoco lo puedan mantener en todas las instituciones de seguridad social, entonces el trabajador va a terminar sin mayor salario y quizá con menos prestaciones, y vamos a tener más empresas en la informalidad”.

Notemos que su triple apotegma y dogma salarial, al final, consiste en la consabida falacia de “argumentación por petición de principio”. Me explico. En el primer mandamiento, el supuesto aumento se traslada a los precios -que ya es una técnica-mecánica de la contabilidad empresarial capitalista al uso, sin más explicación que “me subes el salario, pos’ lo traslado a los precios de lo que produzco”, y que suban los precios al consumidor, o sea un vil factor inflacionario. ¿De veras? Y qué pasa, por ejemplo, con el renglón de la ganancia. ¿Por qué esa tasa -absolutamente subjetiva, ficticia, fuera del juego real del mercado- digamos del 20% o el 40% es inflexible e intocable?, ¿por qué no se analizan otros factores de la producción que seguramente requieren cambios y atención urgente, dígase: “reagrupar los activos del capital” (Profesor Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics, 1949, Yale University) y desechar los fallidos; la productividad, eficacia, eficiencia, creatividad, tasa de 0 Errores, etc., y que son causa directa de elevación de los costos actuales? ¿Se ha atrevido ese empresario a pensar que la elevación del salario también es un factor desencadenante de creatividad y productividad en el negocio y, por tanto, de la elevación de la ganancia que busca con avidez? Aquí la petición de principio está en que: “si el aumento se traslada a los precios, entonces es inflacionario”, y por ende todo aumento al salario es inflacionario, ¿o no?

El segundo mandamiento: En caso hipotético de que la empresa no pueda trasladar el aumento salarial a los precios, entonces “simplemente corre al trabajador o ya no contrata a otro adicional”. Esta suposición de cesar trabajadores porque resultan caros al empresario, es tan obtusa como sería cercenar los medios de producción de su propia empresa. Me cuestas más, te elimino de mi nómina, ¿De veras? No hay mayor ingenio emprendedor que tijeretear la nómina, porque “se sale de mi expectativa de ganancia bruta” y yo dijera “a lo bruto”; pues este argumento aparte de rupestre, muestra la intolerancia empresarial de haberse casado con una tasa ideal de ganancia, por encima de las realidades del mercado, y tomada como dogma incontestable de éxito y marca empresarial.

Ya no objetemos la bajeza de miras que afecta en lo social, y que esta visión implica, sino la radical intolerancia, a explorar otras vías de ganancia económica que no sea la cruda expoliación al trabajo vivo de sus empleados. Es el credo de los empresarios cuenta-chiles, que han engrosado sus bolsillos a costa de un altísimo costo para la Nación, porque no aportan absolutamente un gramo o un céntimo al auténtico colectivo emprendedor del país, ni a la formación de una mano de obra calificada. La petición de principio está en: “si me suben los salarios, pos’ corro a los obreros y que se jodan, ya no contrato adicionales”. ¿De veras es el empresario que México esperaba, o será necesario que el Estado deje de subsidiar sus injustas e inequitativas ganancias, trasladándole -por ejemplo- los costos de la educación de la fuerza laboral, por mencionar sólo un tema que es factor directo de sus ganancias “mágicas”?


El tercer mandamiento es el más elocuente de los tres. Pues si no tengo, no te pago ni aun el salario mínimo. A ver cómo se las arregla el Estado para concederte prestaciones sociales: casa, educación, salud y abasto alimentario suficiente. Y entonces… ¡que viva la informalidad! ¿De veras es arrojando a la población económicamente activa al bien llamado “ejército de reserva” del proletariado como resolveremos el problema estructural de la economía?, del cual, 28.6 millones de personas se alinean en la informalidad y representa el 57.8% de la población ocupada; mientras que los desocupados suman 2.5 millones de personas, que representa el 4.9% de la PEA a nivel nacional. Asumiendo que la adquisición de la canasta básica alimentaria según el CONEVAL asciende a $860.06, por persona a precios corrientes, en el sector rural y en el urbano debería ser de $1,231.91; y sumando el bienestar no alimentario requiere de $1,608.66 rural, y $2,526.49 urbano, esto versus el incremento del Índice de Precios al Consumidor de 4.07%, con un flagrante Salario Mínimo de $67.29 Zona A y $63.77 Zona B. ¿De veras no existe otra solución que, según la OCDE, México sea uno de los socios con mayor riesgo de pobreza pasando de 19 a 21% sobre el 9 y 11% del resto del grupo; y la CEPAL estima en 60.6 millones debajo de la línea mínima de bienestar (Panorama Social de América Latina 2013), presentado el viernes 15/08/2014? ¡Qué bueno que Carstens no nos metió un susto, sólo nos dio una asustadita!

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