Hace muchos años, una amiga convocó a sus conocidos para una venta de garage; su madre había muerto unos meses antes. Ya había vendido las propiedades y algunas pertenencias que heredó, decía que sólo le faltaba deshacerse de algunas chucherías. Fui a la venta con la intención de comprar alguna cosa, como acto solidario. Los artículos eran variados: desde joyería antigua y botellas de vino hasta restos del menaje de una casa que se adivinaba había sido primorosa.
Compré un juego de té. Uno más para mi incipiente colección. Aunque mi adultez está marcada por la nube negra del café, siento empatía por estos artefactos. Tampoco negaré que a veces disfruto un buen Earl Grey o un té verde, siempre y cuando esté acompañado de azúcar y una nube de leche.
Nunca he usado mis juegos de té, sólo son elementos de ornato. Sé que es algo ocioso, pero les profeso gran amor. Supongo que se debe a que en casa de mi abuela se exhibían en una vitrina de madera tallada. La blancura de la porcela, los colores y las formas de las teteras son un nicho de la infancia. Atesorable.
El juego de té adquirido era una réplica casi exacta de uno que tenía mi abuela. Por su forma las piezas -tetera, azucarera, cremera, tacitas y platos- parecían salidas del mismo molde, había dos variaciones: el tipo de decorado y algo más desconcertante. En la parte de abajo de los utensilios, no se veía la leyenda made in Japan (hecho en Japón) ni el emblema de la empresa, sino un extraño made in ocuppied Japan (hecho en Japón ocupado) en solitario.
Un día como hoy, 6 de agosto, pero de 1945, los Estados Unidos lanzaron una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima; días más tarde, lanzaron un segundo ataque sobre la ciudad de Nagasaki. Hoy conocemos a plenitud los efectos y las consecuencias de estas páginas negras de la historia de la humanidad. Pero solemos ignorar lo que ocurrió tras la rendición de Hirohito. El 2 de septiembre de 1945 se llevó a cabo la rendición oficial de Japón al firmarse la Acta de Capitulación Japonesa. A partir de ese día, y hasta el 28 de abril de 1952, Japón fue considerado un país ocupado.
Sé que mi juego de té fue hecho durante esos casi siete años de ocupación de Japón. Imagino que quien lo haya adquirido por primera vez, lo hizo fuera del territorio mexicano, pues nuestras fronteras estuvieron cerradas durante años. Deduzco que los emblemas desaparecieron del fondo de sus tazas debido a la desindustrialización, uno de los castigos aplicados al vencido. Adivino que el diseño occidental remplazó los paisajes orientales, que tiene mi otro juego de té, para minimizar la identidad.
Sin embargo, ambos juegos están decorados a mano. Al imaginar las manos de esos artesanos, me abruma el hecho de que hayan tenido que grabar esa sentencia: made in occupied Japan, en rojo, como si alguien hubiera retomado la idea de La letra escarlata del inolvidable Nathaniel Hawthorne. Como si alguien hubiera querido drenar los rayos del sol naciente, para entintar la humillación y restar la fuerza de una nación.
Pero no ocurrió. Japón redibujó su sol. A cualquiera le puede costar trabajo imaginar occidente sin las influencias de oriente, sobre todo de los rayos solares del mundo japonés. La tele sería otra sin los ojos inmensos, de luna, de las caricaturas japonesas. Generaciones recuerdan los pases mágicos de Señorita Cometa. En las casas y avenidas funcionan electrodomésticos, computadoras, autos, camiones, gadgets y más con marcas creadas en esa nación insular. Están además la música inaudita, la reinvención del cine de terror y la imaginería que ha enriquecido la nuestra.
Y en cuanto a lo que nos compete, la comida, basta decir la palabra sushi, que aunque es reinterpretado según la geografía donde se consume, es un platillo más propio de la cotidianidad de muchos y menos ese algo exótico que podemos paladear. Tallarines, aliños, dulces y otros ingredientes esperan en las estanterías de tiendas especializadas, pero también de tiendas de autoservicio habituales.
Es definitivo, no creo que la palabra conquista vaya a desaparecer de la civilización. Mas resulta claro que varía según las acepciones: la conquista del amante o la del guerrero. Me gusta imaginar que Japón ha conquistado al mundo amorosamente con su cultura y su ingenio industrial. Las atrocidades de la guerra no deben ser olvidadas, pero siempre será más luminoso recordar a los muertos con actos creativos, y no con rencor y sed de venganza.
Desearía que todos tuvieran un juego de té simbólico, como recordatorio de qué tipo de conquista se quiere emprender. Es lamentable que la historia se repita una y otra vez. Lo sé, decirlo es una labor inútil, pareciera que nadie puede detener esta inercia. El mundo es como un origami que se dobla y se desdobla al infinito. Por momentos, quieto, resulta hermoso.