Tenía unos diez u once años cuando leí por primera vez El diario de Ana Frank. Fue una experiencia muy especial para mí porque lo leí en el mismo ejemplar en que mi mamá lo leyó por primera vez: un libro que a mí me parecía muy viejo, un poco roto, con subrayados aquí y allá y, más emocionante todavía, con la firma de mi mamá en la primera página y en muchas otras, al azar. Me acuerdo de que eran vacaciones y yo me quejaba de aburrimiento. Me acuerdo de que mi mamá me llamó a la sala y me dijo que me iba a prestar un libro muy especial. Entonces abrió el librero que tenía cerrado con llave (oh, emoción) y me dio el Diario. Me dejó bien claro que era un préstamo y que era una historia real, lo que había vivido una niña apenas más grande que yo durante una guerra terrible de hacía no tanto tiempo. Sí, la misma guerra en la que mataron a toda la familia del tío Arnold, me dijo. Me encargó mucho el libro y me dejó leer.
El diario de Ana Frank me voló la cabeza por muchos motivos. Sí, por los motivos que podrían venir a la mente del lector (el horror de la guerra, el testimonio de primera mano, el impacto de tanta cosa espantosa en personas inocentes, en particular en niños) pero hubo algo más: me impactó saber que Ana quería ser escritora y que se dedicaba con tanto empeño a consignar en papel sus vivencias. ¡Yo también quiero!, pensé, mucho antes de acabar de leer el Diario.
Debo confesar algo: ya antes, cuando estaba en tercero de primaria, había intentado llevar un diario, aunque no me acuerdo por qué. Me acuerdo que usaba un cuaderno precioso de My melody (una conejita de la familia de Hello Kitty) y me acuerdo que el cuaderno me lo había regalado mi papá. No me acuerdo cómo fue que empecé con el diario, aunque supongo que fue idea de mi mamá, y tampoco recuerdo por qué me desanimé de él, luego de dos o tres anotaciones. La última se refiere a la ocasión en que Germán me pidió que fuera su novia y dice: “Germán se me declaró y yo le dije que no. Hice verso sin esfuerzo. Camión ratón avión casa masa pasa muñeca” y nada más. Supongo que no encontré con qué rimar muñeca, o me llamaron a cenar, o me abdujo un ovni; en todo caso, mi primer intento de diario sigue en mi librero como un trofeo a la indisciplina o a mi mayor interés en las rimas que en los novios.
Ah, pero al leer El diario de Ana Frank sentí que escribir un diario podía ser más que simplemente consignar el día a día y que, bien pensado, aunque no pasara nada espectacular el chiste era cómo lo escribía una (porque, la verdad sea dicha, la mayor parte de los días de Ana Frank eran más bien aburridos, ¿a poco no?). Así que pasé mi solicitud a la gerencia (o, dicho de otro modo, le pedí a mi mamá que me comprara un cuaderno especial para mi diario) y poco después estrené un cuaderno con apariencia de libro antiguo, con tapa dura y cerradura (¿vieron? ¡hice un verso sin esfuerzo!) en el que escribí desde 1988 hasta 1991. Me duró tanto porque no era tan disciplinada como para escribir todos los días, y muchas veces mis anotaciones eran de apenas un par de renglones; pero al menos no me detuve mientras hubo páginas en blanco. Cuando ese cuaderno se me terminó compré otro muy parecido, pero suspendí las anotaciones porque eran tiempos muy turbulentos: entré a la prepa, murió mi mamá, me empezaron a gustar más los novios que las rimas y mi diario se volvía un testimonio incómodo de cosas que era mejor que no llegaran a ojos que no fueran los míos. Ahora, cuando hojeo esos cuadernos, me arrepiento de no haber continuado: es tan grato leer quién era yo entre el 88 y el 91, y tan enigmático ver tan poco de mí en los años siguientes…
Ahora, la mala noticia: no sé cómo fomentar que los niños lleven un diario, lo siento. De hecho, varias veces he intentado retomar el hábito y nunca he podido ser tan cuidadosa como lo fui en esa época: tengo muchos cuadernos en los que hay unas dos o tres anotaciones y luego nada, ni siquiera palabras que rimen. Pero dado que llevar un diario es una buena estrategia para que los niños y niñas desarrollen su capacidad lecto-escritora, para que pongan en orden sus pensamientos y para que más adelante recuerden lo que en cierto momento era importante para ellos, supongo que vale la pena intentar interesarlos en el ejercicio.
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