PGM: centenario a la mesa (1/2) / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
15/11/2024

El próximo 28 de julio, se conmemora el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial. No lo celebramos, lo conmemoramos. Hace un siglo, el archiduque Francisco de Austria ya estaba muerto, asesinado por un nacionalista serbio. La crisis diplomática que este atentado desató culminaría en el arranque de la también llamada Gran Guerra. El 28 de julio de 1914, el Imperio Austrohúngaro intentó invadir Serbia. Los primeros movimientos correspondieron al Imperio Alemán, al invadir Bélgica, un país neutral, en su camino a París; por ello, el Reino Unido le declaró la guerra. A partir de ahí, se crean dos bandos multinacionales: la Triple Alianza (Imperio Alemán y Austrohúngaro, e Italia sólo en su inicio) y la Triple Entente (Francia, Reino Unido e Imperio Ruso). La guerra finalizó el 11 de noviembre de 1918.

Los escenarios bélicos se localizaron en Europa, África, Oriente Medio, América del Norte y Sur, China y las islas del Océano Pacífico. Por primera vez, la guerra se llevó al cielo gracias a la aviación. Más que una guerra de estrategias, fue una guerra de trincheras: de desgaste, de merma, de lenta devastación; se calcula que hubo más de ocho millones de bajas y seis millones de discapacitados. Por primera vez, también, se nombró a una guerra “mundial”. A la distancia, descubrimos el inicio de lo que hoy llamamos globalización. Las consecuencias no sólo fueron las pérdidas humanas y económicas, sino el cambio radical del mapa europeo. Los grandes imperios llegaron a su fin -no solamente el Alemán y el Austrohúngaro, sino también el otomano y el Ruso que en ese mismo periodo enfrentaron convulsiones internas profundas-, las colonias gestaron su independencia y el ambiente dio cabida a un creciente nacionalismo. Las consecuencias de todo esto llegaron a su clímax años después con la revancha de una Alemania derrotada: la Segunda Guerra Mundial.

Muchas son las aberraciones que caracterizaron la Gran Guerra, pero también quedan sus curiosidades. Como el hecho de que los japoneses y los italianos estuvieran en el bando aliado, y luego estuvieron en el bando contrario en la Segunda Guerra Mundial. O el disparador que dio pie a la participación de los Estados Unidos: el telegrama Zimmermann. La misiva fue enviada a Venustiano Carranza, presidente de nuestro país, para que se aliara con la Triple Alianza. A cambio, se le prometía recuperar los territorios perdidos de México. Pero estábamos ocupados con nuestra propia revolución y México se declaró país pacífico.

Hay una parte de la guerra que solemos omitir, y es la de la alimentación de las tropas. Tal vez no nos da curiosidad porque en tiempos de paz, para casi todos, el comer es parte de lo cotidiano. Lo damos por sentado, creemos que todos tienen un plato de comida dispuesto en una mesa o bien todos tienen acceso a algún puesto de sabrosa comida callejera. Pero la cotidianidad es lo primero que se pierde en tiempos de guerra: justo lo más sencillo, lo más ignorado y lo que se nos antoja ordinario, desaparece.

La historia no miente, muchas batallas y guerras se han perdido por malas tácticas, pero muchas más se perdieron porque los suministros fallaron. En tiempos antiguos, el reto eran las distancias y los métodos precarios de conservación. Se precisaba de un segundo ejército para transportar los suministros de miles de soldados.

Hoy en día, vemos a la milicia comer barras energéticas o rehidratar porciones empacadas al vacío: una mínima porción de estos alimentos procesados brinda energía suficiente para una jornada; pero en la Gran Guerra no fue igual. Aunque los enlatados ya existían, las cantidades requeridas para alimentar a los entonces monstruosos ejércitos eran retos de logística. En las trincheras muchas veces se tenía que cocinar. La manera en que los soldados improvisaban para construir pequeños hornos es asombrosa: piedras, tambos, lo que estuviera a la mano. Sus soluciones constituyen manuales de supervivencia, logros del diseño.

En algunos casos era viable montar una cocina en un campamento. Los soldados, a la vieja usanza, cocinaban in situ. Mas con la guerra de trincheras, la hora de la comida se modificó. Se crearon las cocinas rodantes, por lo que los soldados sustituyeron su kit de cocina por un plato y cubiertos portátiles. Los diseños varían de país a país, pero en esencia se trata de una lonchera o fiambrera la cual, al desarmarse, provee un plato-sartén, cubiertos y, en algunos casos, un pocillo. Algunos campistas sentirán familiaridad con este producto. En la Gran Guerra, y en las subsecuentes, este utensilio hizo la diferencia. Se fabricó de peltre, hoja de lata y aluminio; incluso fue bautizada: el ejército británico lo conoce como “Dixie”.

¿Qué se servía en estos platos? Los sabores dependían de la nacionalidad de los atrincherados y de los ingredientes que la guerra, nunca generosa, brindaba. Pero tendrán que esperar al siguiente servicio: sobre esos sabores hablaremos en la minuta de la próxima semana.



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