Situada en Santa Fe, en un lugar misterioso más bien parecido a una serie de fortalezas llenas de espejos y bardas, el emporio de don Lorenzo se sitúa en un moderno edificio que alberga no solamente a un grupo de personas que laboran para la panadería más grande del mundo. Ahí, ayer nos recibió este personaje, que a sus noventa y cinco años, sigue vistiendo corbata y memorizando los nombres de sus visitantes para llamarlos así, por su nombre.
No puedo negar la admiración que me provoca la leyenda que sobre don Lorenzo se ha construido, él mismo afirma que en esos dichos, le han “engordado de más el caldo”, pero para quienes sabemos el antecedente de la responsabilidad social en este país, entendemos que no hay ni un acto de exageración al referirse al empresario que fundó junto con sus hermanos y su madre, la compañía más importante en panificación mexicana, aunada a un sinfín de causas sociales todas ellas relacionadas al desarrollo social y humano de los más rezagados.
Ya en su oficina, la charla comenzó con la edad. Es un hombre que está a punto de cumplir cien años y tiene una lucidez extraordinaria. Con él se puede charlar de lo que sea y además es ameno, cosa difícil de encontrar todas juntas en una sola persona. Es un líder afirmo yo, que ha traspasado las fronteras de hacer negocios, a modificar la cultura laboral, a través de un modelo de gestión empresarial que consiste básicamente en tratar bien a las personas, buscar su desarrollo y además, pedirle a las personas que sean productivas para que el modelo sea exitoso pues sin el compromiso de los colaboradores, cualquier empresa humana en materia de responsabilidad social fracasaría. Como afirma José Manuel Núñez, un catedrático universitario, en las empresas hay dos formas de dirigir: por resultados y por personas. Cuando se decide por la segunda opción, el resultado también importa, pero lo que se busca es mucho más complejo y difícil de medir, porque el resultado importa, pero más el efecto que este resultado ha tenido en la persona.
Al llegar a las oficinas corporativas, un hombre a pasos lentos y acompañado de un asistente al que respetuosamente llama “enfermero”, salió al saludo para recibirnos y darnos las gracias por querer visitarlo. Ahí en una conversación inacabada -como todas las que se pueden tener con uno que en casi cien años tiene tantas anécdotas como una biblioteca- hablamos de los principales problemas de este país. La corrupción, la pobreza, la educación, la situación de la familia y de la dignidad de las personas en la sociedad actual. Coincidimos en todo, menos que el domingo gane Argentina el mundial. No sabemos.
Este líder dice que su éxito se debe a muchos factores, unos incluso coyunturales y no buscados, pero siempre se refiere a la empresa como un “todos” y nunca como un yo. Entre algunos regaños, nos habla de la necesidad de comprometerse con la sociedad y es muy claro cuando afirma que necesitamos a los jóvenes para lograr el cambio. “Un joven que no tiene ideales, ha dejado de ser joven”. Pide que logremos ilusionar a los jóvenes para que se finquen un futuro y que no lo esperen de otros.
Hace cuatro años estuvimos en este mismo lugar, y bueno sin duda el tiempo que no pasa en balde ha ido mermando la salud de nuestro amigo, pero es claro el objetivo: un líder no puede pedirle sacrificios a su gente, si éste no está dispuesto a hacer lo mismo.
Al concluir, nos agradece y nos pide disculpas porque tiene otras reuniones que atender, este hombre que seguro dinero no le falta y pudiendo estar descansando o llevando una vida más tranquila en otro lugar, ha decidido dedicarle los últimos años de su vida, a lo que precisamente fue su vida: la empresa y las personas que la integran.
En la travesía de arbotantes y calles llenas de ríos automotrices como lo es la Ciudad de México, me doy cuenta que no todo está perdido, pero también es claro que el camino no será pista de cuatro carriles. A este país, le hacen falta muchos Lorenzos que crean en él, incluso a pesar de esa parte de la realidad que nos quiere convencer que nada mejorará nunca. Me acuerdo de ese pasaje de la Odisea en que Ulises avizora que pasarán en su embarcación por ese lugar macabro en que el canto de las sirenas seduce a los navegantes y hace algo singular: le tapa los oídos con cera a su tripulación y él se ata al mástil para no ser encantado por esos lejanos cánticos. Todos libran con bien el tramo. Hoy se requieren líderes que no tapen con cera los oídos a sus colaboradores sino por el contrario le den vida a sus colaboradores para que se expresen, reflexionen y tengan la oportunidad de aportar. Un liderazgo real no requiere de autómatas sino de equipo, no requiere de mesías sino de inspiración. En fin.
Con gusto volveré a visitar a este hombre para seguir aprendiendo de lo que ha construido a lo largo de todos esos años y cuyo legado sin duda, vivirá por generaciones.