Casi todos conocen los versos de Federico García Lorca por su libro Romancero gitano, aunque debería ser adorado por su Poeta en Nueva York. Pero todo recorrido tiene un inicio, aun para los poetas. En sus poemas de juventud, menos conocidos, se encuentra “El canto de la miel”. Iniciemos con una cita:
“La miel es la palabra de Cristo,
el oro derretido de su amor.
El más allá del néctar,
la momia de la luz del paraíso.”
En una sola estrofa, Lorca fue capaz de sintetizar parte del simbolismo de la miel. El poema completo está disponible en la red. Siempre he creído que Lorca logró atrapar la esencia de todo lo que lo rodeaba, y de todos. Él, por sí solo, es miel para el pensamiento y, sí, para el corazón. Leamos:
“(Así la miel del hombre es la poesía
que mana de su pecho dolorido,
de un panal con la cera del recuerdo
formado por la abeja de lo íntimo)”
Pero pasemos al ingrediente, a lo que en esta minuta escurre: en efecto, la miel. Es el único alimento natural que no se descompone. Añado el natural porque creo que algunos alimentos industrializados podrían prevalecer incólumes más allá del fin de los tiempos.
La miel de abeja nos ha acompañado desde tiempos inmemoriales. De eso da prueba una pintura rupestre en una cueva de España donde aparece un hombre encaramado a un árbol robando miel de un panal. La humanidad ha dejado testimonio del hombre apicultor en la piedra, el papiro, el mármol y las hermosas iluminaciones del medioevo. Se han escrito tratados sobre su producción, sus usos y aplicaciones, y sobre su origen, mítico o no.
La miel ha sido símbolo de divinidad, acaso por su color solar o por su no descomposición. Se ha dicho que las abejas son las lágrimas del dios Ra. Según el Corán, la miel constituye el primer regalo de Dios. Para los chinos, era símbolo del centro, por lo que los platillos del emperador debían incluir este ingrediente. Ha sido considerado alimento de sabios y de dioses. Es un vínculo entre lo espiritual y lo terreno, por lo que simboliza la iniciación. En la elaboración de la medicina antigua, era el elemento base después del agua. Fue nuestro edulcorante por excelencia hasta la aparición de la caña de azúcar. Sigue siendo un ingrediente vital en la cocina y en la repostería. No bastan los dedos de las manos para enumerar los platillos que la contienen. Por otra parte, desde la antigüedad hasta nuestros días, la miel es empleada en la cosmetología. En fin, la miel es símbolo de protección, de espiritualidad, de purificación y de sanación.
A veces creo que el hecho de comparar nuestra sociedad con la colmena esconde una envidia: nuestro deseo perpetuo de lograr producir miel, es decir producir algo que es lo más cercano a la inmortalidad. Sí, la miel se ha usado como conservador, no sólo de nuestros alimentos sino también de nuestros muertos.
Sin duda se asocia con el amor. Basta recordar el término “Luna de miel”, que indica los primeros días de los recién casados y, convencionalmente, se asocia con un viaje de placer. Pero el origen del término varía: desde señalar el mes lunar propicio para las bodas, hasta las bebidas hechas con miel que bebía la nueva pareja o la miel que se les daba como ofrenda. Supongamos que era un buen augurio, aunque también se consideraba que la miel tenía propiedades afrodisíacas y era buena para la fertilidad. Lorca lo sabía:
“La miel es la epopeya del amor,
la materialidad de lo infinito.
Alma y sangre doliente de las flores
condensada a través de otro espíritu.”
Cuenta una leyenda que el día que se extingan las abejas será el anuncio del fin de la humanidad. Imagino que las cornetas del Apocalipsis sorberán las últimas gotas de miel en el planeta y enmudecerán como nuestra letra h, y de la miel pasaremos a la hiel. Pero mientras eso no ocurra, tostemos un pan, compremos caramelos o una botella de whiskey con sabor, o con suerte hasta conseguiremos un panalito en el mercado. Como sea, pero encontremos la manera de saborear un poco de sol. Va una última gota de Lorca:
“Dulcísima. Dulce. Este es tu adjetivo.
Dulce como los vientres de las hembras.
Dulce como los ojos de los niños.
Dulce como las sombras de la noche.
Dulce como una voz. O como un lirio.”