El escritor británico Aldous Huxley nos dice en su libro The Doors of Perception (Las Puertas de la Percepción), que “hay cosas conocidas y cosas desconocidas, y en medio hay puertas”. Justamente esas puertas es lo que pretendía ser Jim Morrison con sus compañeros del grupo: Ray Manzarek, Robbie Krieger y John Densmore; crear el mito. Todo esto lo imaginaba mientras escurría la arena de sus manos y canturreaba frente al tecladista Ray Manzarek las primeras líneas de la canción: “Moon light Drive” en la playa de Venice, al sur de California. Ahí empezó todo, ahí se empezó a crear el mito.
Tenía 14 o 15 años cuando escuché por vez primera a The Doors, estaba en la casa de mi buen amigo Alejandro Arenas, con quien también escuché por primera vez a Led Zeppelin, Le Orme y Supertramp, y muchos más. Sacó de entre sus discos aquel de los grandes éxitos de los Doors, lo recuerdo bien, una portada roja con la silueta del rostro de Jim Morrison, lo puso en el tocadiscos y colocó el brazo sobre los surcos del acetato, la canción que escuché fue “Light My Fire”, me gustó desde la primera nota, con ese órgano carnavalesco, muy al estilo de Manzarek, pero me gustó y ya, sin mayores aspavientos. Semanas más tarde, yo me hice de ese disco y ya escuchándolo con calma descubrí que había cosas maravillosas como: “Soul Kitchen”, “Back Door Man”, original del Willie Dixon, “Break on Through”, “When the Music’s Over”, “Five to One”, pero la que verdaderamente me dejó noqueado fue “The End”, no entendía muy bien a qué se refería Morrison con todas aquellas alusiones a la serpiente vieja con la piel fría y como de siete millas de longitud. Hasta ese momento no había leído a Nietzsche ni conocía su teoría del “eterno retorno”. Conocía, eso sí, la tragedia griega, porque mi papá me había regalado muchos libros de Esquilo, Sófocles y Eurípides, y yo los leía como poseído, así conocí la terrible historia del rey de Tebas, Edipo, pero nunca se me ocurrió pensar que Morrison se estaba refiriendo a este episodio de Sófocles, cuando en el momento culminante de “The End”, hablaba de matar a su padre y amar a su madre, sí, amarla sexualmente… muchos se escandalizaron, muchos nos escandalizamos, pero era eso, una alusión directa a la tragedia más famosa de Sófocles, y posiblemente de toda la tragedia griega.
Muy pronto entendí el fundamento literario de las letras de las canciones de los Doors, y escuchar su música fue un detonante para adentrarme más en otros terrenos literarios que yo desconocía, me puse a leer a Huxley, a William Blake, a todos los griegos, no sólo a los tres escritores trágicos y a los dos inmensos poemas épicos de Homero, leí a todos los poetas malditos, los simbolistas de la Francia de finales del siglo XIX, principalmente a Baudelaire y Rimbaud, pero sobre todas las cosas leí a Nietzsche, títulos como Así Hablaba Zaratustra, El Viajero y su Sombra, Aurora, Más Allá del Bien y del Mal, El Origen de la Tragedia, El Espíritu de la Música, El Ocaso de los Dioses, en fin, por muchos años Nietzsche se convirtió en mi escritor de cabecera, claro, para ese momento yo ya estaba en los primeros semestres de la Licenciatura en Educación y recuerdo con mucho cariño aquel comentario de un compañero de la carrera, escritor comprometido hasta la médula de los huesos, Juan Pablo de Ávila Amador (q.e.p.d.), me decía: “eres el único católico apasionado de Nietzsche” e invariablemente soltaba una carcajada después de decir esto. Pero bueno, sigamos con el asunto de los Doors.
Recuerdo la primera grabación que tuve la oportunidad de hacer en mi vida, fue en la oficina del señor José Dávila, en Radio Casa de la Cultura, (¡ah, qué tiempos aquellos!). Él me dijo: “Escribe un guión y lo grabamos el lunes”. Era sábado y yo no tenía ni la más remota idea de qué era un guión radiofónico, pero no quise preguntar, ya sabes, miedo a que te digan: ¿no sabes qué es un guión? Así que me las arreglé como pude. Llegué a su oficina a las 4 de la tarde con mis hojitas escritas a mano y un disco de los Doors, y claro, muerto de miedo. El señor Dávila me pasó a su oficina y ante su mirada inquisidora y la de su mano derecha, el buen Concho, me dijo: “pues bien, grabemos algo”. Yo estaba sudando y temblando, y recuerdo que empecé a leer lo que tenía escrito, eran los últimos versos del poema “The End” de Jim Morrison, recuerdo que me dijo: Leíste de la… (o sea que leí muy mal, perdón que no cite textualmente al señor Dávila, pero por sentido común sabes que no lo puedo hacer), pero tienes algo”, me dijo, y bueno, me quedé ahí 28 años.
Jim Morrison murió el 3 de julio de 1971 en París, y por alguna razón los Doors están íntimamente ligados a mi vida en los medios, por eso hoy los quiero recordar en este Banquete. Por cierto, mi primer programa de radio iniciaba, como ya lo comenté líneas arriba, con mi insegura voz leyendo la conclusión del poema “The End” de Morrison.
“Este es el fin, hermosa amiga, el fin. Este es el fin, mi única amiga, el fin. Me duele dejarte libre, pero sé que nunca me seguirás. Es el fin de las risas y las dulces mentiras. Es el fin de las noches en que procuramos morir. Este es… el fin”.
Al terminar se escuchaba la voz de Morrison diciendo: “The Ceremony is about to begin” (La ceremonia está por comenzar)…y así inició mi vida en la radio, con la música de los Doors.