Enseñar y descubrir - LJA Aguascalientes
24/11/2024

 

Muchos habitantes de la ciudad encuentran memorable el mes de julio por las presentaciones de fin de cursos de las escuelas y centros de enseñanza artística del ICA. En su momento, un contingente con aspiraciones similares evoca las jornadas universitarias donde los estudiantes de diversas carreras muestran sus trabajos al público. Probablemente nada de esto sucedería si faltara o disminuyera la valoración positiva de la educación artística entre ciertos sectores locales. Tanto así que, cuando no ingresan en una carrera de música, danza o teatro, los jóvenes se inscriben en cursos y talleres que no se ofrecen en sus escuelas regulares, donde, si la enseñanza en general está en entredicho, la de las artes deja mucho que desear. Además de cumplir con un acto protocolario de tipo académico y de reunir a familiares y amigos de los estudiantes en una ceremonia de índole social, este entusiasmo por mostrar avances en la formación de personas dispuestas a la creatividad también sirve para asegurarse de que vale la pena someterse a la disciplina. Sin afán de alterar la alegría de alcanzar una meta, la ocasión se presta para una mínima reflexión sobre la actualidad del trabajo artístico en el contexto de la discusión sobre la formación que reciben los estudiantes.

En este panorama adquieren importancia las rupturas y las continuidades. La profesionalización del trabajo artístico introduce en el ámbito local y regional elementos que rompen con la concepción del arte y de su enseñanza prevaleciente en el medio institucional hasta finales del siglo pasado, pero la valoración positiva de estas actividades y de sus productos desde una concepción romántica y aristocratizante permite la reproducción hoy en día de actitudes y concepciones rezagadas con respecto a las realidades más recientes.

Mientras que en el aula el arte se reduce a objeto de estudio y la experiencia estética deviene demostración de hipótesis, más allá de los muros académicos persisten condiciones adversas para el desarrollo profesional, como la ausencia de crítica, lo cual dificulta el reconocimiento serio al nivel de formación y talento de los creadores y al valor de sus obras, tanto si responden a los supuestos del arte conceptual como a los del objetual. Esto no impide la buena estima de lo artístico por el público, que en general lo consideran algo deseable, si bien a menudo por motivos ajenos a la experiencia estética y cuya legitimidad no se discute aquí, como adquirir o mantener un prestigio personal de “gente culta” o hacer un regalo.

La recepción favorable pero acrítica del arte propicia que los lugares consagrados al culto de las musas rindan tributo al nacionalismo y el regionalismo, principal justificación del poder para sostener o hundir a los creadores e intérpretes en este país. Muestra los desajustes entre la enseñanza, el trabajo y el consumo del arte, traducidos en el sometimiento de la educación a lo que Patricia Cardona (La poética de la enseñanza. Una experiencia, Cenidid-INBA-CNCA, 2012) llama “factores alejados de la creación”, la desvalorización del trabajo creativo y el elitismo de su consumo. Una realidad múltiple referida al mismo acontecimiento. Y de la experiencia liberadora que supuestamente debe proporcionar el contacto con las obras queda la repetición de gestos exteriores, consagrados por las instituciones oficiales, o la indiferencia.

Los intentos por establecer en la ciudad galerías, museos, teatros, escuelas y otros espacios culturales independientes han logrado avances importantes pero insuficientes para generar cambios significativos en la vida cultural. Implican una participación creciente de promotores y organizaciones que operan con propósitos similares y criterios diferentes a los de las instituciones. De ahí la importancia de identificar las rupturas y las continuidades en el campo artístico y de trabajos como los de Cardona, escrito de manera colectiva con varias colaboradoras.

Un problema típico de este tipo de enseñanza consiste en la “muerte de la musa” provocada por la conciencia del proceso creativo. El “impulso febril” debe coexistir con el rigor técnico sin desaparecer bajo las urgencias metodológicas, desarrollando su creatividad con las herramientas adecuadas. A partir del desaprendizaje, el alumno llega al redescubrimiento, pasa por una transformación y culmina con una autoeducación y el descubrimiento de una poética, concebida como “una autenticidad, un poder personal” que el estudiante debe concretar. Para Patricia Cardona, la poética y la enseñanza se potencian mutuamente, de manera que la musa no tiene por qué morir ahogada por la técnica.

Sin embargo, estos y otros aportes enfrentan las barreras formadas por intereses no artísticos que en la enseñanza convierten la teoría en dogma, vaciándola de su utilidad para la reflexión. Seguramente esta reducción facilita la transmisión de información en las aulas, pero en nada contribuye a la formación de artistas a la altura de los tiempos. Aunque sus familiares y amigos aplaudan a rabiar en sus presentaciones de fin de cursos.

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