¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes?
Victor Frankl. 1946
¿Se acuerda de ese libro? Supongo que eran tiempos difíciles. Eran un puñado de hombres y mujeres, de ancianos y niños en unas bodegas inmensas muriendo lentamente y con una razón irónica: eran judíos. La segunda guerra mostraba su peor parte, al parecer alguien aparecía para mostrarle al mundo que había humanos de distintas categorías. Humanos de primera y de segunda, unos asumiendo el poder, como acusando la sentencia de Weber “el estado es la institución que posee el monopolio legítimo de la violencia en un territorio”, y con ello surgen las miles de historias. De hombres que libraron la muerte y otros que la perdieron en ese lugar con la desesperanza, con la tristeza de reconocerse vencidos no por los nazis sino por su propia desesperación.
Hace ya casi 68 años de que se publicara por primera vez el libro con que he titulado mi comentario de hoy, y que se refiere a las experiencias del psicólogo Victor Frankl que tuvo en los campos de concentración nazi durante la segunda guerra mundial. Durante esa época, la humanidad -la que se pudo enterar- pudo ver que la libertad humana no tiene límites pues por un lado un grupo de hombres tuvieron la idea de eliminar las razas “inferiores” por alguna razón de “limpiar” la humanidad. Pero por otro lado, los campos de concentración, donde eran llevados los “sucios” para trabajos forzados, llegaron a convertirse en cocinas humanas para desaparecer a millones de ser humanos todos ellos judíos y ahí cada uno de acuerdo a su fuerza interior decidía luchar o dejarse morir, vencido por la tristeza. En ese libro se relata la experiencia personal de Frankl, pero también se describen métodos de la psicología ampliamente usados como la logoterapia y el análisis existencial visto desde un punto de vista resiliente más que conformista.
Al paso de estos años, la humanidad no mostró otra cara. Es decir, las guerras han sido parte de las noticias desde entonces y no ha habido mucho tiempo para la paz, supongo que hoy más por negocio que por asuntos políticos o ideológicos, pero lo resaltable es que la guerra persiste más que la polio y la malaria en los países menos desarrollados del mundo.
Me acuerdo que durante mi paso por la universidad tuve un compañero de intercambio que precisamente provenía de Alemania y pues me pareció muy sencillo y afable. Uno que nunca había salido del rancho pues se imaginaba que los extranjeros y más los alemanes debieran ser de rasgos duros y toscos en sus tratos, pero pues también supone uno que al viajar al DF todo mundo es ratero. Meras suposiciones. Ese alumno de intercambio tenía un punto sensible que era hablar de la época nazi, algo así como una vergüenza ajena sobre el pasado y que las nuevas generaciones han seguido cargando con ello sin poder superarlo, por lo que siempre prefirió nunca hablar de eso. Aquí tenemos por héroe a mi general Pancho Villa que en su momento visitaba Columbus en el otro lado nomás para “pasar lista” en los bancos. En fin.
No lo sé, pero quiero pensar que mi generación tiene algo de branding nazi, es decir, cuando se refieren a los alemanes -recién campeones del futbol por cierto- no deja de asociarlos con Hitler y el holocausto. Súmele que historias como el diario de Ana Frank o las películas como el Pianista, La lista de Schindler, o historias conmovedoras como el caso de Nicolás Winton que rescatara a más de setecientos niños de la matanza alemana, y tenemos de inmediato una tendencia relacional a estos hechos de la historia para bien o para mal. Supongo también que en aquel país, no olvidan esos hechos para que nunca vuelva a suceder -no le hace que recientemente le hayan comprado la voluntad a Grecia y a España para salvarlos de la crisis- pero quiero creer que de aquel lado no quieren otro holocausto así nomás. Sin embargo, me queda claro que hoy, el sentido y el hombre no tienen una relación segura. Quizás la guerra haya sido motivo para escribir cómo sobrevivir a los problemas sin perder la esperanza en el camino. Frankl escribía en 1946 “A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino.” Y su testimonio da fe de ello. Sin embargo, esas palabras surgidas en la crisis, hoy parecen perderse en un valle sin ecos ni resonancia.
La humanidad quizás es el único animal que no aprende fácilmente de sus errores. Se confunde en sus conceptos y busca la felicidad donde no la encontrará. Así, el ser humano pierde sentido, o no le encuentra sentido a lo que hace y eso parece ser grave: suicidios, homicidios, pobreza, violencia, guerras, destrucción de las instituciones como la familia y pérdida del respeto por el derecho a la vida, son muchos de los apellidos que podrían dársele a esta pérdida del sentido. Y sin embargo, todo parece que nos seguimos moviendo. Se cumplen las profecías marxianas aquellas que afirmaban que lo necesario era destruir a la sociedad actual y a la forma de relacionarse para poder imponer a una nueva (la pregunta que quizás nadie le hizo a Marx fue de dónde sacaría a la nueva sociedad), y eso hace que la forma en que le buscamos solución a los problemas sea cada vez más difícil. No imposible.
En recientes días ha circulado por las redes una serie de comentarios e imágenes sobre los niños muertos y las personas muertas en la región de Gaza en Palestina por parte de los israelitas (judíos) con la justificación de destruir puntos de poder de este movimiento Hamas, dedicados según ellos a restaurar el Estado Palestino en zonas que hoy habitan otros países( no neguemos que también la historia en ese sentido ha sido injusta pero ese es tema de otro día), y al final de cuentas -como si se tratara de impuestos, reformas y congresos- el ciudadano común que queda en medio del pleito, sufre las consecuencias.
El problema es que hoy, como en esos años del holocausto y citando a Victor Frankl, sigue sin haber tiempo para tomar decisiones basadas en la ética o la moral más mínimas. Hoy seguimos sobreviviendo.