El domingo pasado, la selección mexicana de futbol cayó ante su no similar de Holanda. Los países bajos no volaron ídem, y nos ganaron en los últimos cinco minutos en un partido que estuvo ganado todo el tiempo.
Este fenómeno futbolero no es nuevo. Pero según me acuerdo, desde el año 94 en Estados Unidos, no se vivía un fulgor parecido. Era toda una sensación, un equipo que apenas le alcanzó para llegar y que parecía despertaba como de un sueño. Era como si la leyenda del Cerro del Muerto en que el gigante dormido por un hechizo, de pronto reviviera y quisiera caminar hacia el horizonte. Pero esto, no sucedió.
Las preguntas claves ante la derrota de México en el futbol mundialista, las puede uno encontrar en los expertos doctores del futbol: la afición y su dualidad para transformarse en el entrenador de manera analógica y dirigir por tele-transferencia “chelera” al equipo: ¿Qué nos pasó? ¿Estamos condenados al “ya merito”? y ante esas preguntas las afirmaciones de los expertos aficionados también son: “no era penal” y “jugamos todo el tiempo contra los árbitros”.
En el año de 1993 se firmó lo que sería quizás el tratado más importante para el continente americano -antes de que las américas del sur despertaran y dejaran de vernos como el país “protector” de los países hispanos-. El Tratado de Libre Comercio trajo consigo una serie de consecuencias económicas y sociales que cambiaron la forma de percibir los mercados locales. No le quiero recordar la época de la industrialización vía sustitución de importaciones, porque en una de esas le entra la nostalgia de las televisiones de cincuenta mil pesos. Pero de regreso en el TLC, cabe mencionar que durante todo el “partido”, los árbitros, la afición y las reglas estuvieron en nuestra contra. Hoy aún, sigue siendo una disputa dispareja, pero según el que esto escribe, necesaria. Pregúntese qué hubiera sido de no entrar en el tratado. Simple: sería otro país el interesado. De todos modos tuvimos que aprender a negociar y a trabajar mejor para poder competir.
En el ámbito político el ciudadano siempre ha entrado de cambio a jugar los últimos tres minutos o ha permanecido de “calienta bancas”, jugando contra las reglas, contra el árbitro y contra la afición. Ha batallado porque seguido le marcan penales y le asignan nuevos costos al boleto de entrada y a lo que se come durante el partido, y así.
En la historia del aficionado mexicano, al parecer las preguntas que se han hecho antes siempre tienen justificación: en el 94 Mejía Barón no hizo los cambios. En el 2014 “El Piojo” Herrera hizo los cambios pero no funcionaron, en fin. En el 2000, Zedillo entregó el gobierno a los panistas y muchos lo juzgaron como traidor: hizo los cambios. En el 2012 Calderón entregó el poder a Peña Nieto y también fue un traidor, justo porque no hizo los cambios para permitir que otro (otra) de su partido le sucediera en el poder.
La vida del mexicano está llena de momentos: no hacer o hacer los cambios. El momentum de los críticos del futbol y de la parafernalia paralela a la aprobación de las reformas estructurales y sus leyes secundarias cuyas discusiones fueron y están siendo en estos momentos y seguro se aprobarán sin problemas en los próximos días, no pasó de ahí. No hubo cambios, los reclamos no pasaron del desahogo insulso que provoca la crítica que no sigue al activismo: nadie dijo nada, y menos de las amenas transmisiones del canal del Congreso. Estamos en el día 5 de que la selección perdió y se regresó, y pues, nadie ha dicho algo como: “oigan mientras estuvieron distraídos por el futbol y el mundial, aquí les dejo un resumen de lo que se ha aprobado en el Congreso”, y más porque seguro los que criticaban no tienen dicho resumen y han permanecido al margen de ambas cosas: no hicieron los cambios.
“No era penal” dicen que fue un clavado tipo Paola Espinosa el de Robben. Y las frases circularon en las redes: “#aunquenosRobben”, refiriéndose a la palabra del apellido del jugador holandés y la palabra robar. Y quizás la frase, así como el tema de hacer o no los cambios, también aplica para todo, para toda la vida del mexicano. Sin duda, es un país aguantador, porque en 2010 muchos alegaban que la profecía afirmaba que habría una nueva revolución. Es más, incluso alguien relacionó la guerra de Calderón contra el narco, como esa nueva revolución y entonces irían más de 80 mil muertos. No sé, no estoy seguro que la comparación se pueda aliar a ese tema, pero lo cierto es que la sociedad aguanta. Aguanta tanto que con esa misma esperanza de cada cuatro años, cada tres y cada seis, espera pacientemente que esta vez sí haya para “el quinto partido”, y con ello cambiar las cosas para mejorar.
De lo perdido lo encontrado. ¡Canta y no llores! Gritaba el estadio y en términos reales, qué más nos queda. En efecto, como esa película de Pedro Infante e Irma Dorantes También de dolor se canta cuando llorar no se puede. Si el análisis fuera individual, se llamaría resiliencia: levantarse después de cada derrota. Un amigo decía de una historia de alguien que toda su vida luchó “la guerra de la mantequilla”: la tenía prohibida por salud, y cada día era una “batalla”, algunos días la ganaba y otros la perdía, pero nunca se rindió, quizás hasta que la mantequilla le terminó ganando. Así, el optimismo es la única fuerza que le queda a los mexicanos y que se extiende a todas sus formas y contextos de vida: esperar a que en algún momento y por alguna razón que quizá no dependa de nosotros, las cosas cambien para bien.
En un comentario preliminar, pienso que nos hemos hecho expertos en justificaciones y explicaciones, antes que asumir la realidad reflexiva, esa que permitiría hacer los cambios. Un cambio de mentalidad por ejemplo. Y eso, también aplica para todos los momentos de la vida mexicana.
Por lo pronto revisemos los temas que se quedan pendientes: las reformas estructurales, si dejaremos de ver animales en los circos y quizás la resolución de la corte ante el tema de las uniones entre personas del mismo sexo, y bueno por supuesto, quién será el campeón de la copa del mundo 2014. Yo creo que gana Argentina, pero ya veremos.
Este texto lo escribí hace ocho años (parece que fue ayer):
DERROTADOS
El ambiente es triste,
lúgubre, hay “muerte”,
las voces se acallan,
los lamentos llegan.
Todos cabizbajos,
falta de vergüenza,
la pena nos gana,
ausencia de orgullo.
Equipo vencido
antes del partido,
desorden, desastre,
ruina deportiva.
Las caras amargas,
duele la derrota,
otra vez lo mismo,
no tiene remedio.
Jugar como nunca,
perder como siempre,
maldito fracaso,
puros “ya merito”.
Vuelven los “fantasmas”,
llegan los pretextos,
falta de memoria,
repetir la historia.
Vamos agachados,
pues no levantamos,
el ánimo, el alma,
no existe conciencia.
El rival eterno,
que todos tenemos,
es el miedo propio,
a ser triunfadores.
Autor: Lic. Gonzalo Ramos Aranda
México, D. F., mes de julio del 2006
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