Sobre Las amorosas más bravas - LJA Aguascalientes
24/11/2024

  • Un testimonio sobre la lucha diaria de mujeres valientes, de ancianas que han sabido de la vida en las calles, de la prostitución, de la soledad
  • Con este libro, Celia Teresa Gómez Ramos y Bénedicte Desrus logran rebasar los géneros
  • Más que crónica o periodismo es, sin duda, un túnel, un espejo, un vínculo que nos permite ver la realidad a través de mujeres que han vivido aquello que apenas imaginamos

 

Al principio fuimos Elena “la Tijuana”, Alicia “la Diente de Fierro” y yo…

Flor-Pluma de quetzal, Flor Preciosa. Hermana de Nanahuatzin. Diosa del maíz tierno, que preside la aparición de las flores y de las fiestas musicales. Diosa de la sexualidad femenina, las prostitutas, las flores, el placer, la artesanía, el tejido, la danza, el canto y las madres jóvenes. Xochiquétzal o Xochiquetzalli. Símbolo de la fertilidad, invocación de la belleza, de la sobrevivencia, de la buena cosecha, de la danza, de la música, de la libertad sexual. Casa y refugio.

Estuvimos las tres aquí viviendodice entusiasmada Amalia, al recordar el inicio de la casa Xochiquétzal.

Al principio, ¿qué hay al principio? Quizá la buena o la mala suerte. Tal vez un largo camino del destino. Quizá la consecuencia de una herencia rota, que pasa de generación a generación. ¿Qué lleva a la vida dura? ¿Qué lleva al dolor? ¿Cómo lidiar con el sufrimiento en un sino que no parece dejar de ser trágico? En la vida hay que seguir y seguir, “chingarle”, dirían ellas. No rajarse, ni desfallecer. Si te dejas ir, pierdes. En la ciudad hay que saber sobrevivir. ¿Qué pasará con nosotros mismos? Es la pregunta constante cada día. ¿Qué sucederá cuando el tiempo pase y nos hagamos viejos? ¿Quién se preocupará por nosotros? ¿Qué oportunidad habrá para vivir bien? El ideal: casarse, tener hijos, ser feliz para siempre. Pero todo pasa. El sufrimiento existe y está ahí justo frente a nosotros, aunque a veces no queramos verlo. Pero también la valentía, la necesidad de sobrevivir y sonreír pese a las vicisitudes de la vida.

Antes de llegar a la casa Xochiquétzal, conocí a varias: a Nora, a canela, a Alma, a Victoria, a Conchita, a la Michoacana; esas andaban por allá y nos llevábamos bien… y nos vinimos a reencontrar.

Las calles de la ciudad son venas. En ellas se conjugan todas las causas, la esperanza, la desesperanza y también el fallecimiento. Ahí te vuelves duro. Debes saber pelear, involucrarte, llegar con bien a casa en caso de tenerla. Sortear la vida, algo que alerta no sólo la mente sino al cuerpo y se aduce tan fundamental para sobrevivir. Pocos tienen la capacidad de ver al otro, de escucharlo, de involucrarse. No obstante, hay quienes logran hacerlo de forma certera. Exponernos la realidad tal como es, sin pretender que sea más. Una visión exacta.

Eso es Las amorosas más bravas. Un testimonio sobre la lucha diaria de mujeres valientes. Un recorrido por los años, por los recuerdos y la mirada. La voz del pasado en una casa, en un refugio. Xochiquétzal, las paredes que resguardan a aquellas mujeres. Esas ancianas que han sabido de la vida en las calles, de la prostitución, de la soledad y que ahora tienen un espacio que les permite respirar y unirse no sólo para hacerse más fuertes, para sostenerse, sino para conjugar las historias y el tiempo y dejar a un lado el abandono.

Celia Teresa Gómez Ramos y Bénedicte Desrus dan voz y rostro a quienes muy pocos voltean a ver. Juntas han logrado en las páginas de Las amorosas más bravas que nos adentremos en la vida de estas mujeres que, vistas a través del lente de Bénedicte, son como cualquier otra. Más allá del objeto, de las injusticias sociales de las que fueron víctimas, ¿quiénes son ellas? ¿De dónde viene? ¿Cuál fue su principio? Han aprendido a hablar, a contarlo todo. Así, con sus palabras. Y Celia, con destreza y oficio, ha sabido capturarlo todo. Juntas nos sumergen a través de las páginas en el mundo sórdido de la devastación social, de la marginación, pero también de la hermandad. Nos hacen navegar en los días del pasado y del presente, en historias duras a las que no cualquiera podría sobrevivir.


La casa se ocupó el 11 de febrero del 2006. Para las habitantes la primera responsable fue Carmen Muñoz, una trabajadora sexual que junto a Jesusa Rodríguez, al esfuerzo de la sociedad civil, del gobierno del Distrito Federal, y otras artistas e intelectuales, logró este espacio motivada por una causa justa: la búsqueda de un techo para aquellas mujeres, trabajadoras sexuales, a las que la edad les ha hecho mella sin ningún respaldo.

“Pasaron muchos años, casi dos décadas, desde aquella madrugada en la que una mujer le pidió al taxista que detuviera la marcha mientras transitaban por la avenida circunvalación de la Ciudad de México. Descendió del coche, luego de ver que algo cubierto con plástico se movía debajo de las estructuras metálicas de los puestos ambulantes, que durante el día exhiben variadas mercancías. Lo que Carmen Muñoz encontró le apachurró el corazón, se trataba de dos ancianas, colegas suyas, intentando descansar y guarecerse. Aún vería más plásticos ondear al paso. Carmen no supo cómo, pero con la suma de muchas voluntades fue posible hacer coincidir a los actores necesarios que con el producto del esfuerzo, la cooperación y el diálogo lograron encontrar un albergue”.

La casa Xochiquétzal se encuentra en lo que fue el Museo de la Fama, en la plaza Torres Quintero, en el Barrio de la Merced. Ahí todas tienen un lugar, una cama, pero también responsabilidades. Las tareas domésticas, que se realizan todos los días, se distribuyen entre ellas. Una vez a la semana les toca ayudar en la cocina, otras barrer el patio o lavar los baños. Aquello le da un sentido a la convivencia, al espacio, y una oportunidad al presente. Además, también se organizan diversas actividades, talleres recreativos de pintura y teatro, y hay pláticas sobre salud, violencia, derechos humanos o derechos ciudadanos.

En el tiempo que llevo en la casa, dice Amalia “la Micho”, jamás me he mentido con mis compañeras. Han sido bien recibidas y las respeto porque somos seres humanos que necesitamos un techo donde refugiarnos y tener un lugar tranquilo donde puedas relajarte.

Celia y Bénedicte logran penetrar en esos varios mundos que se anidan en cada una de las moradoras de la casa. El pasado, el presente, el futuro. Fue un trabajo arduo, de años. Para Desrus, que llegó antes, llevó más de 6 años de involucrarse con ellas, de tomar fotografías, de observar y saber capturar los detalles a través de una exquisita sensibilidad. Para Celia fueron un par de años de visitar la casa tres veces por semana, de conversar, de capturar los momentos justos que lograran derribar los muros del tiempo, y que nos permitieran explorar la memoria, el dolor y la profunda sensibilidad que logra captura a cualquier persona y a cualquier lector.

Las amorosas más bravas hace una reflexión personal sobre la vejez y la muerte que vuelve visible a quienes hasta ahora, más allá del deseo, pasaban desapercibidas. Es una aguda labor periodística que hacen de este libro uno de los más certeros en la crítica a la desestabilidad social y familiar, de explotación, discriminación, machismo y a la estructura social excluyente.

Antes de ese cumpleaños, un amigo de pelota de mis hermanos, pero de 26 años se ofreció a acompañarme de la escuela a mi casa… me aventó a la ladera, me tiró de las trenzas y me rasgó la falda y la pierna con una navaja. Mi hermano venía más atrás y al alcanzarnos, aquel se fue corriendo, grité, “allá va, allá va”, cuando mi hermano ya agarraba una vara y me la azotaba por haber provocado al amigo. Pensé al momento que [yo] era culpable, quería desaparecer.

¿Qué las llevó a la calle? ¿El abandono, la tristeza, el enojo, la soledad, la necesidad, la incomprensión? El libro en su conjunto, con un preciso diálogo entre palabra e imagen, nos permite conocer sus obstáculos, sus vicios, sus carencias, al igual que sus rostros y la profundidad en su mirada. Nos remonta en el tiempo y nos sumerge en sus vidas, como si pudiéramos verlas. A través de los testimonios podemos conversar con ellas y viajar a los días de su juventud, a los días en que se salieron de casa, a los días del vicio, a los días de la prostitución y a los días actuales que ahora ya también son pasado.

No recuerdo cómo llegué a la Ciudad de México después de la muerte de mi hija menor. El 20 de junio de 2004 estaba en Morelia, Michoacán, en su entierro y volví a tocar la realidad once días después en la estación del metro Viaducto, lista para aventarme a las vías. Mi hija tenía 10 años y combatimos la leucemia por cinco. Un señor notó mi intención en el metro, se acercó y me dijo sin preámbulo alguno que muchas personas vivían lo que yo estaba pasando, que me tranquilizara, y sin voluntad momentánea, me dejé llevar a comer algo a un café de chinos. Platicamos. La campana me salvó, ésa y otras veces.

Durante los años que lleva la casa han muerto algunas, se han ido otras, pero sigue existiendo el espacio [esa casa] por el que luchan todos los días. A pesar del tiempo, y del ideal de vida, de la edad, y de los años trabajados, no se detienen y pelean por vivir bajo un techo y morir con dignidad. Lejos de los hijos, lejos de la familia, y lejos de una sociedad que las rechaza, las utiliza, las olvida y las ignora. Aquí no, aquí ellas son las protagonistas, no la casa, ni el libro, ni las fotografías. Ellas son las que permiten que en estas páginas se logre conjugar una radical afirmación del ser. Esto fui, estoy soy. Parto de aquí, de ahora. Cada día es mi principio. Aunque también haya momentos en que el pasado vuelva y esté ahí, listo, para revelarse de nuevo.

En la navidad pasada, Normota se fue a un hotel de la colonia Guerrero a pasar la noche y se quedó en un cuarto viendo la televisión. Son los momentos en que el pasado no se borra y se presenta de frente, cetrino. Pero no siempre es así.

Con este libro, Celia Teresa Gómez Ramos y Bénedicte Desrus logran rebasar los géneros. Las amorosas más bravas más que crónica o periodismo es, sin duda, un túnel, un espejo, un vínculo que nos permite ver la realidad a través de mujeres que han vivido aquello que apenas imaginamos. Es un vistazo a la vida sin tapujos, y una larga conversación que nos hará ver la realidad de las calles de otro modo. Es una enseñanza, una gran lección que conjuga (como en verdad es) la vida y la muerte.

Para la tragedia o la muerte, ellas (las más bravas) son comunidad.


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