Los bandidos y la circunstancia revolucionaria en Aguascalientes - LJA Aguascalientes
17/11/2024

Por Víctor Manuel Carlos Gómez

  • No fueron víctimas, sino hombres que aprovecharon el momento y robaban para subsistir
  • Reflexionar sobre la Revolución Mexicana en el primer centenario de la Convención de Aguascalientes, más allá de lo que como proceso social nos dice, habla también de la experiencia humana y su capacidad de tomar decisiones en momentos conflictivos y convulsos

 

 

“Desesperados de ver que no tenían qué comer ni qué comieran sus familias”. Ese fue el motivo que Néstor Santos dio a las autoridades al reconocer su culpabilidad en el robo de una vaca, cuando fue detenido a principios de septiembre de 1916 por el delito de robo de ganado, el cual efectuó junto a Atanasio Méndez en dos ocasiones, pues, al terminarse la carne de dicho animal, regresaron de nueva cuenta al rancho El Refugio, perteneciente a la hacienda de Santa María de Gallardo, y extrajeron de uno de sus potreros otra vaca, la cual destazaron y se repartieron la carne. Este delito en octubre del mismo año sería castigado con la pena de muerte, pero ellos fueron exculpados y puestos en libertad. Sin embargo, de lo que no se libraron fue de ser socialmente considerados bandidos, pues en la época un bandido era quien robaba ganado o asaltaba en zonas rurales.

Los bandidos, esos hombres que robaban a los ricos y repartían el botín entre los pobres; que se enfrentaban a los hacendados, enemigos de la gente humilde a la cual explotaban; que inspiraban relatos o corridos porque, al estar fuera de la ley, representaban esa libertad tan anhelada y tan poco conocida; esos hombres, no existieron en el Aguascalientes revolucionario. Los bandidos de estas tierras no tenían ideología ni bando, nunca se unieron a algún grupo revolucionario, ni intentaron reformar de alguna manera el orden de las cosas, sino que, su causa era el beneficio personal.

No fueron víctimas de las circunstancias, tan cruentas para muchos habitantes del estado, sino hombres que aprovecharon el momento y robaban para subsistir, atacando a la gente humilde del campo; no a los grandes propietarios, sino a quienes cuidaban y transportaban sus propiedades, pastores, arrieros y jornaleros, personas que se ganaban de forma honesta la vida y que en ocasiones estaban indefensas y veían cómo actuaban los bandidos con impunidad. Por ello se les despreciaba y temía, por eso carecían de honor y representaban lo peor de la sociedad, también, por esto, en la época era una ofensa llamar a alguien “bandido”.

En Aguascalientes, los bandidos no se caracterizaban por ser asesinos, sin embargo, no todos eran inofensivos como los arriba referidos. Por ejemplo, en septiembre de 1911, José López asaltó a Francisco Torres y violó a la esposa de éste; también, en 1912, Damasio Suárez, vecino de Jesús María, fue atacado por un grupo de nueve individuos que “iban embozados”, los cuales “lo agarraron y lo amarraron de las manos”, lo golpearon y le dijeron “que lo que necesitaban eran mil pesos”. Uno de los testigos del asalto declaró que “se supone que cuatro de ellos eran de aquí, del pueblo”, pues los reconoció por la voz. Como vemos, gran parte de la mala fama pública de los bandidos se debía a estos sujetos que atentaban no sólo contra las propiedades, sino contra las personas.

Los actos de los individuos antes descritos ejemplifican de gran forma el problema del bandidaje en Aguascalientes entre los años de 1911 y 1920. Esto porque, en medio de la guerra que el país experimentaba, la cual pudo verse y vivirse forma más intensa en los campos del estado, existieron sujetos que eligieron el camino de la delincuencia, de la cual el bandidaje forma parte, como medio para salir de la paupérrima situación de vida en que se encontraban, sobre todo en 1916, año del robo antes mencionado, al cual se le conoce en la Historia estatal como “el año del hambre”.

Sin embargo, que estos actos pudiera llevarse a cabo no dependía totalmente de la elección individual y del impulso criminal que orillaba a la gente del campo a escabullirse de noche en algún rancho, abrir los corrales y robarse un animal, o bien, esperar agazapados en la curva de un camino la oportunidad de asaltar al primer arriero o transeúnte que pasara por ahí. También, para que la acción delictiva pudiera materializarse, hizo falta que el gobierno estatal perdiera su capacidad de control social y que existiera un deficiente sistema de seguridad pública. Eso pasó en Aguascalientes como consecuencia de la lucha armada y de la mano de las reformas revolucionarias.


El estado atravesó un periodo de carestía debido a que, a partir de 1911, la producción de granos (como el maíz) descendería a casi un tercio de lo producido anteriormente, llegando a tener un nivel crítico entre 1916 y 1917. Esto mismo fue una consecuencia de la intervención de las haciendas dictada por los gobiernos carrancistas, convencionista y villistas, lo cual provocó la paralización de los trabajos del campo, pero también, por los actos de especulación realizados por comerciantes y algunos propietarios del estado, quienes elevaban los precios de productos de consumo básico conforme la necesidad aumentaba, siendo la clase trabajadora la que más lo resintió. Esto porque los precios se elevaban día tras día y los salarios eran insuficientes para cubrir las necesidades básicas.

En estos años de guerra, donde la violencia era cotidiana en muchos lugares del país, esta severa crisis alimentaria colocó en una situación de hambre a muchos de sus pobladores. Dicha necesidad fue la que orilló a diversos sujetos a delinquir. En los campos del estado algunos optaron por el bandidaje; ese fue el caso de Inocencio Flores quien, en agosto de 1916, se unió a Exiquio Salas e Irineo Dueñas, para robar una vaca debido a que, según sus palabras, “teníamos hambre”. También reconoció que “la recogimos con objeto de comérnosla”. Días después del robo, fueron capturados mientras “comenzamos a cocer un pedazo de esa carne que ya estaba corrompiéndose”.

Como hemos dicho, otras situaciones, que van más allá de lo meramente individual son las que explican el porqué muchos de estos actos pudieron llevarse a cabo. En gran medida, las zonas rurales donde residían esas personas que carecían de recursos suficientes para alimentarse no contaban con una presencia policiaca suficiente para cuidar del orden público, lo cual se debió a que las tropas del ejército apostadas en esos lugares y su gendarmería eran movilizadas a la ciudad capital para protegerla de posibles ataques revolucionarios, dejando sin resguardo las cabeceras de los municipios, y sobre todo, sus rancherías. Asimismo, no contaban con suficientes gendarmes, pues los ayuntamientos no podían solventar sus sueldos, ya fuera por incapacidad financiera, o bien, por los malos manejos que los regidores hacían de los fondos municipales.

Asimismo, no existía una estrategia coherente y homogénea para vigilar, perseguir y aprehender a los delincuentes en los partidos, ya que, para otorgarle autonomía a los municipios, el gobierno carrancista suprimió la Jefatura Política el 25 de diciembre de 1914, medida que en Aguascalientes se aplicó legalmente hasta julio de 1915. Con ello, prácticamente todas las funciones de los jefes políticos pasaron a ser responsabilidad de los presidentes de los 8 municipios del estado y los 32 comisarios que en la práctica las realizaron. Con ello, el poder de seguridad pública se fraccionó y desarticuló, pues no existía una figura que lo concentrara, administrara y vinculara con el gobierno del estado.

Debido a todo esto, en los años más agudos del problema de subsistencia (1915-1917), fue casi imposible mantener en control amplios sectores del territorio estatal, principalmente en las rancherías de los municipios foráneos, lo cual permitió que los actos de bandidaje se multiplicaran y en conjunto, conformaran un fenómeno social que llegó a representar un verdadero problema de seguridad interna para el gobierno estatal. Aunque cabe considerar que, los bandidos vistos como agentes de inseguridad, provocaron que se tomaran medidas extraordinarias para reprimirlos, las cuales contribuyeron en la pacificación del país y en la creación del nuevo Estado mexicano posrevolucionario.

La historia del bandidaje en Aguascalientes, durante los años de lucha revolucionaria, es en sí una historia de necesidades vinculadas con el desorden y los reajustes políticos, pero también, una de elecciones. Esto porque fue una estrategia de sobrevivencia, una opción entre las muchas otras que pudieron haber elegido ciertos individuos en situación de miseria, individuos que fueron capaces de encontrar una solución a los problemas que los aquejaban. Reflexionar sobre la Revolución Mexicana en el primer centenario de la Convención de Aguascalientes, más allá de lo que como proceso social nos dice, habla también de la experiencia humana y su capacidad de tomar decisiones en momentos conflictivos y convulsos.


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