- Entrevista a Felipe Montes, autor de Yerbabuena
- La obra de Montes gira en torno a las posibilidades del lenguaje y nos lleva de la mano por las profundidades y las carencias del alma humana
La joven editorial regiomontana de 27 Editores publicó a finales del año el libro Yerbabuena del escritor y profesor Felipe Montes, quien retoma una historia real acontecida en un pequeño pueblo tamaulipeco a principios de la década de los sesentas del siglo pasado, cuando dos pequeños delincuentes de poca monta llegaron a esa empobrecida localidad para hacerse pasar como sumos sacerdotes de una nueva religión basada en extrañas ideas sobre dioses antiguos, reinos perdidos y tesoros escondidos. Los hermanos Santos y Cayetano Hernández iniciaron así con esta pequeña secta compuesta por los habitantes del ejido de La Yerbabuena (alrededor de 50 familias) que lograron controlar por un tiempo, pero ante las primeras manifestaciones de descontento viajaron a Monterrey a buscar prostitutas que quisieran formar parte de la farsa. Ahí se encontraron con Magdalena y Eleazar Solís (su proxeneta) con quienes regresaron al pueblo en donde presentaron a Magdalena como la encarnación de una diosa. Con el pequeño detalle de que Magdalena se lo creería.
Historia de locura colectiva que terminaría con el asesinato y la mutilación de varios de los creyentes disidentes, le permite al escritor y director de la cátedra de Creación Literaria del Tecnológico de Monterrey, Felipe Montes (Monterrey, 1961), seguir reconstruyendo la historia de la ciudad de Monterrey, obra que abarca diferentes etapas y que se ha venido publicando poco a poco en forma de libros independientes, pero que en realidad conforman un solo libro: “Monterrey”.
Entre las obras de Montes destacan El Enrabiado y El evangelio del niño Fidencio que retoman diferentes etapas de la ciudad de Monterrey, pero que destacan, al igual que Yerbabuena, por el manejo del lenguaje, en el que la prosa se convierte en un torrente poético que nos lleva de la mano por los violentos hechos que trastocarán para siempre la vida de esta pequeña comunidad rural, en donde por un momento la locura se instaló y convirtió a sus habitantes en víctimas, sí, pero en muchas casos también en culpables.
La obra de Montes gira en torno a las posibilidades del lenguaje y nos lleva de la mano por las profundidades y las carencias del alma humana, para desentrañarnos que tanto los sentimientos religiosos y la violencia están íntimamente conectados con nuestro lado más irracional, más primitivo.
“En 1963 en un ejido cercano a Monterrey, en territorio del estado de Tamaulipas, hubo un par de hermanos que con engaños no muy bien elaborados lograron persuadir a una comunidad de 50 familias del ejido de La Yerbabuena de rendirles tributo económico y en un lapso menor de un año empezaron a generar explotación laboral, con el pretexto de que había un tesoro escondido en un cueva cercana y posteriormente explotación sexual para terminar con fenómenos como canibalismo, pederastia y todo en un lapso en una parte de unos cuantos años, lo que yo hago es retomar y la recreo esta historia, pero no hizo falta inventar gran cosa, a lo que me dediqué fue pulir a través de la riqueza de la lengua española toda aquella escena que fuera de extrema violencia o de extrema majestuosidad para convertir aquella atrocidad en parrafadas que tuvieran la calidad que busco influido por Góngora y García Lorca, busco que la lengua nos aporte esa belleza pero no para edulcorar la violencia que aparece en la novela, sino para no olvidar que la literatura es un arte”, nos cuenta el autor vía telefónica en entrevista.
Javier Moro Hernández (JMH): El lenguaje es un elemento central de esta novela, y de toda tu obra en general, recuerda muchísimo a la poesía culterana, es un libro construido como un extenso poema pero que nos cuenta esta historia terrible.
Felipe Montes (FM): Es un desafío no dejar de contar una historia pero no reducir una novela sólo a la historia, porque creo que la mayor parte de la literatura que hay no busca aprovechar las ventajas que la lengua nos da, sino que más bien busca entretener al lector o en el mejor de los casos, hipnotizarlo, pero la hipnosis no es completa o no es una experiencia estética completa mientras el lenguaje no sea tratado con el respeto y con la creatividad que se merece; yo me enfrento a los verbos, a los sustantivos, y descubro que la lengua tiene mucho que dar que lo leemos actualmente.
JMH: ¿Cómo es el trabajo de creación literaria a partir de una historia que parte de la realidad pero que es recreada a partir de la lengua?
FM: Primero recopilé entrevistas, de sobrevivientes o de gente que sin haber estado en los hechos directamente vivía en los pueblos aledaños, busqué datos en periódicos y encontré una obra de teatro que está basada en los hechos pero que omite todo detalle sexual y violento, y eso me dio unas 500 páginas de información en bruto, en desorden, y a partir de ahí empiezo, esculpí en el bloque escribiendo y organizando toda aquella masa, y eso me llevó tres años y medio; una vez que la historia está organizada cronológicamente me puse a tumbarle calificativos, a alargar o acortar las oraciones, a reducir párrafos, a incurrir en repeticiones deliberados, me doy cuenta que la obra va tomando forma, y tengo que decir que es un fragmento de un poema muy largo que estoy haciendo desde hace muchos años, en el cual los hechos sangrientos de La Yerbabuena son solamente un detalle, pero le llamamos novela para entrar en el mundo editorial de una forma más o menos ordenada.
JMH: Toda tu obra está entrelazada en torno a la historia de la ciudad de Monterrey, ¿de dónde surge esta idea y cómo planeas reconstruir esta historia?
FM: Inicio con la lectura que hice del Popol Vuh cuando tenía trece años, y me di cuenta que era una composición hecha en el siglo XVI pero que aprovechaba las leyendas y la mitología de los ancestros maya-quiché y me enamoró porque me di cuenta que además de la Biblia hubieran libros que se dedicarán a narrar cosmogonías, a narrar teogonías, y a partir de ahí me hice un coleccionista de libros sagrados y de libros y poemas épicos, y eso es lo que estoy tratando de hacer, es decir, si tuviera que buscar un modelo tendría que ser la Biblia o la Teogonía de Hesíodo, pero con un español que quiere agradecerle a Góngora lo que hizo y a los poetas de inicio del siglo XX también, como Huidobro, García Lorca, Ortiz de Montellano, Xavier Villaurrutia, y que he titulado como “Monterrey” y que estoy publicando en forma de libros con fines editoriales, pero que al final todo debe quedar en una sola obra sin división de capítulos.
JMH: Yerbabuena es una obra que sí tiene una estructura poética, que sí recuerda a éstos grandes poetas que ya has mencionado, sin embargo jamás se olvida del lenguaje popular que hablan los personajes, el poder del lenguaje no está separado de su cotidianidad.
FM: Sin pretender hacer una investigación sociolingüística, ni buscar antropología del lenguaje, sí busco la belleza dentro de las expresiones populares, cuando considero que la expresión popular sirve para los fines de la obra entonces la incluyo, la aprovecho y busco no modificarla, busco incorporarla al resto de la belleza de la obra, busco naturalizarlo todo y convertirlo en un solo bloque homogéneo que nos hable de algunos hechos que ocurrieron hace un tiempo pero que, redactados en presente, ocurren ante los ojos del lector.
JMH: Uno de los temas que retomas en este libro es la religiosidad popular que nace en este lugar, pero que retomas esta parte que puede surgir, nacer en cualquier lugar.
FM: Es una religiosidad que parece que tenemos todos los seres humanos imbuida en nuestro cerebro, en la parte más primitiva, y nuestra inclinación hacia crear religiones a partir de sucesos o de engaños o de secretos o de misterios de la naturaleza se presentan en todas partes, y una vez que alguien llega con un buen germen además llega a un terreno fértil, así que en realidad esta religión de La Yerbabuena es una derivación de otra religión que es “El Fidencismo”, que atiendo en otro libro que se llama El Evangelio del niño Fidencio, de modo que los dos libros están conectados íntimamente en ese sentido, sin embargo Fidencio vivió y murió siendo bueno, en el sentido tradicional de la palabra, y los hermanos Hernández y los hermanos Solís, murieron siendo sanguinarios.
JMH: La violencia que retratas, que se desarrolla en la historia, termina siendo brutal en muchos aspectos.
FM: Visto ya el libro después de que lo publicó 27 Editores me di cuenta de que es una alegoría de cualquier religión actual, hay escalas distintas y contextos, pero puedes encontrar que con bases en verdades que tienen muchas mentiras entrelazadas una institución puede ser capaz de engañar a muchas personas por un tiempo largo o corto y dominarlo al grado de disponer de sus vidas a voluntad.
JMH: Pensaba en esta gran obra larga, completa sobre Monterrey, es una recreación necesaria que podría cambar la visión que se tiene sobre la ciudad, esta historia romántica que se cuenta de que “es la ciudad que nació en medio del desierto y que gracias al fruto del trabajo venció todas esas dificultades”.
FM: La historia de Monterrey es la de una ciudad con baja autoestima que quiere resolver a golpe de dinero, esta historia de que era un desierto y de que vencimos al desierto pues es una romantización, porque en realidad era un vergel y nuestra presencia fue lo que le echó a perder y lo convirtió en desierto, bajando los mantos freáticos para su uso industrial, entonces una vez que “vencimos” a la naturaleza, las industrias florecieron y se convirtieron en un orgullo que ahora se están vendiendo a empresas extranjeras y hay una especie de decepción en la gente, pero en medio de ese Monterrey cuya industria se va convirtiendo cada vez más en un recuerdo, aparece esta conversión de Fundidora en un parque-museo y otras cuestiones de infraestructura y una juventud que están convirtiendo todo eso en un lugar mucho más interesante, que están recuperando una vocación estética, artística; entonces yo creo que Monterrey está transformando esta visión solamente industrial a algo más interesante, algo que nos recuerda lo dicho por Don Alfonso Reyes: “La sombra de un muerto-dios pesando sobre el mundo”.