El primer museo de Aguascalientes se encuentra en uno de sus municipios. Si en la capital resulta difícil que la población acuda a los espacios culturales, en una población de segundo o tercer orden esto se convierte en una hazaña heroica. Sin embargo su directora Yolanda Hernández concibió una manera de hacerlo que modifica la lógica de este tipo de espacios y, en lugar de exhibir contenidos ajenos al entorno, presenta precisamente aquellos que lo caracterizan, especialmente sus habitantes. El pasado 29 de mayo se inauguró la exposición “El presente de nuestro pasado”, integrada con fotografías de María Raquel Soria Santillán e Iván Puga González, en el Museo de la Insurgencia, ubicado en Pabellón de Hidalgo, municipio de Rincón de Romos, con motivo de los 50 años de este espacio cultural, fundado el 17 de octubre de 1964, lo que lo hace el museo más antiguo del estado. Ocupa lo que alguna vez funcionó como la Casa Grande de la antigua Hacienda de San Blas en Pabellón de Hidalgo, recientemente declarada por la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad, como parte del Camino Real de Tierra Adentro.
El lugar cuenta con un museo de sitio, una sala de exposiciones temporales y un jardín botánico. El museo de sitio está integrado por dos salas; en una se exponen objetos relacionados con la agricultura, la minería y los textiles, actividades florecientes en la región y en la ex hacienda de San Blas de Pabellón, fundada en 1730; en la otra se exhiben muebles, objetos y fotografías personales de Manuel M. Ponce, reconocido como padre de nuestro nacionalismo musical. Por su parte, el jardín botánico contiene especies de la región. Este lugar se encuentra en la Ruta de la Independencia, pues aquí estuvo el Padre de la Patria después de la dolorosa derrota en la batalla del Puente de Calderón. Y aquí los cabecillas del movimiento independentista lo despojaron del mando supremo del ejército insurgente. Una de las piezas más valiosas del museo consiste en el “Acta de Sentencia de degradación del Señor Hidalgo”, del 29 de julio de 1811.
La exposición inaugurada el pasado 29 de mayo consiste en fotografías en blanco y negro de los habitantes del lugar, tomadas en el lugar y enfatizando el sentido identitario de la mirada. Algunas de éstas se reproducen en gran formato en la fachada del museo. El sentido identitario de la mirada proviene de una relación con el contexto, en la que se seleccionan los objetos pertinentes, de acuerdo con la etiqueta de “habitantes” o “lugares” de Pabellón de Hidalgo. De acuerdo con esto, el trabajo de los fotógrafos comenzó desde la selección de sus objetivos y la elección del blanco y negro sobre el color, como condiciones definitivas y definitorias del proyecto, asumidas al aceptar la invitación de la directora del museo.
Esta exposición también responde a un concepto específico: la fotografía captura un instante en el flujo incesante del tiempo; cada vez más, ese instante se hunde en el pasado desde el presente. Esos rostros niños, ancianos, jóvenes muestran al visitante que la verdadera riqueza del centro cultural está en el sitio que reserva a sus habitantes. Y este sitio se explica por las relaciones de la institución con el entorno: abiertas a la participación de la población, como destinatarios de los servicios culturales que se ofrecen. Pero la población también participa en la exposición como la fuente de las imágenes y, por tanto, como lo que la nutre de contenidos vitales. Y también esto le otorga a la exposición de Raquel e Iván un sentido más amplio que el mero autorreconocimiento en esos espejos donde el tiempo se ha detenido.
En efecto: al colocar las imágenes de los habitantes del lugar en el museo se ha buscado llamar la atención de las personas sobre el recinto, procurando establecer vínculos emotivos y simbólicos con el espacio. Dedicado a la preservación de momentos privilegiados de nuestra historia, el lugar está cargado de una memoria que, sin embargo, corre el riesgo de perderse, tanto si el lugar deja de recibir visitantes como si el hecho memorable queda petrificado en un discurso oficial, que lo segrega de la vida cotidiana y sólo legitima al actual régimen como resultado de los acontecimientos evocados.
Hacer de los habitantes el objeto de esta exposición tiene también el sentido de mostrarlos como protagonistas de su historia, entendida como las huellas más características de su paso por el mundo. Espectadores de sí mismos, la gente reconoce las imágenes de sus vecinos y las suyas propias, tal como aparecen ante la mirada de dos fotógrafos que interpretan un concepto de Yolanda Hernández. La exposición quedará permanentemente expuesta al público. Más que evocar el ayer, el pasado de nuestro presente invoca al futuro, cuando la memoria de hoy adquiera su verdadero sentido.