David G. Berlanga. Ni villista, ni zapatista - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

Por Gloria Villegas Moreno

 

Durante los años de la lucha armada la imagen de la Revolución Mexicana se forjó como un episodio fundacional; reelaborada sucesivamente por los gobiernos que se proclamaron sus herederos, para fincar en ella su legitimidad, exaltando selectivamente figuras paradigmáticas y “episodios estelares”; edificaron, además, el estereotipo de una revolución lineal y única. La investigación publicada por el doctor Luciano Ramírez Hurtado, Aguascalientes en la encrucijada de la Revolución Mexicana. David G. Berlanga y la Soberana Convención, se inscribe dentro de esta nueva historiografía, por su rigor académico y las propuestas interpretativas que contiene.

El generoso corpus documental que sustenta esta obra se encuentra articulado por tres ejes: el pensamiento de David Berlanga, la Revolución en Aguascalientes y los primeros tiempos de la Convención.

Para lo primero, Ramírez Hurtado aborda a su personaje, bajo el supuesto de que era un intelectual, aunque por las circunstancias de la época ostentaba el grado de teniente coronel; es decir, pertenecía a aquel conjunto formado por quienes se autodenominaban “ciudadanos armados”, emulando el lenguaje de la Revolución Francesa. Así, a partir del acopio de una información, tan rica como dispersa, que se encuentra en acervos documentales y hemerográficos, el autor ofrece al lector la más completa semblanza de un personaje, hasta ahora, escasamente estudiado, de tal manera que, a la luz de su trayectoria juvenil, Berlanga resulta una figura arquetípica de las “clases medias”, cuyo ascenso propició el régimen porfirista, bajo el supuesto de que el progreso del país quedaría asegurado cuando contase con un sector social semejante a la burguesía europea.

El segundo eje que despliega es el que corresponde a la Revolución en Aguascalientes, para cuyo seguimiento, al igual que en el resto de la obra, consultó estudios y rescató la información de diversos fondos documentales pertenecientes a la administración pública, las instituciones eclesiásticas, además de que recurrió con amplitud a la prensa, para reconstruir el escenario en el que Fuentes y Berlanga forjaron una empatía política de tono radical.

En el marco de una narración que combina el entorno político y el transcurrir de la vida social en el estado, Luciano Ramírez muestra el destacado papel que tuvo Berlanga como “orador, periodista, conferencista y asesor intelectual en materia de decretos revolucionarios”, pues si, como ya se ha indicado, David Berlanga fue secretario de Gobierno durante la gestión de Fuentes, simultáneamente publicaba en la prensa y era orador de combate, experiencias que, en conjunto, dieron solidez a sus ideas, como lo prueban los artículos aparecidos en el diario La Evolución.

Del mismo modo, son piezas esenciales para reconstruir el pensamiento del profesor coahuilense, los discursos que pronunció en diversas circunstancias. Uno de los que analiza nuestro autor, resulta particularmente ilustrativo por la posición asumida por Berlanga en ese tiempo, pues se proponía reanimar el fervor revolucionario, denostando al pueblo de Aguascalientes por su apatía, ya que “en cuanto el ejército federal abandonó la ciudad, la gente debió volcarse a las calles para saquear las casas y comercios de quienes ayudaron al huertismo, así como fastidiar a la clericalla, cerrar los templos y transformarlos en escuelas”.


Para comprender la actuación de Berlanga en la Convención -organismo sin precedente en la historia del país- Ramírez Hurtado despliega el tercer eje de su investigación, abordando con amplitud y profundidad, las condiciones en las que se produjeron los encuentros y desencuentros en el seno de la asamblea, “crisol hirviente” en el que habrían de fundirse las corrientes revolucionarias, como la llamó Roque González Garza, delegado del general Francisco Villa a la mencionada Convención.

El ambiente festivo, las imágenes que circulaban en la prensa de la nueva “meca” revolucionaria, así como las tensiones políticas prevalecientes, son el escenario que Ramírez Hurtado recrea para abordar el momento en el que los convencionistas tuvieron que enfrentar los grandes dilemas nacionales y para explicar la posición asumida por su biografiado: el profesor coahuilense ejerciendo la independencia de criterio que le enorgullecía expresó -como solía hacerlo- su opinión acerca de algunos de los asuntos políticos más delicados en aquellos momentos. Por ejemplo, en la discusión que se produjo alrededor de la participación de los civiles en la Convención, objetada por la mayoría de los generales, Berlanga tomó el partido de los primeros. Es evidente, como lo señala nuestro autor, que el asunto era de la mayor relevancia, pues se planteó sobre la base de que quienes habían hecho la Revolución debían conducir la reorganización del país. El coahuilense, al igual que Luis Cabrera, defendía la tesis de que la dictadura de Porfirio Díaz y del gobierno “ilegítimo” de Victoriano Huerta no sólo habían sido derrocados por la fuerza de la armas, sino ambos tenían la certeza de que las ideas fueron decisivas para lograrlo.

Otra de las posturas que, sin duda, concitó enemistades al profesor coahuilense, fue la que asumió acerca de los términos en los que se debía integrar la representación del Ejército Libertador del Sur a la Convención pues, contrariamente a las pretensiones del general Felipe Ángeles y del coronel Roque González Garza que buscaban otorgarle preeminencia a los zapatistas para debilitar el poder de Venustiano Carranza, Berlanga apeló a la congruencia que debería tener la asamblea respecto de sus propias determinaciones, pues sostuvo que no podrían participar en la Convención sino aquellos que se comprometieran a cumplir con sus acuerdos. En el curso del debate, utilizando un tono irónico, el brillante orador dejó al desnudo las contradicciones en que incurría Ángeles, quien no ocultó su profundo desagrado por la actitud de Berlanga, pues estuvo a punto de impedir que los zapatistas se conviertan en una fuerza política que definiera el rumbo de la asamblea.

Las intervenciones del teniente coronel, quien contaba entonces con 28 años, “se caracterizaron por una amplia independencia de criterio y apego irrestricto a sus ideales y convicciones revolucionarias”, utilizando “un lenguaje combativo distante de cualquier pretensión aduladora” y que dejaba en claro que “el profesor revolucionario perteneció, sin lugar a dudas, a ese grupo de la facción constitucionalista que siempre mostró interés por darle un contenido social a la lucha”.

La firmeza con la que se expresó en asuntos cruciales demuestra, como afirma Ramírez Hurtado, que el controvertido coahuilense pertenecía al “tercer grupo o fuerza política en la Convención de Aguascalientes”, ya que no estaba comprometido con la facción carrancista muchos menos con la villista, aun cuando coincidió con ciertos planteamientos y propuestas de unos y otros”.

Lo anterior quedó, además, claramente expresado en el tenor del resto de las intervenciones del delegado norteño. Así, por ejemplo, consideraba indispensable que la Convención contara con un reglamento y cumpliese, lo antes posible, su compromiso de elaborar un programa de gobierno. Asimismo, salió en defensa de la libertad de prensa, que para algunos delegados constituía un factor de perturbación, argumentando que si se pusiera “una mordaza a los escritores comenzaríamos por fundar una tiranía”. Pero éstas y otras ideas expresadas en sus artículos, como la de que era necesario abandonar “los prejuicios y las tradiciones, para investir con la Primera Magistratura a quien no haya llevado la dirección del movimiento revolucionario”, quedaron condensadas en el Programa de Gobierno que concibió como una aportación para guiar las deliberaciones convencionistas y del que Luciano Ramírez hace un acucioso análisis, otorgándole su justa dimensión.

La propuesta programática de Berlanga no llegó a discutirse, aun cuando por haber circulado entre los delegados, seguramente algunas de sus ideas sirvieron de inspiración o fueron asumidas por varios de ellos. La mayor parte de los puntos que incluía eran, como lo constatan muchos otros textos de ese tiempo, la expresión de las preocupaciones que flotaban en el ambiente político del momento, si bien formuladas en un tono beligerante y con un lenguaje radical. Es posible que, dado el curso que tomaron las deliberaciones, la discusión del programa en los términos y tiempos propuestos por Berlanga hubiese contribuido a despejar el tortuoso camino que tuvo que recorrer la Asamblea.

Los dos últimos meses de vida del delegado norteño fueron los primeros de la Convención y su asesinato, dice Luciano Ramírez, el epitafio de la Asamblea, porque fue el motivo de la ruptura entre el general Eulalio Gutiérrez, su presidente y el Jefe de la División del Norte, conclusión a la que llega tras haber cumplido su propósito de desacralizar personajes y acontecimientos.

Resulta evidente que la Convención y Berlanga constituyen dos dimensiones de la realidad histórica mexicana de ese tiempo, dos puntos imprescindibles para comprender el papel de los intelectuales en la lucha revolucionaria. No es casual, en consecuencia, que un apartado de El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán el novelista lo hubiese dedicado a la muerte del profesor coahuilense:

Sin salir de su asombro por la imperturbalidad del convencionista norteño ante el pelotón de fusilamiento, Rodolfo Fierro -lugarteniente y pistolero del general Villa- hizo a Martín Luis Guzmán una sobrecogedora revelación: “Acabo de matar a David Berlanga… Y créame usted que lo siento”.

La orden, como lo precisa el pormenorizado relato que Guzmán escuchó de labios del propio Fierro, provenía del general Francisco Villa, quien irritado por las críticas de Berlanga y los adjetivos que lanzaba a sus hombres, llamándolos salteadores y bandidos, dictó sentencia: “A esos perritos que andan ladrándome y queriendo morderme el calcañar voy a aplastarlos”.

En la indignación de Martín Luis Guzmán, otro de los intelectuales más notables de la época, así como en la elogiosa evocación que hace de Berlanga, al rememorar el momento en el que tuvo al frente a su verdugo, reverberan la pregunta y la respuesta, intercambiadas por ambos tras la confesión de Fierro: “¿por qué?”… “por órdenes del jefe”.
Texto publicado originalmente en el año 2004 como Prólogo para el libro de Ramírez Hurtado, Luciano. Aguascalientes en la encrucijada de la Revolución Mexicana. David Berlanga y la Soberana Convención. UNAM. Esta aportación es un resumen de la publicación original. Gloria Villegas Moreno era en ese momento catedrática y directora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.


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