El circo con o sin animales es una discusión social desde hace tiempo en todo el mundo, y uno de los debates políticos actualmente en boga en la Ciudad de México debido a la reforma de la Ley de Espectáculos Públicos de dicha entidad. Por una parte se encuentran quienes se asumen como protectores de los animales y por otra la industria circense; aunque ambas agrupaciones han manifestado su preocupación por asegurar condiciones de vida digna para los animales, los defensores de los animales han tachado de especista a este giro económico, aunque en algunos de sus discursos también se encuentran elementos “antropocentristas”, por ejemplo: el ser humano como responsable del cuidado del medio ambiente o como elemento que debe convivir en armonía en su ecología (en este caso se pierde de vista al homo faber con la capacidad de transformar su entorno); es decir, se plantean utopías que si bien abonan a establecer proyectos, en ocasiones no permiten un análisis más amplio de la realidad existente y la próxima.
Sin embargo, el mundo, como el tiempo, cambia y fluye. Si bien gracias a nuevos cuestionamientos existe una conciencia ambiental, la cual se demuestra a través de 144 protestas internacionales de 2006 a 2013 según una investigación de la Universidad de Columbia; estas acciones en pro de la naturaleza tienen su razón por las afectaciones de los seres humanos a su entorno, es decir, por el desencanto de la modernidad y el impulso del individualismo en la posmodernidad, por lo que los animales se han transformado en objeto de canalización de culpas, desconfianza y decepción por el otro. Debido a esto no podemos negar el debate sobre los derechos animales, incluso algunos plantean que preferirían ver a un niño padecer hambre por la capacidad de defensa en potencia; argumento que no se puede leer de forma literal, sino como un texto en el cual el humano no es inocente por su inteligencia, algo similar al pecado original en la tradición cristiana.
El punto central de discusión es evitar el sufrimiento animal, por lo que también algunos grupos han comentado que desde hace 25 años ya no existen domadores, sino entrenadores, e incluso ya se cuenta con veterinarios profesionales como parte de los circo; pero tampoco se puede negar que sigan existiendo prácticas de maltrato y fenómenos de hacinamiento; y por otro lado, según los registros formales de la industria circense plantean el subsidio de 50 mil empleos y el resguardo de 2 mil 500 animales. ¿Pero cuáles serían las alternativas o nuevos escenarios ante la nueva disposición?
El circo nació como un centro de acrobacias humanas ecuestres en 1768 en Londres, pero con el descubrimiento de zonas fuera de las urbes, los exploradores quedaron fascinados ante las culturas “extrañas”, su fauna y flora, por lo que los animales se fueron trasladando para su exhibición, una forma de transmitir el conocimiento distante. Sin embargo, por la naturaleza del circo, un contramundo para exacerbar las capacidades de lo racional: la disciplina corporal, el autocontrol y el dominio de lo salvaje; también se quiso humanizar a los animales por lo que se amaestraron. Sin embargo, con la expansión de las formas de comunicación, como el ferrocarril y el telégrafo, los animales parecían algo ya común; por lo que se insertaron como atracción a los “infrahumanos”, los freak, personas con enfermedades que alteraban o condicionaban su físico, lo que en el ideario del siglo XIX y XX era un monstruo. Con el avance de las revoluciones sociales y en especial la lucha contra el racismo, una nueva consigan se irguió en el mundo, desplazando a este tipo de espectáculos, pero los animales quedaron al interior de los circos.
Ahora con la reforma del circo sin animales, ¿qué ocurriría con los mismos? Una de las opciones sería su retorno al mundo silvestre, pero ya no están adaptados para sobrevivir. Por esta razón, se requiere reestructurar los espacios del Estado para atención animal y establecer nuevos lugares de cautiverio, es decir: centros de readaptación animal para la vida silvestre, con mayor presupuesto y una nueva postura política, pues no se puede negar esta nueva politización de la conciencia sobre los no animales en la posmodernidad.
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