Muchas personas suelen decir que van a los conciertos de música clásica para relajarse, en lo que a un servidor respecta, esto carece por completo de valor, para relajarme, prefiero quedarme en casa. La música clásica no es para relajarse, es para vivirla intensamente, para disfrutarla, para apasionarse, para llorar y, por qué no, hasta para sufrirla. Fue el caso del quinto concierto de la segunda temporada de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, posiblemente porque se interpretaba una de mis obras favoritas de uno de mis compositores favoritos, me refiero a Johannes Brahms. En esos momentos de profunda emoción deseas que todo salga bien y que ningún factor externo a la música opaque la interpretación, por ejemplo, un teléfono sonando, un niño llorando, una tos inoportuna, que con una facilidad extraordinaria, podrían echar a perder una decente audición, todo equilibrio es tan frágil dentro de una sala de conciertos, que la tensión es inevitable, ahí, en la intimidad de la butaca.
No me había sentido así, con tanta tensión en el desarrollo de una obra, desde que el maestro Román Revueltas hizo una lectura excelsa de la Sinfonía Novena de su alteza real Gustav Mahler, y de esto ya pasaron, por lo menos seis años. Ahora, con el Concierto para Violín de Brahms me sucedió algo parecido, sobre todo en la cadenza y posteriormente en los tres encores que Domenico Nordio nos regaló después de su exquisita ejecución del Op. 77 de Brahms. Afortunadamente ese celular sonó, aún cuando el sonido local del Teatro Aguascalientes solicitó apagarlos o ponerlos en modo de silencio, justo después de terminarse el concierto y antes de iniciar el primero de los tres encores, que en todos los casos fueron movimientos de sonatas para violín solo de Johann Sebastian Bach, así que pudimos disfrutar de la música sin atropellos o desafortunados distractores, excepto por los generados por el propio maestro Domenico Nordio, que durante los primeros compases del Concierto para Violín, durante el prolongado tutti con que inicia esta sublime partitura, señalaba con dedo acusador a alguien entre el público, mientras que con su cabeza hacía un gesto de desaprobación, la verdad no supimos qué fue lo que disgustó al maestro, pero sí logró distraernos del inconmensurable deleite de escuchar la música sin esos agentes externos, aun cuando es el propio solista ese agente externo, no sé, me pareció de mal gusto ya con el maestro David Pérez Olmedo trabajando con esta partitura.
En el papel, este es uno de los concierto más atractivos de toda la temporada y la ejecución no decepcionó, tanto la Sinfónica, como el solista y el director estuvieron a la altura de las obras programadas.
El concierto inició, como ya se ha mencionado, con el Concierto para Violín y Orquesta en Re mayor, OP. 77 de Johannes Brahms y después de intermedio disfrutamos de la Sinfonía No. 8, OP. 88 en Sol Mayor de Antonin Dvorak, estructurada en cuatro movimientos: Allegro con brio; Adagio; Allegretto grazioso – molto vivace y Allegro ma non troppo. Sin la menor duda, una programación pretenciosa y más aún, sabiendo que el solista para el concierto de Brahms era el violinista Domenico Nordio, italiano, originario de Venecia y con una talento inobjetable. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que hizo una interpretación virtuosa de un concierto al que no podemos darle el calificativo de virtuoso, me refiero al modo del segundo concierto de Paganini, conocido como “La Campanella”, es decir, no exige malabares de parte del solista, no es espectacular, pero sí pide una profundidad, un dominio técnico absoluto y una sensibilidad a flor de piel para lograr una buena ejecución. Eso fue lo que hizo el maestro Nordio, tocar con una convicción y una intensidad sorprendente.
Después de cumplir con su compromiso, regaló a la entusiasmada audiencia tres ejecuciones más a modo de encore, como ya lo hemos comentado líneas arriba, fueron tres movimientos de sonatas para violín solo de Johann Sebastian Bach.
Después del intermedio disfrutamos de la Sinfonía Octava, OP. 88 en Sol mayor de Antonin Dvorak, una partitura que canta mucho, tiene una gran cantidad de melodías que hacen de esta obra una verdadera delicia, una sutil caricia para el oído. Cuando vi el programa general de la segunda temporada del año en curso me llamó la atención esta quinta fecha, pero debo ser sincero, lo primero que se me ocurrió pensar fue en la juventud y, tontas conclusiones mías, en la supuesta inmadurez del director huésped, pero no, afortunado error el mío, el maestro Pérez Olmedo no se dejó inhibir por el tamaño de las dos partituras que tenía en su atril, ni por la estatura gigantesca de quien habría de oficiar como solista, estuvo a la altura de todo con lo que tuvo que trabajar: solista, orquesta y de la música que había que interpretar. Un verdadero placer ver a un director tan joven, no creo que llegue a los 30 años de edad, resolver con tanta solvencia tamaños compromisos.
Para la próxima semana, la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes será dirigida por su titular, el maestro Román Revueltas Retes con un programa que incluye el Doble Concierto para Clarinete y Viola, OP. 88 en Mi menor de Max Bruch, y la Sinfonía No.6 en La Mayor de Anton Bruckner, “el Juglar de Dios”. La cita con su majestad la música es el viernes 20 de junio de 2014 a las 21:00 horas en el Teatro Aguascalientes, la casa de nuestra Orquesta Sinfónica. Por ahí nos veremos si Dios no dispone lo contrario. Hasta entonces.