El hecho de que el villano principal en Batman Returns (1992) sea el Pingüino, genera un buen producto para debate sobre la diferencia en las sociedades occidentales, en especial en aquellas que a pesar de decirse democráticas, como la norteamericana, aún guardan en su germen un fuerte sentimiento de exclusión basado en las desigualdades, xenofobia, racismo, discriminación, son sólo algunas de las notas que aún se yerguen en ese pueblo (en realidad en casi toda la humanidad); sólo recordemos las palabras del dueño de los Clippers: “Puedes dormir con ellos (refiriéndose a gente negra). Puedes traerlos aquí, puedes hacer lo que te dé la gana. Lo único que te pido es que no los promociones… y que no los traigas a mis partidos”.
La trilogía actoral Pfeiffer-De Vito-Keaton es un lujo, y si bien para muchos el papel de Michelle Pfeiffer como esa gatúbela hiper-mega sexy podría opacar al Pingüino, desde mi perspectiva la contundencia de Danny de Vito (en uno de los mejores papeles que ha interpretado) actuando como ese amargado, resentido y excluido personaje que habita las alcantarillas de Gotam, lo transforma en un supervillano de antología, hasta podría catalogarse más que villano como un antihéroe de izquierda pues su venganza se centra en la sociedad burguesa de ciudad Gótica.
Mientras que Batman sigue enfrentándose a seres igual de psicológicamente inestables que él (recordemos en Batman (1989) cómo la inseguridad emocional es lo que vincula tanto al Guasón como al propio hombre murciélago con la reportera que caracteriza Kim Basinger), aparece en ciudad Gotam alguien que podría opacar la imagen del justiciero: una persona que por sus malformaciones fue excluida por sus padres, enviada al caño literalmente, pero que regresa a perdonar y a reinsertarse en el mainstream, transformándose, bajo la dirección de un heathunter de la política, en el candidato por excelente para presidir el ayuntamiento, seguramente de la mano de los olvidados, que en la capitalista y burguesa Gotam se puede adivinar son mayoría.
Como dice Alfonso García Figueroa: “La tolerancia encierra invariablemente una tensión, pues supone la aceptación de algo que rechazamos y es importante recordar que ‘aceptar’ no significa aquí resignarse”, en este sentido hay una tensión muy clara entre los diferentes, los enemigos de Batman y él, el héroe, la encarnación del semidios posmoderno en el gentleman huérfano. Estas diferencias y problemáticas con los villanos (que de alguna simbolizan las resistencias de diversos grupos sociales y raciales en Norteamérica) son magistralmente retratadas por Burton con un matiz que asombra, muy realista, por ello no es raro que en diversos momentos de la trama congeniemos y simpaticemos con las causas de los villanos, y es que ¿quién no se identifica con el Guasón traicionado y lanzado al ácido? ¿Con el Pingüino rechazado por su discapacidad física? ¿O con la Gatúbela que sufrió de un duro acoso sexual laboral? Esta situación de empatía no la experimentamos en cambio con la trilogía de Nolan, pues cae en los maniqueísmos propios del cine gringo, la mayoría de sus personajes son extremos de la maldad o el bien.
Y sin embargo, y a pesar de esos guiños a la otredad, Batman no deja de ser un americano común y corriente, enfrascado en los placeres capitalistas y viendo a los extranjeros como cosas curiosas, y terminará remitiendo a todos esos criminales, a esos en muchas veces representantes de grupos excluidos, a las celdas de Arkham, porque a la única que quisiera perdonar, Gatúbela, es precisamente por ser el modelo de Barbie (la mujer ideal del american way of life) que personifica a la perfección la guapérrima Michelle Pfiffer.
En el fondo Batman quiere perdonar a sus enemigos, él es diferente como ellos, incluso sectores de la sociedad lo rechazan y exigen su captura, y sin embargo su sentido moral no deja de recordarle que es un WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant), al final de cuentas se sabe parte de esa selecta clase multimillonaria que puebla el universo, Forbes lo ubica como el octavo personaje de ficción más rico del mundo. Todo esto provoca que al final acabe con los deseos del Pingüino de ser alcalde, que frustre sus planes para secuestrar a los primogénitos de la clase alta, y que finalmente provoque su muerte con todo y pingüinos como cortejo fúnebre. Una vez más Batman no escapa a su sentido burgués más recalcitrante, Gotam y su derechista forma de pensar no logran congeniar la diferencia.