Es verdad que nuestros cercanos parientes, los primates más desarrollados, no merecen ser comparados con nuestras antihumanas conductas racistas; aunque las noticias diarias provenientes de todas partes del mundo dan cuenta de la barbarie en la que vive sumida la humanidad que se pretende moderna, desarrollada y evolucionada. Muy especialmente en los países del norte, aunque los rasgos sociales primitivos, atrasados e inhumanos, aunque ciertamente parece un exceso verbal calificarlos como “animales”, se manifiesten en todo el mundo.
Ejemplos mediáticos sobran: en España, el mulato Dani Alves, jugador brasileño del Barcelona FC, sufriendo una vez más insultos racistas desde el cobarde anonimato de las gradas que motivó las condenas unánimes de diferentes instituciones europeas y de los ciudadanos en redes sociales; empezando por el enorme gesto del propio jugador, que tuvo los arrestos para recoger un plátano de los que le tiraban y comérselo como si nada ocurriese. Pero en la civilizada Europa ocurre también entre ciudadanos comunes: payos contra gitanos y gitanos contra payos, autóctonos contra “moros” o “sudacas” y “moros” contra negros.
Otro ejemplo reciente está en la sanción de por vida de la NBA al blanco y millonario Donald Sterling, dueño del equipo Los Ángeles Clippers, después de pedirle a su joven novia, negra o tal vez mulata, por cierto, que no invitara negros a su palco para ver el juego de su equipo. Hay mucho más en ese país, paradigma mundial del racismo: la mayor población carcelaria es negra o latina en el país que más presos tiene en el mundo, o que según ha podido documentar la estadística recogida por diferentes estudiosos e instituciones en México y Estados Unidos, hay un patrón sesgado y racista de detención y deportación de “latinos” o “hispanos” indocumentados en Estados Unidos que supera al de otras etnias, y que lógicamente incide con mayor frecuencia en los mexicanos. Dos millones de deportaciones a México sólo en lo que va de la administración del demócrata Obama dan cuenta del evidente racismo del gobierno de nuestros “socios” y vecinos.
Y claro que acá no cantamos mal las rancheras: desde cosas tan aparentemente banales como el uso generalizado de tintes de cabello rubios entre la población, en un país donde la gran mayoría de su gente es morena y de cabello oscuro; hasta las históricas matanzas y expulsiones de chinos en Chihuahua, Sonora o Baja California a principios del siglo pasado, pasando por la “moderna” compañía Aeroméxico, que convoca a castings de personal donde no quiere que comparezca gente morena; o la ahumada señora Robles Berlanga, Secretaria de Desarrollo Social, quien declara públicamente que no se dará apoyo institucional a mujeres indígenas que tengan más de tres hijos, o un ilustre y desconocido funcionario de la delegación de Sedesol en Aguascalientes que se definió en redes sociales como: “el asote (sic) de las mugrosas”. Casi parece de risa si no fuese porque son cosas muy serias.
Porque el carácter francamente racista de la sociedad mexicana es incuestionable, evidente y notorio desde frases de uso generalizado como: “más ladino que un indio”, o “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”; por más que se quiera invisibilizar el racismo con el falso discurso de que la mexicana es una sociedad mestiza. Y aunque el racismo mexicano es de asimilación y no de segregación, como fue en su día el apartheid sudafricano, el problema es que se da todos los días como opción social válida.
El estado mexicano, casi ausente de la necesaria discusión y debate público sobre el racismo en México, suscribió en 1975 la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, pero muy poco ocurrió a nivel institucional entre ese lejano 1975 y 1996, año en que se creó la CONAPRED, órgano oficialmente encargado de combatir la discriminación, misma que evidentemente no sólo se hace por el color de la piel, sino por sexo, edad, nacionalidad o preferencias sexuales.
Y aunque los grupos sociales más discriminados en México son paradójicamente los originarios, es verdad que poco se habla de otras discriminaciones menos notorias. Nadie o casi nadie recuerda la notoria sangre negra de Vicente Guerrero o de José María Morelos, hoy fácilmente reconocible en las facciones de muchos mexicanos. Menos de Gaspar Nyanga o simplemente Yanga, esclavo gabonés fundador de la primera colonia de negros libres en Veracruz: San Lorenzo de los Negros, allá por 1575.
Dicen diversos especialistas que parte de la solución contra el racismo pasa por exponerlo públicamente: hacerlo visible, cuestionarlo y denunciarlo. Hagámoslo sin dudarlo en todo tiempo y espacio público.
@efpasillas