Hace más de diez días, justo el tres de mayo, falleció Gary Becker. Nadie puede negar que su pensamiento es una gran influencia en el mundo intelectual de nuestros días. También lo es en la forma de gobernar, de hacer políticas sociales. Éstos son motivos de sobra para discutir sus planteamientos y vigencia en la actualidad. Acá un intento.
Gary Stanley Becker fue un economista estadounidense, profesor de la Universidad de Chicago y uno de los más importantes representantes, sino es que el más, del liberalismo económico. Estudió en la Universidad de Princeton y concluyó sus estudios de doctorado en la Universidad de Chicago.
En las ciencias sociales, el gran aporte de Becker reside en la implementación del instrumental económico para discutir la naturaleza de los individuos. Matrimonio, divorcio, decisiones de fertilidad, altruismo e inversión en la educación de los hijos circunscriben sus principales temas de análisis. Todo esto bajo un enfoque de racionalidad basada en los costos y beneficios que el individuo considera para tomar sus decisiones.
Según los postulados de Becker, el individuo, cuando toma sus decisiones de consumo, no sólo lo hace para satisfacer sus preferencias y necesidades, también decide como un productor de sus propias satisfacciones. Es entonces que el consumo se convierte en una actividad de empresa en la cual el individuo, con base en su capital disponible, producirá su propia satisfacción.
Un individuo alimentado, sano y con mejores niveles de educación asegura un capital humano que, para el mercado, lo convierte en alguien más productivo, con la posibilidad de generar mayores ingresos en el largo plazo. De acá nace la retórica tan sonada de que un país con mejor capital humano será más productivo para él y para la sociedad en su conjunto. Esto pone el bienestar del individuo antes que el bienestar colectivo.
Gracias a este análisis y a su influencia en la forma de gobernar, nace lo que Foucault llama el empresario de sí mismo. Incluso, en su crítica al neoliberalismo nacido en la escuela de Chicago, Foucault le da mayor importancia al pensamiento de Becker que al de Milton Friedman o Theodore Schultz, quienes fueron sus profesores.
Si llevamos estas posturas al ámbito de las políticas públicas más transversales que se han implementado en la región durante los últimos 20 años, en especial las políticas sociales (específicamente las que se orientan a la superación de la pobreza), los gobiernos han dado vida al agente calculador (antes señalado como el empresario de sí mismo), donde los diversos dispositivos socio-técnicos emprendidos (encuestas, criterios de focalización, implementación, transferencia de recursos y evaluación) responden a incentivos que buscan modificar cognitivamente a la persona, bajo la lógica de que su realidad es una anomalía de origen individual (ajena a la sociedad) y que la superación respectiva también vendría dada por un desempeño individual. Volvemos a la sustancia del análisis de Becker: cada individuo se constituye en una empresa cuyo capital es el propio Capital Humano. Al respecto, la evidencia se ha cansado de señalarnos que para lograr el desarrollo no basta con esta perspectiva propia del mercado.
En fin, la creencia instalada de que un “individuo” sano, mejor alimentado y más educado incidirá directamente en una mayor productividad del Estado, estemos de acuerdo o no, se la debemos en gran parte a Gary Becker.
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