Si bien existen algunos intentos de llevar a la pantalla grande al hombre murciélago, es definitivamente en Batman de Tim Burton (1989) donde se cristaliza en todo su esplendor la base de la historia que el cómic se había encargado de hacer mito, es la mejor por el conjunto de factores que en ella concurrieron. Sé que para los fans más nóveles, el de Nolan marcará parteaguas, sin embargo es Burton quien mejor encarnará las características de ese personaje, que lo dará a conocer a las masas que prácticamente habíamos llegado a él de una forma chusca, hasta cierto punto ridícula, a través de la divertida serie de Adam West .
Si el cómic habría dado a Batman un semblante visual gótico que Tim Burton comprendió perfectamente y simplemente plasmó con la cámara, una de sus grandes aportaciones al superhéroe será el aspecto musical, el tema principal no sólo es una obra maestra, sino que condensa en cada nota la esencia del superhéroe, corrió a cargo de Danny Elfman, compositor de cabecera de Burton y además padre de otros clásicos musicales como el tema de Los Simpson. Jack Nicholson como el Joker es una auténtica obra de arte histriónico, homenajeando su propio papel del detective en Chinatown (1973) su demencia es exquisita sin llegar al exceso desequilibrado del de Ledger que raya en la falsedad. El periodismo es objeto de culto en toda la cinta: cámaras réflex, máquinas de escribir, consulta de fuentes secretas, una oda al viejo estilo anterior a la informática y el internet.
Tal vez la parte del gentleman es la que más me gusta, pues Burton no sólo ve a Bruce Wayne como un playboy, a diferencia de la trilogía de Nolan que lo pinta como un hombre de lujos, mujeres y lugares trendy, el también director de Marcianos al Ataque (1996) se preocupa por la parte cultural que va ligada a las clases burguesas de las grandes manchas urbanas como Ciudad Gótica o su álter ego Nueva York, la mansión Wayne está repleta de grandes obras de arte. En una aparente cita romántica en el museo de la ciudad, el Guasón se hace presente mientras envenena con gas a los concurrentes, incursiona con su banda en el museo y en un auténtico Hapenning (uno de esos finos toques de humor de Burton) comienza a destruir-intervenir (“habrán sus mentes” dice a sus secuaces) las obras pictóricas, cuadros de bailarinas de Degas o el Washington de Stuart, sin embargo se detiene en Figura con carne de Francis Bacon, del cual dice “Este cuadro me gusta” (otro toque delicatessen del director). No deja de ser interesantísima la secuencia, Burton demuestra su amplio conocimiento de la escena postmoderna del arte que pone en entredicho el valor estilístico de las obras llamadas clásicas, que incluso lleva a artistas a destruirlas como una nueva forma de expresión, pensemos en Ai Wei Wei haciendo polvo jarrones de la dinastía Ming y más recientemente en Cecilia y su Ecce homo, ahora que ha sido reconocida como coautora de la obra o al menos se le comienzan a pagar regalías por la intervención. En este mismo sentido, la elegancia del Bruce de Michael Keaton se refleja en su deportivo y elegante -sin por ello perder su rudeza de auto de combate- batimóvil en contraste con el horrendo y tosco tanque de guerra que maneja Christian Bale.
La maestría de Burton llega a límites impredecibles, su historia deja de lado los inicios (que retomará Nolan) y se concentra en el modus operandi del murciélago: su justicia. Y es importante aclararlo, una justicia muy a su modo, tal vez como debería serlo, pues como ya ha acotado Kelsen, no es fácil definir el concepto justicia. La sed de venganza del murciélago se confunde con su sentido de equidad, de hecho cuando encuentra al Guasón en lo alto de la catedral, le dice claramente “voy a matarte”; después de una feroz lucha, con Batman al borde del precipicio y el villano a punto de escapar, logra asirlo a una gárgola que terminará proyectándolo al vacío, ni una detención en flagrancia o una legítima defensa, estamos en presencia de un homicidio agravado.
Tal vez el punto medular de su justicia es la forma en que los norteamericanos entienden el concepto, pues para nadie es un secreto que su legítima defensa está basada en la gran cantidad de armas que poseen no sólo como nación en el aspecto militar, sino los civiles, por lo que disparar en contra de otro ser humano es diferente que en el resto de América, y entonces ya entendemos porque su Batman armado hasta los dientes es justiciero y no vengador, como sería en realidad para nuestros sistemas jurídicos latinoamericanos.