Te diré algo, no tienes por qué saberlo ni yo por qué contártelo, pero de todos modos te diré algo: a pesar de mi admiración casi devocional por Inglaterra, la puntualidad no es exactamente una de mis virtudes, claro, en el caso de que tuviera alguna, y fiel a esa situación, siento que he llegado tarde, he sido impuntual a mi cita con la historia.
Yo nací cuando ese fenómeno social llamado “beatlemanía” apenas empezaba a tomar forma, de hecho, y conservo el recuerdo con sorprendente frescura, la primera vez que supe de los Beatles fue cuando yo tenía unos 5 o 6 años, debe haber sido en 1968 o 69, no sé, pero recuerdo estar parado de la mano de mi papá en aquella tienda, no sé si la recuerdes, estaba en la calle Juárez, hoy Andador Juárez, se llamaba La Casa de Vidrio, estaba un póster muy grande colgado de la pared, yo le pregunté a mi papá que quiénes eran esos que estaban ahí, él me contestó: “son los Beatles, un grupo de rock de Liverpool”. Seguramente aquella respuesta poco o nada significó para mí, al menos en aquel momento, pero por alguna razón ese evento se me quedó grabado en la memoria, más que grabado, tatuado.
Esa fue una buena época para el rock, finales de los años 60’s, algunos de los mejores discos se editaron en aquellos años, Frank Zappa saluda al mundo de la música con su enorme disco “Freak Out”, The Cream estaba ahí con “Disraeli Gears”, los Rolling Stones sacaban su álbum “Beggars Banquet”, último con Brian Jones y que, por cierto, da nombre a esta columna. Jimi Hendrix y Janis Joplin apenas echaban las primeras e incipientes miradas al mundo del rock, Jimmy Page estaba intentando reestructurar a los Yardbirds, seguramente sin saber que ese intento de reestructuración lo llevó a formar uno de los grupos más sólidos, poderosos y contundentes en el mundo del rock, claro, estoy hablando de Led Zeppelin. Fue la época de aquella verdadera genialidad, el álbum “Super Sessions” de Mike Bloomfield, Al Kooper y Stephen Stills. Bob Dylan, fuente de inagotable talento, seguía escribiendo su inmortal historia con discos como “Highway 61 Revisited”, “Blonde on Blonde” y “John Wesley Harding”. Los Beatles le ponían color al “Verano del Amor” con el Sgt. Peppers. Jim Morrison seguía los consejos de Aldous Huxley y abría las “Puertas de la Percepción” para cruzar los límites de lo conocido y lo desconocido. Ya se había celebrado el Monterrey Pop Festival y estaba por realizarse el de Woodstock y un poco más tarde el de la Isla de White, al sur de Inglaterra, era la luna de miel de aquella generación del “Flower Power” y del “Peace and Love”.
Todo esto sucedía en el mundo de la música mientras yo hacía la tarea lo más rápido posible para estar listo a las 5 de la tarde y poder ver despreocupadamente “Batman y Robin”, aquella serie protagonizada por Adam West y Burt Ward, y el “Túnel del Tiempo”, “Los Pioneros”, “Los Invasores”, “Los Locos Adams”, “La Familia Patridge”, los “Banana Split” y “El Show de los Monkees”. ¿Te imaginas? Miles Davis grababa el enorme “Bitches Brew”, The Who ofrecía uno de sus mejores conciertos en la Isla de White y yo viendo a los impostores Monkees en la televisión. Fue algunos años más tarde, en la segunda mitad de los 70’s, que me enteré que mientras yo veía comerciales de “Lily & Ledy” en la televisión, el mundo de la música ofrecía algunas de sus mejores creaciones. Es inevitable pensarlo, ¿cómo hubiera sido mi vida de haber tenido 18 años en 1970? No sé, entrar al terreno de las especulaciones es asunto estéril, pero te lo comento, paciente y fiel lector de esta columna, porque con frecuencia siento que llegué tarde a mi cita con la historia. No recuerdo cómo se llama ese fenómeno de extrañar algo que no vivimos o no conocimos, tiene un nombre, pero no lo recuerdo, pero eso es exactamente lo que me sucede, por ejemplo, cada vez que veo en el documental fílmico de Woodstock al guitarrista de Ten Years After, Alvin Lee, cuando al terminar su presentación toma una sandia y abandona el escenario, siento como si estuviera viendo algo que realmente viví, o cuando escucho a Scott McKenzie cantar la canción “San Francisco” de John Phillips, es como si hubiera vivido en carne propia el “verano del amor”, con esa despreocupada felicidad que caracterizó a la generación de los colores y las flores, pero no, yo tenía sólo 4 años en 1967 y no tenía la menor idea de quiénes eran aquellos greñudos que vi en un póster en La Casa de Vidrio.
Pero no, definitivamente no llegué tarde a mi cita con la historia , tuvieron que pasar algunos años para entender que “Mis días y mis años” parafraseando a Luis González de Alba con su crónica sobre el movimiento estudiantil del 68, tienen su propio encanto, he visto por el espejo retrovisor aquellos acontecimientos que me hubiera gustado vivir siendo joven, pero he vivido otros igualmente apasionantes, la caída del Muro de Berlín y el fin del comunismo en Europa Oriental y algunos buenos festivales de rock, no como aquellos, claro que no, pero vi el “Live Aid for Africa” o el “Live Eight” en los veranos del 85 y 2005 respectivamente.
Esta es mi época y debo disfrutarla con intensidad, aunque definitivamente sería imposible dejar de extrañar esos “años maravillosos” que me pasaron de noche, porque yo tenía sólo 5 o 6 años de edad.