En este país, los lectores de libros están dejando de ser una enclenque minoría para convertirse en una especie en vías de extinción. Hoy en día, la lectura de libros, una práctica que jamás ha alcanzado a las mayorías, es una actividad en la que participamos menos de la mitad de los mexicanos. Y no hablo al cálculo: de acuerdo a la más reciente Encuesta Nacional de Lectura, cuando cuestionaron a los individuos que cayeron en la muestra ¿Actualmente lee o no libros?, el 53.8% respondió que no. En promedio, cada persona de doce años y más lee menos de tres libros al año. Así que, de entrada, sé bien que no serán muchos cuando afirmo que acabo de leer un librito que, si se le da oportunidad, podría resultar muy útil a muchos conciudadanos. Pero algo es algo…
Los mitos que nos dieron traumas, publicado originalmente hace un par de años y apenas el mes pasado en una edición Debolsillo, es el título de un divertido ensayo en el cual, tal cual reza su subtítulo, el país es sometido a terapia: México en el diván: cinco sesiones para superar el pasado. El libro se debe a Juan Miguel Zunzunegui, un autor del cual no tenía ninguna noticia previa -en la semblanza que se aporta en las primeras páginas se informa que nació en 1975 y que estudió un doctorado en Humanidades-. En general, se trata de un libro escrito, quiero suponer, sin grandes pretensiones literarias y libre de las exigencias metodológicas de una investigación académica, con lo cual no quiero decir que se trate de un montón de simplezas ni siquiera que esté mal redactado. Al contrario, me sorprendió encontrar explicaciones generosamente sencillas de asuntos más bien enrevesados… Va un botón de muestra: “Probablemente el primer mito de la historia en general sea el decirnos que la historia estudia el pasado… es imposible estudiar el pasado, nadie ha estado ahí; la Historia interpreta el pasado. La historia no estudia los hechos del pasado, estudia los discursos que, en el presente, se elaboran sobre los hechos del pasado, y que siempre se llenan de mitos que justifiquen o expliquen dicho presente… finalmente la razón de ser del mito ha sido siempre la misma: dar explicaciones… aunque no sean verdad.”
Zunzunegui defiende la idea de que desmitificar la historia de un país puede tener el mismo efecto terapéutico que psicoanalizar a una persona, y lleva las cosas al extremo de dramatizar el planteamiento, dándole voz a un personaje llamado “México”, quien desde el diván pelotea parlamentos con un psicoanalista…, quien más bien le da una tunda. Así, el libro está efectivamente estructurado en cinco sesiones.
Durante la primera sesión, el autor establece una tesis a la que regresará una y otra vez a lo largo de todo el libro: México tiene en la Conquista el trauma fundamental de su identidad nacional, y la Conquista no es otra cosa que una creación discursiva -como cualquier construcción historiográfica, claro- elaborada a partir de un razonamiento ilógico: “La mezcla de dos componentes no puede existir antes de que existan y se junten esos dos componentes… lógica simple que nos dice que México, lo que hoy es México, lo que somos, no existiría si no hubiese llegado Hernán Cortés. Si aceptamos eso no hay conquista… no conquista de México, quizás de Tenochtitlan y de los aztecas…” Y a partir de esto se diagnostica que México sufre el Síndrome de Masiosare -“la visión oficial de la historia le ha causado a México una terrible patología psicológica”-, el cual a su vez está conformado por traumas y complejos específicos: el complejo del conquistado, individualismo y desconfianza, crisis de identidad, polarización de la sociedad y, por último, el culto a la pobreza. Zunzunegui resume así la historia oficial de nuestro país, causante de los traumas que lo (nos) aquejan: “Los mexicanos tenemos arraigado en el inconsciente que descendemos de los aztecas y nos conquistaron los españoles, que nuestro pasado fue glorioso, que hubo una memorable que red de independencia de once años, que el traidor de Santa Anna nos vendió, que los pobres son buenos y los ricos son malos, que Juárez fue el pastorcito que llegó presidente y Porfirio Díaz fue un terrible dictador que sometió al pueblo, pero que tuvimos una gloriosa revolución que lo quitó del poder y nos llevó a la modernidad y a la justicia social”.
La segunda sesión se dedica a desenmarañar los traumas de la conquista, para lo cual dedica buena parte de la misma a reivindicar la figura de Hernán Cortés, a quien según el terapeuta deberíamos considerar el verdadero padre de México, en lugar del cura Hidalgo.
La madeja de traumas guadalupanos es materia de la tercera sesión: el trauma del mexicanito, el de Pepe el Toro y el de la humildad, la paradoja humilde, el trauma de la virginidad y el origen del macho.
La cuarta sesión se aboca a tratar los traumas revolucionarios: el trauma del mestizaje, la raza como estupidez, el trauma del chapopote, el del ejido y el de la eterna lucha.
Finalmente, en la quinta sesión se establece el diagnóstico: necrofilia mexicana, la nostalgia y la adicción al pasado y el miedo al futuro.
Termino advirtiendo que es posible que varios pasajes del libro puedan resultar verdaderas atrocidades para algunos lectores, e incluso ofensas al orgullo nacional. Que conste…
@gcastroibarra
Ciertamente: Zunzunegui apareció de la nada. Es famoso en tuiter por sus “poemas” y asegurar que puede escribir 5 libros en 6 meses. Primero, argumentó que sí hacía historia; luego, que no, que jamás intentó hacerlo y hacía ficción histórica (por sus novelas); ahora no dice nada de eso, prepotente como es, se presenta como intelectual analista y con copa en mano (como hizo en la noche del FCE) pide que el lector lo compare con historiadores, para que se vea “quién dice la verdad”.
Pedro Salmerón y Antonio Ávila ya le dieron sus cates y no entiende. Les dice envidiosos.
Es el nuevo Catón, pero sin chistes y con la soberbia de quien no ha leído ni un libro y le gusta decir todo lo contrario a lo que dice “la historia oficial”, sin haber detrás, análisis.
Engañabobos, dicen varios. Entre ellos, sus editores.
Me gusta este artículo porque, precisamente, Castro no se dejó impresionar tanto y lo presenta como es: un autor de moda que dice a la gente lo que quiere oír, aunque lo que oiga no sea certero. Vamos, ni como psicoanalista funciona.