Con extraordinaria capacidad de adaptación, el mercado monetario global ha conjurado la catástrofe financiera que se preveía hace apenas medio año. Aisló la “toxicidad” del dólar norteamericano inventando, como se comentó en el artículo de la semana pasada, una nueva forma de operar con otras monedas no contaminadas con la falta de respaldo real. La denominación de “activos tóxicos” se aceptó en el ámbito bancario internacional a partir de la crisis del 2008, para identificar aquellos instrumentos financieros que, habiendo sido emitidos con el criterio de la voraz codicia de la banca tradicional, pusieron en jaque la estabilidad misma del sistema económico prevaleciente. Pero, con la enorme capacidad de mutación que distingue a las plagas más dañinas y alimañas mortíferas, el sistema bancario internacional se ha transformado para sobrevivir. El colapso civilizatorio en ciernes, sin embargo, no se ha conjurado. Los detonantes de éste son de distinta naturaleza y, en lo que resta del presente año se harán cada vez más evidentes.
El mes de marzo pasado, a manera del alacrán que se clava a sí mismo el mortífero aguijón para distraer con su muerte al enemigo y proteger a su prole, el Banco de Inglaterra destruyó la confianza que aún se podía tener en el dólar, la libra esterlina y la mayoría de las monedas del mundo. En un artículo titulado “La creación de dinero en la economía moderna”, escrito por la Dirección de Análisis Monetario del Banco, declararon abiertamente que cuando los bancos dan préstamos, crean dinero sin respaldo alguno. De la nada generan deudas y, con ello inventan dinero. Realmente no hay límite en la cantidad de dinero que los bancos puedan crear, a condición de que puedan encontrar a alguien dispuesto a pedirlo prestado y, a la larga, con la imposibilidad de pagar intereses con la misma moneda, transferir a la banca sus bienes.
Al reconocer esta verdad, el actual sistema bancario internacional fortalece sus finanzas trasladando su eje operativo hacia China y, respaldando sus operaciones con monedas de las cinco principales economías: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (las BRICS). Distraídos, primero, con la debacle del sistema financiero-monetario global y, segundo, su posterior transformación, hemos ignorado otras transformaciones que obligarán un nuevo orden civilizatorio.
En el Quinto Informe del Grupo de trabajo II del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático -IPCC- (http://www.ipcc-wg2.gov/AR5/) presentado la semana pasada en Yokohama, el tono dramático respecto a la actual crisis ambiental revela preocupación sobre la sobrevivencia planetaria.
Según Chris Field, copresidente de dicho Grupo de trabajo, los impactos del cambio climático se reflejan ya en la agricultura, la salud humana, los ecosistemas de la tierra y los océanos, el abastecimiento de agua y los medios de vida de algunas personas. El rasgo más llamativo de esos impactos es que se producen desde los trópicos hasta los polos, desde las islas pequeñas hasta los grandes continentes y desde los países más ricos hasta los más pobres. En el reporte, el Grupo de Trabajo II señala: “Si comprendemos que controlar los riesgos del cambio climático es una tarea acuciante, se nos abre una amplia gama de posibilidades para integrar la adaptación en el desarrollo económico y social y en las iniciativas para limitar el calentamiento en el futuro.”
En su artículo de este fin de semana en el diario Reforma, “Clima mundial sombrío”, José Luis Lezama (Director del Seminario Interdisciplinario sobre Estudios Ambientales y el Desarrollo Sustentable, de El Colegio de México), asegura: “El énfasis está puesto ahora en la amenaza para la reserva mundial de alimentos, para la seguridad alimentaria. Los más vulnerables son los más pobres, los más marginados. Se añade también el efecto devastador de la interacción de lo ambiental con las crisis económicas y con la creciente desigualdad social. El mensaje final del IPCC: nadie, ninguna persona, ninguna región, ningún país del mundo está a salvo: todos son susceptibles a la catástrofe.” (http://www.joseluislezama.com)
Perdidos en la ilusión monetaria y los escándalos por corrupción de políticos y todo tipo de personajes visibles, no sólo en México, sino en casi todo el mundo, hemos perdido la noción de que la economía se rige por el flujo y disponibilidad de bienes reales, tangibles; el dinero no se podrá comer cuando llegue a faltar el alimento.
El cambio climático impactará sobre los grandes productores de alimentos del mundo (los EUA son aún el granero del mundo), y los países con menor desarrollo habrán de responder de alguna manera a la escasez de alimento en todo el orbe. No será sólo un ajuste en los mercados, como algunos desde la cúpula de los poderes de facto afirman. El hambre sacudirá y terminará de despertar en poco tiempo a una gran parte de la humanidad que ya se rebela y manifiesta abiertamente contra el orden mundial caracterizado por la lógica de la ganancia monetaria y voracidad del sistema financiero.
Ya sea por razones geológicas, cósmicas o humanas -como algunos arguyen-, el cambio climático está transformando la faz de la tierra y, por ello, es un detonante y acelerador del colapso civilizatorio. La civilización como la conocemos, con un muy reducido grupo de familias controlando monopólicamente los energéticos, la disponibilidad de alimentos, de productos químico- farmacéuticos, los medios de comunicación, la banca y las armas, cambiará necesariamente por la disrupción del equilibrio ecológico.
Con el cambio del dólar hacia las monedas BRICS, a manera de juego de sombras, los mismos que han detentado del poder durante siglos pretenden mantener el orden mundial, con el cual sólo ellos ganan a costa de todos los demás. La crisis climática, al asumirse globalmente como muestra palpable de que toda vida en nuestra realidad es interdependiente, y será uno de los factores detonantes del colapso de nuestra actual civilización.
@jlgutierrez