Las semanas pasadas se leía en los medios de comunicación que en algunos estados, Morelos y Puebla principalmente, se cancelaron las presentaciones de El Komander, célebre músico sinaloense famoso por interpretar corridos del llamado género musical “Movimiento alterado” que entre sus joyas musicales utiliza vocabulario como asesinatos, levantones, torturas, bazucas, cuernos de chivo, y toda serie de epítetos relacionados con el narcotráfico y su sanguinarios métodos. En ambos estados se prohibieron aduciendo que las ferias a las iba a tocar eran para el sano esparcimiento y que un cantante como el Komander no debía ser presentado dado el manejo violento y de apología del delito que hace en sus canciones. Obviamente el cantante dice que sólo narra hechos.
El 10 de abril del 2011, usando la película Howl, escribí en esta misma columna que la opción no era tanto prohibir, lacerar la libertad de expresión cuando la raíz del problema se encuentra en otro lado. Sin embargo cuando uno ve el verdaderamente impresionante documental Narco cultura (2013), de Shaul Schwarz, puede tener una impresión diferente sobre la influencia que mutuamente se dan los hechos del narcotráfico y la narración apologética de ellos a través de los narcocorridos.
Schwarz hace patente la forma en que comienza a verse como algo normal o como una forma de vida la violencia de los cárteles; lo peor, el lucro con esa clase de actividades criminales que hacen los cantautores ya sea creando por pedido o de mutuo propio, uno de los entrevistados lee todos los días el blog del narco para sacar más historias. El autor maneja una fotografía impactante, lo mismo ese chorro de sangre que corre por una alcantarilla, la larga fila de cajas llenas de evidencia de casos seguramente sin resolver, o los momentos íntimos de un oficial de servicios periciales, sus miedos y conflictos personales al ejecutar ese trabajo tan peligroso en Juárez. Logra plasmar magistralmente la vida real de muertos y asesinatos en la otrora Paso del Norte (incluida una escalofriante declaración de un torturador) en contraste, con los que cuentan corridos, el mundo frívolo donde viven, lleno de dólares, drogas y malls, a distancia de los hechos reales ¿Tienen alguna legitimidad para decir que sólo cuentan historias? ¿En verdad estos apologéticos del horror pueden dormir tranquilos en sus casas de Los Ángeles, San Diego o El Paso, narrando la forma en que un hombre sufre al ser mutilada literalmente su integridad? Sus ideas de impunidad, de poder basado en asesinar a otros, son un mal ejemplo que si los sumamos a que prácticamente los homicidios que logran sentencia en Juárez son mínimos, pues se vuelve un coctel molotov peligroso.
Viene a la mente Alemania y su Código Penal, en varios de sus articulados prohíbe la libertad de expresión si esta se relaciona con los nazis, desde el uso de símbolos, expresiones, hasta la defensa o la negación del holocausto, incluso hace no tanto que se procesó a algún historiador precisamente por negarlo, a pesar de que lo hace desde una posición científica. Esto ha llevado a Europa a un debate en torno a la libertad de expresión bastante serio, pues surge la pregunta de hasta dónde el estado puede entrometerse en la cultura para prohibir o negar que un ciudadano común pueda tener y manifestarse ya sea por escrito, musicalmente o por cualquier medio. En el caso alemán la respuesta es muy clara, y es que causó tanto daño a su sociedad que no se permite bajo ningún aspecto ninguna cuestión cultural apologética relacionada con ese pasado.
¿Apología del delito o libertad de expresión? Viéndolo en su justa dimensión, la guerra contra el narco es un holocausto mexicano, nos ha dejado, dependiendo de la fuente, entre 60,000 y 150,000 muertos, más una cifra aún no determinada de desaparecidos, desplazados, viudas, huérfanos y sobre todo una transformación en detrimento de la calidad de vida, en los hábitos de millones de mexicanos que tienen miedo. Soy de aquellos que creen que la norma penal debe de ser la última opción del estado para resolver los conflictos. A la luz del petrificante documental del periodista israelí, la narcocultura está íntimamente relacionada con la criminalidad y, peor aún, se ciñe sobre las mentes de millones de mexicanos que conviven a diario con esa forma de vida. El sufrimiento que ha arrojado el narcotráfico hace pensar que una reconciliación nacional no será tarea fácil. No es justo tanto dolor, tal vez sí es momento de que pensemos en llevar a la normatividad penal de manera detallada la apología del narcotráfico.