Desde la crisis financiera de 2008, el mundo ha cambiado mucho. Lo ha hecho en tantos sentidos que los poderes fácticos, que durante décadas marcaron conforme a sus intereses el rumbo social, económico y geopolítico del mundo, se están diluyendo. Nuestra civilización evoluciona conforme al equilibrio dinámico de las fuerzas preponderantes en lo militar, financiero, comercial-económico, comunicativo -las modas, marcas, patentes-, así como en cuanto a ideologías políticas se refiere. Esas fuerzas preponderantes han estado influidas de manera contundente desde hace más de tres siglos por lo menos, por un grupo dominante -los poderes fácticos- que unos llaman “illuminati” y los más pragmáticos definen y ubican a través de sus organizaciones más visibles.
Durante el siglo XX y lo que va del actual, desde la cúpula identificada como Grupo Bilderberg, la vitrina de los poderes fácticos hacia el mundo, el Foro Económico Mundial y sus centros de inteligencia, el Consejo de Relaciones Internacionales (Council on Foreign Relations, CFR) y la Comisión Trilateral, han dirigido el desarrollo de nuestra civilización. Con el poderío militar de los Estados Unidos de América y el dólar como moneda única para el comercio mundial, concentraron el poder suficiente para darle al mundo su actual fisonomía geopolítica, económica y cultural.
La reciente osadía rusa de anexar a su territorio la península de Crimea, ha sido la demostración más evidente de que ese poder omnímodo que hasta ahora dirigió el desarrollo civilizatorio, está fracturado. El asunto de Crimea no es banal, el simple hecho de que los eventos que todos conocemos hayan acontecido, es muestra clara de que el mundo ya no opera con la centralización de poder que nos habíamos acostumbrado a aceptar.
Rusia, junto con los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y China, integran la Comisión de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, definiendo desde allí el equilibrio militar del mundo. Esta Comisión ya no mantiene unificación de criterios y hay un abierto desafío a los que antes mandaban.
La crisis financiera del 2008 permitió que emergiera un importante bloque de países que cuestionan la hegemonía del dólar. El BRIC, bloque integrado por Brasil, Rusia, India y China, plantea la necesidad de manejar el comercio mundial con monedas cuya emisión, a diferencia del dólar, no esté sujeta a la veleidad de los bancos y cuente con un respaldo real en oro u otros bienes tangibles.
El mundo se hallaba ya en precario equilibrio al inicio del presente siglo. La quiebra bancaria global en 2008 y la falta de sustentabilidad del dólar, moneda que desde finales de la guerra fría vale mucho menos que el papel sobre el que se imprime, han sido los elementos que están provocando la caída del castillo de naipes en el cual moraba la confianza de los poderes fácticos.
Hasta no hace mucho la preocupación primordial respecto a la estabilidad global pendía del futuro del dólar. En octubre pasado, con el cierre de actividades del gobierno de los EUA y la fantásticamente enorme cifra a la que había llegado la deuda mundial cotizada en dólares, sólo podíamos predecir la inminencia de un gigantesco agujero negro. Emulando ese fenómeno estelar veíamos hacia 2014 un sistema bancario global succionando vorazmente toda riqueza y activos productivos del planeta. Un cambio financiero, sin embargo, se comenzó a gestar con una nueva forma de estabilizar y administrar la oferta monetaria, ya no dependiente del dólar, y con valoración de las monedas de un modo completamente nuevo.
Organizaciones comerciales y financieras ajenas a los poderes fácticos tradicionales, utilizan ya una moneda valorada y razonablemente respaldada por el oro, metales preciosos y otros recursos reales. Al operarse así la oferta de dinero, también se impide la manipulación de las monedas, que durante siglos utilizó la banca mundial para enriquecerse de manera escandalosa mientras robaba a la gente.
Aquellos ladrones desde la sombra se hicieron sentir de manera omnipresente en la cultura, los artículos de consumo básico, los alimentos, los medicamentos, las armas, los medios de comunicación. La abrumadora sensación de ser controlado, manipulado y mal utilizado, alimentó a los denunciantes de malas prácticas (whistleblowers). Al acceder éstos a todo el mundo por las nuevas carreteras de la informática, se ha acelerado el cambio que ahora estamos experimentando. Estamos siendo testigos del colapso de la civilización del control centralizado, de incertidumbre económica e inestabilidad, donde el robo de arriba a abajo ha sido forma de vida.
Como resultado de este sadismo feudal a nivel global, se prohijaron grupos locales emulando esa forma de control. La cultura de la inacción y aceptación callada permitió la ascensión de gobiernos vasallos del poder global en varios países. Con el robo de elecciones, compra de votos, coacción por prebendas, amenazas abiertas y veladas, los poderes fácticos globales aseguraron la sumisión de países cuyos gobiernos ofrecen, a manera de tributo y a cambio de dinero -en dólares en vías de desaparición- materias primas y mano de obra barata.
Con la transición que está viviendo el mundo a partir del colapso civilizatorio iniciado con haberse desbancado al dólar como moneda básica de intercambio, los gobiernos vasallos están condenados a desaparecer en el próximo lustro. La velocidad del cambio podrá ser mayor en lugares en el mundo donde se ha producido más conflicto civil y caos, lugares como México donde la mayoría de personas comienzan a expresar rabia contra el robo descarado y la opresión.
El cambio civilizatorio está sacudiendo conciencias a través del sentido sofocante de esta situación. La licencia para robar la riqueza del mundo y acumularlo en manos de unos cuantos “obscenamente ricos” está siendo revocada por voluntad y decisión de la mayoría. Manifestaciones de este cambio ya son múltiples y comentaremos algunas en las próximas dos entregas.
@jlgutierrez