Iván Farías
Cuando uno ve a David Simon a los ojos, entiende que estamos ante un hombre que ha vivido muchas cosas, pero también que es un sujeto sincero. Simon fue en primera instancia un reportero de la fuente de “sucesos”, algo así como la nota roja en nuestro país. Es periodista de los de antes, de esos hombres que se quedaban en las calles y perseguían la noticia yendo de un lado para otro. Eran tiempos donde las notas tenían que ir más allá de los tres mil caracteres y la imagen no era lo principal. Tal vez por eso sus dos títulos de no fiction sean enormes ladrillos de casi 700 páginas; investigaciones donde se hizo necesario salir a las calles, acampar en la estación de policía y hacer un trabajo de calle hasta ganarse la confianza de sus confidentes.
En su primer libro, Homicidio, un año en las calles de la muerte, Simon se adentra en el asfalto de Portland atraído por el asesinato y violación de una niña de once años. Como cualquier novela policíaca el reportero comienza a seguir las pesquisas de los hombres de la ley para darse cuenta que ese asesinato tiene más implicaciones de las normales. Simon cartografía la miseria de los habitantes de su querida ciudad, incluyendo de manera importante al departamento de policía, sus trabas burocráticas y las frustraciones con las que se encuentran regularmente sus integrantes. El policía, los criminales, los habitantes dejan de jugar su papel acartonado dentro de la historia y se vuelven un mosaico de lo que hace el racismo aunado una política equivocada en el uso de las drogas.
La esquina, su segunda novela, escrita a cuatro manos con Ed Burns, un ex policía metido a maestro, es un recorrido por uno de esos barrios marginales de Portland en donde viven negros hacinados y donde la droga ha sentado sus reales. En esta historia podemos conocer de primera mano cómo las mafias criminales que son dueñas de las calles, se dedican a tener bajo control el negocio de manera violenta; por lo que la muerte ya sea por adicción o por plomo, son cosas de todos los días. El sueño americano se encuentra muerto y enterrado. No hay manera de escapar de ahí porque el futuro parece que se desvaneció. La esquina es la continuación natural de un trabajo a ras de cancha que comenzará en Homicidio, un año en las calles de la muerte y que lo llevaría a la televisión.
Ambos títulos, inéditos en español, son publicados recientemente por una pequeña editorial española llamada “El Principal de los libros”. Independientemente del valor propio de estas dos investigaciones noveladas, fueron el punto de partida para dos miniseries homónimas transmitidas por HBO exclusivamente para Estados Unidos.
Las miniseries, inconseguibles de manera legal en nuestro país ya marcan el tono y la forma que vendría a desembocar en la serie de culto The Wire. En ambos trabajos reconocemos historias y personajes que acabarían puliéndose en los posteriores capítulos de la serie. En estas historias encontramos la burocracia de la policía, las trabas políticas que buscan perpetrarse en el poder dejando de lado las carencias sociales, la escuela como una forma de aprendizaje para saberse en qué lugar debemos colocarnos y cómo la vida criminal no tiene nada de glamoroso. Simon, sin mencionar a ningún teórico social llega a las mismas conclusiones que ellos: la pobreza y la delincuencia es un estado que se aprende y se perpetúa y que está acotado por la economía.
Con la lectura de estos títulos uno se da cuenta que no todas las situaciones planteadas en The Wire fueron producto de la cabeza de su creador, sino que las aportaciones de George Pelecanos, Rafael Alvarez (así, sin acentos), Richard Price y Ed Burns fueron cruciales para brindar ese realismo en el cual podemos oler las calles.
Simon comenzó con estos libros-reportajes un largo trabajo de acercarse lo más posible al fenómeno delictivo de hoy: el narcotráfico, pero desde un punto de vista social. Simon olvida al héroe individualista de los hardboiles para brindarnos un mosaico de vidas entretejidas en donde no hay buenos ni malos y donde la justicia es más complicada que “hacer lo correcto”.
Discreto y sobrio como es David Simons, cuenta que entró a un restaurante de Los Ángeles acompañado de George Pelecanos, en pleno apogeo de su serie. El mesero luego de 45 minutos los hizo pasar gritándoles desde lejos: Los del pelícano.