Cuando te gusta algo, en este caso me refiero al rock, buscas la forma de conocer más, y con mayor razón si eres un adolescente con una sed insaciable de estar en contacto con más música. En aquel ocaso de los años 70’s y los nacientes 80’s, yo tenía más o menos de 16 o 17 años y mi contacto con el rock se reducía a una veintena de discos Long Play que me habían regalado en celebraciones como Navidad o cumpleaños, y mi conocimiento que yo suponía erudito se limitaba a un escaso puñado de grupos ingleses y estadounidenses. Además de The Beatles, The Rolling Stones, The Who, The Doors y Bob Dylan, tenía un gusto especial por Pink Floyd, Led Zeppelin, Creedence, La Banda Chicago, Supertramp, Deep Purple y Black Sabbath, digamos que estos conformaban mi base sólida de bandas de rock. Eran aquellos años en que pasaba tardes interminables escuchando discos y que ahora, al recordarlas, me provocan profundos suspiros de nostalgia. Solía compartir aquellas tardes con algunos buenos amigos, entre ellos Luis Trejo, Federico Ramírez y Alejandro Arenas. Alejandro, por alguna razón, siempre estaba al día en estas inhóspitas latitudes musicales. Fue con ellos con quienes entré en contacto con discos de grupos que jamás me imaginé que existían. ¿Cómo es que podía hacerse música así? Hoy lo veo con clama en el espejo retrovisor de mi vida y no deja de sorprenderme cómo era posible que siendo un adolescente me cautivara esa deliciosa música tan lejana a las modas de mi generación. Lo cierto es que me fastidiaba y me sigue fastidiando, por no emplear un calificativo más agresivo, la música disco, que es parte de la música de mi generación. Me resulta más divertido ver un foco encendido durante una hora que escuchar cinco minutos de disco music. Yo me pasaba horas deleitándome, intentado digerir tanta buena música, horas escuchando el disco “Uomo di pezza” de Le Orme, el álbum debut de King Crimson: “In the Court of the Crimson King”, “Animals” de Pink Floyd, “Electric Ladyland” de Jimi Hendrix, “Snow Goose” de Camel, el impresionante “Ys” de Il Balleto di Bronzo, “Zarathustra” de Museo Rosenbach o “Per un amico” de Premiata Forneria Marconi. Imagínate, con 16 años de edad escuchando la obra maestra del Ballet de Bronce mientras mi generación se volvía loca con Silver Convention y su maloliente “Fly Robin Fly” o los… bueno, lo de Village People con el sonsonete aquel de Y.M.C.A. o Macho Man, (qué antagonismo, qué paradoja, ¿no te parece?) mientras acompañaban sus canciones con coreografías que en el mejor de los casos me recuerdan un juego de bolos, creo que los pinos del boliche tienen más gracia al moverse.
¿Sabes algo? No sé si te lo he comentado anteriormente, pero una de las cosas de las que más orgulloso me siento es que ahora, a mis 50 años, casi 51, los cumplo el 18 de marzo y acepto regalos, sigo escuchando y me sigo emocionando con aquellos mismos discos que escuchaba en ese tiempo, no he terminado de digerir el álbum “Ys” de Il Balleto di Bronzo y me sigo emocionando igual cada vez que escucho “Zarathustra” de Mueso Rosenbach. Toda una vida vivida hasta los 80 o 90 años, o 100 si Dios lo permite, no serán suficientes para disfrutar nota por nota, compás por compás, la música de Le Orme, no sólo el “Uomo di pezza”, también el “Collage”, el “Contrapuntti”, el “Felona e Sorona” sin intención de menospreciar el “Storia o Leggenda”, “Florian”, “Smogmagica” o “Piccola Rapsodia del Appe”. Me pregunto, sin ánimos triunfalistas o sin querer sonar peyorativo, ¿Qué escucharán ahora a sus 50 o más, los que se volvían locos con Village People, Silver Convention o… o… quién más?, no sé, cualquiera de esos discotequeros, seguramente lo mejor que les sucedió fue encontrarse en los años 80’s con Milli Vanilli, la misma música barata y perecedera.
Sí, es verdad, siempre me ha inquietado la buena música, cierto es que desde el seno familiar, en la más tierna infancia, ya tenía claro que había buena y mala música, independientemente de nuestros muy respetables gustos musicales. Nunca he sido conformista, menos en lo que a música se refiere, es decir, no me conformo con bisutería, nunca he confundido el oro con los espejitos. Pero en gran medida fueron mis buenos amigos como Federico, que a través de su hermano Luis David conocimos algunas buenas cosas, incluso de jazz; y Alejandro, que un buen día puso en el reproductor de cassettes de su Maverik café una grabación del álbum doble de Camel llamado “Alive Record” de 1975 en donde interpretaban íntegramente en vivo su álbum “Snow Goose”, claro, tuve que consultar mis cd’s para comprobar las fechas, de ninguna manera creas que me lo sé de memoria, eso me puso en órbita, fue entonces que entendí que dos o tres vidas, tal vez más, no son suficientes para digerir toda la buena música que nuestros oídos, educados y exigentes, se merecen.
Pete Townshend, en la voz del cantante Roger Daltrey, dice en la canción de “My Generation”: “I hope I die before I get old” (espero morir antes que ser viejo), la verdad yo también, sobre todo si hacerte viejo significa que si te tomas unos tragos, cada quien lo que le guste, en mi caso un buen vino tinto o un whisky, te dan ganas de escuchar a los Panchos, mal síntoma, te hiciste viejo. Prefiero pensar que la juventud quedó atrás cuando me doy cuenta que las buenas bandas de los 70’s y 80’s, incluso los 90’s son programados en VH1 Clásico, no sé, de cualquier manera el rock nos mantiene para siempre jóvenes. ¡¡¡Larga vida al rock!!!