Hace años, mi hermana vivía en Francia, y al visitarnos me traía unas latitas de dulces de savia de pino marca La Vosgienne. De la lata uno extraía un caramelo que brindaba la oportunidad de saborear un pino; algo así como comerse la Navidad de un bocado. El sabor es único. Resulta que este dulce fue inventado por un farmacéutico en 1927, André Deudon, con el fin de aminorar los padecimientos de garganta. En alguna entrega les había comentado que el origen de las confiterías fueron las farmacias, allá en el medioevo. Para ahondar en esto es necesario traer a un personaje icónico: el mismísimo Nostradamus.
En efecto, Nostradamus es el autor de un libro de confitería; o mejor dicho, de un apartado, que constituye la segunda parte de uno de sus almanaques. Al principio creerán que es una broma o un timo, pero no. El libro fue escrito por Michel Nostradamus y publicado en Lyon en 1555 por Antoine Volant. Una primera edición fue tirada en 1552 por Jean Pullon de Trin también en Lyon. La edición de 1555 está registrada actualmente en la Biblioteca Municipal de Lyon. El tratado sobre confituras está disponible en francés modernizado (Jean-François Kosta-Théfaine, Imago, 2010).
Es fácil tomarnos a broma dicho libro, porque ignoramos que Nostradamus, antes que adivino, era médico, y que cualquier médico decente de la época sabía elaborar medicinas. Michel Nostradamus (Francia, 1503-1566) estudió medicina en Montpellier. Al final de su vida, fue nombrado médico de cabecera del rey Carlos IX. Escribió almanaques diversos y sus famosas predicciones. Ejerció durante los brotes tardíos de la peste negra, enfermedad que le arrebató a su primera esposa e hijos. Así estableció métodos novedosos relacionados con la higiene para el tratamiento de la peste. Fue conocido por crear la “píldora rosa”, elaborada a base de la rosa de mosqueta, que daba alivio a los pacientes con síntomas mínimos de la peste. La rosa de mosqueta todavía es usada en la herbolaria.
Las medicinas del libro de Nostradamus se elaboran a base de azúcar. Aparecen limones, naranjas y almendras confitadas, mazapanes, confitura de jengibre verde o jalea de membrillo o de cereza. Cabe señalar que muchas de las recetas farmacéuticas cumplen una función doble: son buenas para comer y buenas para curar. Esto no es absurdo si recordamos que los árabes fueron los primeros en introducir el uso del azúcar tanto en la farmacología como en la cocina. Por ello no sorprende que la palabra jarabe venga del árabe sharab, que significa mezcla de agua y azúcar.
Lo dicho, muchos de los primeros dulces elaborados eran medicinas. Es sorprendente que hoy en día nuestros medicamentos sean presentados como pastillas y cápsulas, primos hermanos, visualmente, de cualquier caramelo. En efecto, al tener niños en casa guardamos las medicinas lejos de su alcance por temor a que “las confundan con un dulce”. Piénsenlo ¿qué es una gragea?, ¿la que encuentran en su blister o la que usamos para decorar un pastel? Es curioso cómo nunca logramos redefinir esta nomenclatura. Será porque uno de los usos del azúcar, desde la antigüedad, ha sido disfrazar el mal sabor de algunos fármacos. Hoy en día, mucho del vehículo cbp es azúcar. Y no nos queda ninguna duda de su uso al saborear una perla homeopática.
En la medicina hipocrática, practicada hasta el fin del siglo XVI, en occidente, el azúcar estaba clasificado dentro de los ingredientes calientes y húmedos, como lo eran el jengibre, el azafrán, la almendra o la cebolla. El origen de las confituras es medicinal y proviene de la antigua Mesopotamia. En muchos recetarios de cocina, a algunos platillos sólo se les añadía azúcar si eran servidos a los convalecientes. Ya en nuestros tiempos, todos sabemos que el refresco de cola, en principio, era una medicina.
Creo que somos afectos a satanizarlo todo. Todos recuerdan a Nostradamus como el ícono del apocalipsis, pero pocos conocen su lado “dulce”, el del doctor. Lo mismo ocurre con el azúcar, en algún momento de su historia transformó a la humanidad, la ayudó. Pero nuestros excesos siempre serán la vuelta de tuerca. Acaso el quinto jinete del apocalipsis sea un terrón de azúcar. Digámoslo: todo con medida.
Foto: Gilberto Barrón