En esta ocasión me propongo ofrecer una serie de consideraciones sobre la Inteligencia Artificial (IA) y sus implicaciones en la economía. Desde mi punto de vista, esta actividad desempeñará un papel crucial en la sociedad futura. Sé bien que pontificar casi siempre rinde malas cuentas. Me limitaré, por ello, a exponer las razones por las que creo en la relevancia de esta disciplina en los tiempos por venir. Sobre todo, por sus implicaciones en un gran número de asuntos de la vida cotidiana.
Comencemos por decir que las primeras intuiciones acerca de la posibilidad de construir instrumentos materiales inteligentes se deben, hasta donde sé, al mallorquín Ramón Lull. (Raimundo Lulio en versión latina). En su obra, Ars Universalis, que data del siglo XIV, propuso un mecanismo compuesto por una serie de círculos concéntricos con signos en los bordes. Al hacerlos girar sobre un eje común era posible encontrar, según él, todas las verdades relativas a un determinado tema. Trataba, con este invento, de ayudarse con un procedimiento eficaz y seguro para responder a las dudas de los herejes sobre la religión católica.
Después hubo otros inventores de “máquinas de calcular o pensar” entre los que hay nombres tan venerables como los de Pascal y Leibniz. En tiempos más recientes, la posibilidad de construir un dispositivo con inteligencia artificial está explícitamente contenida en los trabajos de Alan Turing. Turing, excepcional matemático inglés nacido en 1912, desarrolló una concepción teórica conocida hasta hoy como Máquina de Turing. En rigor no es una máquina física, sino un instrumento intelectual. Lo concibió motivado por su interés de examinar, con su asistencia, los fundamentos de la matemática y los alcances y limitaciones del cálculo formal. En 1936 demostró que los sistemas formales de una cierta complejidad, no son completos. Es decir, que pueden contener proposiciones verdaderas, que no son demostrables a partir de los axiomas del sistema. Consiguió, por la vía de la computación teórica, un resultado semejante al obtenido por Kurt Gödel unos años antes, por medios lógicos. Y constituyó, al mismo tiempo, con sus trabajos en este ámbito, la hoy llamada teoría de la computabilidad, que es una muy activa rama de investigación científica en el presente. En otra vertiente de su vida, Turing fue juzgado por prácticas homosexuales y condenado a la castración química. Se suicidó dos años después, en 1954, a los 41 años de edad. En 2008, Isabel II lo exoneró de toda culpa.
A partir de esas ideas y de su propia aportación, en el sentido de que los programas de una computadora digital podrían almacenarse en la memoria de la propia máquina, John Von Neumann (1903-1954), matemático húngaro-americano, dio un paso decisivo. Esto es, concibió y construyó la primera computadora digital con la arquitectura que prevalece hasta hoy. Es cierto que antes de él se habían construido máquinas que podrían considerarse computadoras, pero la arquitectura era diferente. Cambiar de programas en esas primeras máquinas exigía modificar su cableado, lo cual las hacía poco flexibles y muy complicadas de manejar. Además, estaban orientadas principalmente al cálculo numérico; no eran máquinas universales como la de Turing. A partir de la concepción de Von Neumann, que permitió el almacenamiento de los programas en la memoria de la propia máquina, la computación electrónica ha ejercido una influencia cada vez más notoria en nuestra vida social.
Disponible ya la computadora digital en la versión de Von Neumann, se retomaron las ideas acerca de la posibilidad de producir inteligencia artificial. En 1956, John Mc Carthy la definió así: “Es la ciencia e ingenio para hacer máquinas inteligentes, especialmente programas de cómputo inteligentes”. Dos años después, el propio Mc. Carthy creó el lenguaje LISP que hizo posible el cómputo simbólico, cómputo que había sido hasta entonces principalmente numérico.
Durante un cierto número de años la Inteligencia Artificial se desarrolló alternando momentos de auge y momentos de declinación. Desde mi perspectiva, en el grupo de los éxitos, debe incluirse el notable el trabajo de Herbert Simon, Allen Newell y J.C. Shaw. Estos connotados científicos diseñaron un programa capaz de demostrar teoremas. La demostración de teoremas no es una actividad trivial, por simples que éstos fuesen. No existe, que yo sepa, un método universal; en muchas ocasiones es necesario ensayar varias opciones y elegir aquella que resulte apropiada. No obstante, el programa aludido lograba probar teoremas con el empleo de métodos heurísticos. Es decir, métodos que tenían la capacidad de modificarse a sí mismos en la medida en que las necesidades del problema a resolver así lo demandaban.
Son también sorprendentes, al menos por lo que a mí respecta, los programas que juegan al ajedrez. La máquina Deep Blue, y su software, ganó, en 1997, una serie de partidos al campeón mundial de esta especialidad, Gary Kasparov. Tampoco es trivial que una máquina venza al campeón mundial de ajedrez en un juego sujeto a las normas de una partida de campeonato mundial, tal como sucedió en esas fechas.
Sin embargo, a pesar de estos éxitos, la IA era criticada por la dificultad de usarla en los asuntos de la vida ordinaria. Era poco aplicable dada la variedad y complejidad de los comportamientos humanos. Pero con la consolidación de la World Wide Web, es decir, con el uso generalizado de Internet, las perspectivas cambiaron de modo radical. Internet ha creado un muy amplio mundo perfectamente formalizado. En ese ámbito los programas de software que codifican algoritmos funcionan como deducciones lógicas. En consecuencia, la IA tiene ahora un medio ambiente donde puede existir a plenitud y actuar con eficacia y eficiencia notables. Sabemos, por otra parte, que un gran número de interacciones humanas ocurren hoy mediadas por este mundo formalizado. Por consiguiente, la IA comienza a potenciar su presencia en nuestra vida social cotidiana. Hoy en día podemos comprar boletos de avión, libros, discos, software y muchas cosas más por Internet, apoyados por softwares, en buena medida producto de la IA. Según me dicen, en otros países, en tiendas departamentales, los cajeros son ya automáticos, operados a partir de programas inteligentes. Las máquinas habilitadas con estos programas leen el precio de los productos, te expiden la nota y te cargan el importe a tu tarjeta de crédito, entre otros servicios. No hay que olvidar la Robótica, que también requiere de estos productos de la IA.
De acuerdo con estudios sobre los productos derivados de la IA, se estima que su potencial económico es excepcionalmente alto y crecerá en forma exponencial; se calcula que hacia fines de 2015 ese mercado valdrá alrededor de 27 mil millones de euros. (Estos datos los tomé de un artículo de Mark van Rijmenam publicado en marzo de 2014). Además, otro dato sorprendente: según el mismo articulista, un estudio elaborado por la Universidad de Oxford indica que en un futuro no muy lejano la producción en materia de Inteligencia Artificial significará cerca de la mitad del empleo profesional en los Estados Unidos de Norteamérica.
Como en el caso de la Revolución Industrial respecto de los trabajadores textiles manuales, la IA afectará a un buen número de puestos de trabajo en donde se realizan actividades que un programa de cómputo puede hacer sin dificultad. Cajeros, oficinistas, personas que atienden quejas podrán ser sustituidos masivamente en futuros no muy lejanos. A su vez, la IA creará empleos en la producción de soluciones del tipo comentado. En este ámbito productivo hay que subrayar, por otra parte, que las inversiones significativas no son en capital material; lo que importa en esta industria es el capital humano.
Desde mi punto de vista, las transformaciones económicas ejercen presiones sobre la organización social. La sociedad, ante estos cambios económicos de gran envergadura, debe adoptar formas de organización que procuren beneficiarse de ellos al tiempo que atenúen sus eventuales consecuencias negativas. Creo que el tema de la IA es relevante y debiera dedicársele tiempo y esfuerzo para comprenderlo en profundidad. Si estas tendencias, que en algunos casos ya están presentes, se fortalecen en los términos descritos, sería bueno que nos fuésemos preparando para ello. No se debe olvidar que formar a un especialista en IA puede tomar un buen número de años.
A mi edad, las formas que preveo que adoptará la sociedad no me resultan muy atractivas o ya no dispongo de la aptitud para adaptarme a ellas. Hasta hoy, salvo excepciones, sigo prefiriendo conversar con una persona, sobre todo cuando es un interlocutor lúcido, que con una máquina. Pero nuestros gustos no alterarán, creo, la dinámica social que se vislumbra en los tiempos que vendrán.
Un tema por demas polemico. En medicina ya tenemos los primeros robots que toman decisiones y ya hay robots que aprenden literalmente de las experiencias. Como todo, no es la tecnología buena o mala sino quién la utiliza y para qué