Envoltorio de papaya / Ruido blanco - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Cartas a un desconocido

No leo las cuartas de forros o solapas de los libros, no por lo menos al principio, comienzo la lectura sin importar que no sepa nada del autor o ya somos/seamos viejos conocidos, a veces sólo por el guiño que logró atraparme desde el título y, sí, otras por la curiosidad que despertó el diseño de la portada, a veces eso basta; leo acompañado de pocas precauciones, intento dejar a un lado los prejuicios que sobre el autor tenga, tanto por experiencias anteriores como por la recomendación de la crítica.

Suelo posponer el encuentro con lo que el editor me quiera decir para un momento avanzado de la lectura, a veces con la intención de encontrar un rostro para quien me ha tocado, la mayoría de las ocasiones sólo sumo al desconcierto (no creí que W tuviera bigote; no adiviné que X se fotografiara con sus perros; ah, Y suele congelar su mirada en lontananza y apoyar su barbilla en la típica pose de escritor; oh, Z cruza los brazos fingiendo ser bien maldito… etcétera).

Otras, busco en las solapas una explicación al desconcierto que suele provocarme un texto eficaz, acudo a las sinopsis como una manera de establecer una conversación. Casi siempre es una experiencia deplorable, el espacio que podría ser la llave a una lectura gozosa, las líneas que debieran ser una invitación gratísima a leer, las claves precisas para dejar todo a un lado y abrir el libro, suelen desperdiciarse en un puñado de datos biográficos (en el mejor de los casos) o en una serie de frases que van de lo superlativo a lo ramplón. No es difícil hallarse con que lo que uno está leyendo es la última coca cola en el desierto del panorama narrativo, la nueva promesa o el heredero de…

Debería ser un arte redactar esas líneas, se puede, ahí está el ejemplo de Roberto Calasso, quien recopiló esos textos en Cien cartas a un desconocido, los ensayos brevísimos con los que acompañó los libros que como editor lanzó a través del sello Adelphi. Pero esa es una excepción, la mercadotecnia, considerando a quién sabe quiénes como grupo de enfoque, prefiere la vacuidad, confunde brevedad con la posibilidad de encadenar lugares comunes y elogios.

 

Comedias de costumbres

Hemos perdido la costumbre de escribir cartas a los otros, en el caso de las solapas, como dice Calasso en el prólogo, ya no se ejerce el arte del elogio preciso o de la crítica inclemente, esa costumbre, a veces perdida por temor (Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña, señala Lichtenberg) no hace mejor o peor la lectura de un libro, pero sí se extraña como parte de la conversación que genera la lectura.

Tras la lectura de “El autobús a St. James” de John Cheever, no pude evitar ir a la sinopsis, todavía conmovido por la maestría de la frase final. La decepción me abofeteó con saña, según la sinopsis de mi edición, Cheever habla de las “ironías de la vida contemporánea en Estados Unidos. En realidad pueden considerarse comedias de costumbres, sutil y elegantemente elaboradas, preocupadas por el empobrecimiento espiritual y emocional de la clase media. Sus personajes son por lo general simbólicos, y las situaciones que describe realistas y detalladas”. Eso y nada es lo mismo, los relatos son mucho más que eso, hay un detalle que se repite cuento tras cuento, la multiplicación de historias dentro del texto, que abre la posibilidad a enriquecer la interpretación del tema central a partir de colocar las piezas que faltan. En Cheever la anécdota no es lo principal, es la forma en que acomoda los elementos para que el lector participe en la historia, el detalle con que se distrae agregando elementos a la línea principal y que en el cierre de cada texto, como quien encaja la pieza del rompecabezas que todo el tiempo estuvo ahí, da profundidad al carácter de los personajes… pero igual estoy cayendo en los lugares comunes de los que me quejo.


 

Ruido blanco

Una imagen que guardo de la infancia y que con el paso del tiempo resulta más difícil explicar a las generaciones es el momento en que las televisoras dejaban de transmitir y tras las barras de colores que anunciaban el final de la programación, en la pantalla aparecía de lleno el ruido blanco, la imagen en blanco y negro, sin sentido de un televisor cuando ya no sintoniza ningún color. No la “nieve” que de vez en cuando caía sobre alguno de los programas, sino el furibundo desplazamiento de puntitos y el ruido de la estática.

La imagen y el sonido eran hipnóticos, la película de Tobe Hooper que en México se llamó Juegos diabólicos (Poltergeist), al menos el cartel en el que la niña aparece con las manos extendidas sobre la pantalla del televisor, sirven para confirmar esa fascinación; la leyenda urbana nos hacía interpretar ese agitar de puntos hasta encontrar algo, atender el zumbido hasta descifrar una conversación. En más de una ocasión el reto fue permanecer frente al ruido blanco de la televisión hasta encontrar “algo”; sugestionados, invariablemente se hallaba algo que movía al miedo.

Una definición más simple del ruido blanco es la basurita que aparecía cuando se acababa la televisión. En ambas, lo cierto es que esa combinación de puntos y rumor eléctrico, no sirve de nada, no dice nada, se necesita ser muy obstinado para traducir el azar en algo concreto.

 

Conecte los puntos

Nuestro intercambio en redes sociales, porque hemos perdido la costumbre de escribir cartas a desconocidos, por la brevedad a la que obligan, por la rapidez en la respuesta que demandan (elija el pretexto que quiera) están llenando de ruido blanco nuestras conversaciones y contaminando la capacidad de interactuar con el otro a partir de reconocer que no todo son extremos, que las distintas visiones del mundo caben en las multiplicación de los colores o los matices del gris.

Es tan volátil nuestra capacidad de atención, que hemos reducido las opiniones a un sí o no, a un estar a favor o en contra; no queremos ser escuchados, demandamos que nos den la razón, en ese sentido, no es extraño que no exista un botón de No Me Gusta en Facebook, es más simple coincidir sin explicar en el agrado, o que Twitter se limite al retuiteo, no es necesario agregar nada, si lo reenvías es que estás de acuerdo.

Al parecer hemos reducido la capacidad de establecer relaciones con el otro a un simple conectar los puntos para formar la imagen que se nos dicta, sin posibilidad de error; sí, siempre ha sido así en mayor o menor medida, lo que llama la atención es que ahora los puntos no son una referencia, invariablemente implican una sentencia que te coloca en los extremos. Conmigo o contra mí, a favor o en contra, aliado o enemigo… ¿de qué?, cada vez importa menos.

 

Coda

Todo el mundo en la colina comenzó a gritar: “¡Paren el arrastre! ¡Párenlo! ¡Paren!” Pero no había nadie allí para pararlo. Los chillidos de Anne eran roncos y terribles, y cuanto más se esforzaba por soltarse de la cuerda, más violentamente la arrojaba ésta contra el suelo. El espacio y el frío parecían amortiguar las voces —incluso la angustia de las voces—, que se elevaban pidiendo que pararan el arrastre. Los gritos de la niña fueron desgarradores hasta que la rueda de hierro le partió el cuello.

Los Hartley salieron para Nueva York ese mismo día, cuando hubo oscurecido. Conducirían toda la noche detrás del coche fúnebre. Varias personas se ofrecieron a llevar el volante, pero Hartley dijo que quería conducir él, y su mujer también parecía querer que él lo hiciese. Cuando todo estuvo a punto, la afligida pareja atravesó el porche, mirando en torno a ellos la desconcertante belleza de la noche. Hacía mucho frío, el cielo estaba despejado, y las constelaciones brillaban más que las luces del hostal o del pueblo. Él ayudó a su mujer a subir al coche, y después de ponerle una manta sobre las piernas, emprendieron el largo, largo viaje.

De Relatos I, John Cheever.

Avancé hasta el final de la historia, satisfecho me detuve, fui conectando los puntos del relato, interpreté, participé de la historia… creo que leí bien, al menos para mi gusto. El cuento fue creciendo en la memoria, fue más placentera la lectura. La posibilidad de iniciar una conversación, se topó con el ruido blanco de la solapa.

@aldan

 

 


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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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