El Águila Era / Fernando Aguilera Lesprón
Sin duda a veinte años del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, se ha convertido en el nombre que muchos priístas pronuncian en sus discursos, sin llegar nunca a ser o hacer lo que el hombre que era Colosio hizo y quiso ser.
Baste pues con una revisión (si se quiere superficial) de aquel discurso pronunciado por el novo héroe tricolor el 6 de marzo de 1994, para ver que a la vuelta de los años, las ideas del sonorense no se han convertido en verbo en el país.
Hoy por hoy no se ha transformado la política para cumplirle a los mexicanos a pesar de la alternancia de partidos en la presidencia de la república y de los municipios, las mayorías de oposición en las legislaturas locales y no se ha fortalecido y respetado las atribuciones del Congreso Federal.
A pesar de las reformas no se ha logrado hacer que el sistema de impartición de justicia sea justo y se convierta en una instancia independiente de la máxima respetabilidad y certidumbre entre las instituciones de la República.
No se ha llegado la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad.
Ahora más que nunca se ven candidatos que, al ser postulados, los primeros sorprendidos en conocer su supuesta militancia, son los propios priístas.
Aún se ve un México de campesinos que no tienen las respuestas que merecen. Sigue siendo un campo empobrecido, endeudado, a pesar de ser un campo con capacidad de reaccionar, de rendir frutos si se establecen y se arraigan los incentivos adecuados.
Se sigue viendo un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan; pero también un México de trabajadores que se han sumado decididamente al esfuerzo productivo, y a los que hay que responderles con puestos de trabajo, con adiestramiento, con capacitación y con mejores salarios.
Los jóvenes que vio Colosio enfrentar todos los días la difícil realidad de la falta de empleo, aun hoy los hijos de esos jóvenes no siempre tienen a su alcance las oportunidades de educación y de preparación. Jóvenes que muchas veces se ven orillados a la delincuencia, a la drogadicción; pero que cuando cuentan con las oportunidades que demandan, participan con su energía de manera decisiva en el progreso de la Nación; aun no los hemos dejado hacerlo.
Sigue siendo pues un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.
Vemos a ciudadanos angustiados por la falta de seguridad, ciudadanos que merecen mejores servicios y gobiernos que les cumplan; los mexicanos aun son ciudadanos que tienen esperanza y que están dispuestos a sumar su esfuerzo para alcanzar el progreso, pero que siguen sentados en el sofá en la pasividad sin reaccionar ante los injusticias cada vez más cercanas a ellos.
No se han traducido las buenas finanzas nacionales presumidas por los gobiernos, en buenas finanzas familiares.
Poco a poco regresamos a la soberbia del centralismo, sin apoyar decididamente al municipio.
Seguimos esperando la hora (y las ganas) de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida del país; a que sea la hora del poder del ciudadano. A que llegue la hora de la verdadera democracia en México; la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el abandono de nuestras comunidades.
Seguimos viendo el México, que vio Luis Donaldo.