Me ha llamado poderosamente la atención el calificativo atribuido a Octavio Paz, como “el hechicero de la palabra”, sobre todo que se da en el contexto del centenario de su natalicio, a cuyo evento concurren los actores de mayor peso social en la cultura mexicana, pero cuya participación se extiende a los más notables agentes de la cultura universal. Evento, por consiguiente, nada menor en el mundo global de las letras.
Ese calificativo emparentado con la magia, el misterio, lo trascendente, la eternidad, en boca misma de Octavio Paz se atribuye esencialmente a la Poesía. La poesía es misterio, decía en una conversación con los más connotados poetas del mundo, en el año 1975; un misterio como el agua. El agua está cada día, es transparente y sirve para beber; así es la poesía, un misterio cotidiano; una transparencia cuyo esplendor se da en un instante… a la vista de un crepúsculo, de un árbol, ¡de una pared! Sucede cuando el tiempo se detiene en un instante, y esta experiencia que el hombre vive con asombro, es una participación de la eternidad. Y todo esto gracias a dos potencias que tenemos todos los hombres: la imaginación y la memoria.
No cito textualmente las palabras de Octavio Paz, las he evocado desde su inigualable conversación. Pues bien, estamos en que el poeta de México se hace presente ante nosotros en este año de 2014, precisamente mediante nuestra memoria y nuestra imaginación. ¡Cómo acarició, tejió, hilvanó, acomodó graciosa e imaginativamente las palabras! Como para sorprendernos y maravillarnos hasta conducirnos a la puerta universal que es la Palabra, puerta que conecta al Universo con la eternidad. A Paz le resultaba esfuerzo inútil e infructuoso querer adivinar el futuro, pero sí otorgaba a la palabra el poder de conectar con la eternidad. Recordemos aquella definición del clásico Boecio: “Interminabilis vita tota simul ac perfecta posessio” (la posesión perfecta y simultánea de la vida interminable).
Indaguemos un poco sobre eso de “hechicero”. No se trata de un mero eslogan publicitario, como tampoco de un “punch line” profundo y afortunado, como final de un gran chiste o de un grave pensamiento; se trata de una referencia explícita a la grandeza primordial de la palabra.
Nos hace remontar al año 427 a.C. cuando Gorgias, embajador de Leontinos, embelesó a los atenienses con su palabra embellecida y cautivadora. Allí, en Atenas, asistiríamos al origen del manantial más puro de la Oratoria. Sabemos que este momento mágico tuvo como antecedente en la ciudad de Siracusa, la aparición de un tratado llamado Téchné -de la Oratoria Judicial-, atribuido a Tisias y su maestro Córax, hacia mediados del siglo V a.C., para quienes el arte de la Retórica se define como: “la artesana –téchné– de la persuasión”; y cuya construcción tiene nacimiento en Sicilia y se practica primariamente como oratoria judicial.
Córax y Tisias, entonces, son tenidos como los creadores de los preceptos de este arte; el primero estableciendo las 3 partes de un discurso: Proemio, agón -pugna, término jurídico- y epílogo. Que luego Tisias amplió a 4 elementos: Proemio, narración, argumentación y epílogo. No obstante este gran consenso de la antigüedad, a quien se ve como el auténtico padre de la elocuencia primordial es a Empédocles, a quien se conoce como taumaturgo, hechicero (góes) y médico, de finales del siglo V a.C. La palabra “demiurgo” era explícitamente aplicada al profesional de la medicina, que en su persona conectaba directamente con la Filosofía, y que toma como base al ser mismo del hombre; por ello se le asigna una calidad de “mago” o hechicero, y por cuyas intervenciones prodigiosas se le reconoce como “obrador de milagros” -taumaturgo. Finalmente, es a Gorgias que se tiene como discípulo de Empédocles, bajo cuya influencia, Córax y Tisias proponen la más acabada definición de la Retórica como “peithous demiourgós”, la Artesana de la Persuasión.
Difícilmente podemos superar, en la actualidad, una definición tan perfecta sobre la teoría de la elocuencia y el arte de la retórica. Y gracias a estas fuentes primordiales del arte de la Palabra, es que ahora podemos entender una referencia tan clara como precisa a aquel cuya dedicacióan principal consiste en el recurso a la Palabra, y que lo hace de la manera más pura y acabada cuya expresión suprema es la Poesía.
Recurriendo a este antecedente, se hace plenamente verosímil que a Octavio Paz se le reconozca, en su oficio y dedicación vital de poeta, como un verdadero “gôés” hechicero o mago de la Palabra. Simplemente atisbar a lo vasto de su obra literaria, en la que se mueve con gran soltura de la poesía, al ensayo, a la narrativa, a la conferencia, a la conversación, a la entrevista culta, a la crítica del Arte, a la religión, a la política, a la Historia, a la edición literaria, al periodismo cultural, etc., nos convence profundamente de su saber y hablar elocuente, eminentemente persuasivo, seminal, creador de significados imperecederos y perdurables como su poesía, verdadera puerta universal abierta hacia la eternidad. Ese esmerado cuidado por la palabra hablada y más aún la pasión y dedicación artesanal por la palabra escrita, hacen de Octavio Paz un artesano de la persuasión inteligente, pero sobre todo mágicamente bella.
Razones o argumentos de más, que brindan alta probabilidad y verosimilitud a su calificativo como “Hechicero de la Palabra”. Así lo imaginamos, así lo recordamos.