Hace más de treinta años los países más desarrollados del planeta decidieron sacar de sus respectivos territorios a la industria, con el fin de fortalecer las actividades económicas que más utilidades generan: patentes, marcas, licencias y servicios en general. Desde la década de los años ochenta, la industria se ha ido desmantelando en los países que lideran el desarrollo económico global para trasladarse donde la mano de obra es más abundante y barata. Allá donde los gobernantes de los países subdesarrollados se desviven por tomarse la foto con los capitanes de la industria extranjera para regodearse con la creación de empleos que de otra manera no sabrían generar. A cambio de instalar sus plantas fabriles en aquellos países, las empresas que lo hacen, reciben toda clase de prebendas y concesiones que ni por asomo se las podrían haber dado en las mejores épocas de industrialización los gobiernos de sus países de origen.
Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), entre 1993 y 2013 se cuadruplicó en México el valor de la producción de automóviles y camiones. La cantidad de personas ocupadas en el sector, se duplicó durante el mismo período, por lo que se deduce que la productividad por persona ocupada es ahora dos veces mayor que hace 20 años. Sin embargo, las remuneraciones al personal ocupado han permanecido prácticamente sin cambio -en términos reales- durante estos dos decenios (INEGI. La industria automotriz en México 2013. Serie estadísticas sectoriales. 2013). Puede observarse el mismo fenómeno, aunque en diversas proporciones en todo el sector manufacturero de nuestro país: el aumento en la producción que refleja aumentos en la productividad no repercuten en mejoras salariales. Incluso hay subsectores como la fabricación de prendas de vestir, de productos de madera y muebles, por ejemplo, que registran caída en su producción y además una reducción en las remuneraciones al personal ocupado.
Desde hace ya varios lustros la riqueza ya no la produce la industria: al menos no la produce una industria desligada de conexiones entre crecimiento y equidad. El poder adquisitivo en detrimento constante es un grave reto para los gobernantes de los países en vías de desarrollo. El buscar el desarrollo económico casi exclusivamente a través del modelo industrializador, cuya actividad no se relaciona con factores endógenos -riqueza y factores propios del lugar-, construye un grave error de política pública de los gobiernos de países menos desarrollados. Al hacerlo así replican la locura de hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes, o sea, esperar un desarrollo económico que en décadas no se ha dado ni se dará por esa vía.
Los especialistas en el campo del desarrollo local coinciden en pensar que en lo local y, más específicamente, en el impulso a procesos de desarrollo local sería posible encontrar fuertes conexiones entre desarrollo económico y desarrollo social cuando la actividad económica tradicional se integra, se adapta y se funde con las de la actividad global. En concreto, una respuesta efectiva para el ejercicio de un buen gobierno local, en el contexto de la actual economía mundializada, no está en querer imponer la actividad industrial de otros en territorios en los propios. El desarrollo comienza adaptando -articulando- los procesos productivos propios a las actividades con mayor dinamismo global, aprovechando la oportunidad que brindan las tecnologías de la información, la microinformática y las comunicaciones.
Para el desarrollo integral de una localidad recobra importancia el aprovechamiento de los recursos locales propios (endógenos) expresados en sus potencialidades culturales, institucionales, económicas, sociales y políticas para el desarrollo de sistemas territoriales innovadores y competitivos. Las localidades y regiones de México, al igual que las de América Latina y el Caribe, pueden aprovechar las habilidades de los actores públicos y privados locales promoviendo su articulación antes de insertar una nueva industria foránea, para la cual ninguna actividad tradicional está preparada a surtir.
Durante mucho tiempo se sostuvo que en la presente economía internacionalizada, los esfuerzos de desarrollo desde abajo eran difícilmente efectivos. Sin embargo, desde la década de los noventa, existen varias iniciativas locales que demuestran que estos esfuerzos junto al compromiso poblacional al nivel local y regional, son factores esenciales de programas nacionales de recuperación económica. La adaptación de las economías locales para el mejor aprovechamiento de la globalización no ha sido fácil.
Los desafíos que enfrentan nuestros gobiernos locales para la articulación con la dinámica mundial en el orden económico, social, ambiental, político e institucional se ven agravados por la velocidad y magnitud de los cambios provocados por las nuevas tecnologías, la información y el conocimiento. Los gobiernos locales que resultan exitosos son aquellos que tienen capacidad de levantar la vista de los problemas urgentes y cotidianos para poder ver a futuro.
Una visión de futuro debe ser estructurada, realista y transformadora; debe ser más que una reproducción del pasado y una extrapolación lineal del presente. Una visión debe explorar alternativas de cambio e innovación frente a las estructuras actuales, sin que ello equivalga a plantear quimeras, ilusiones o sueños extravagantes.
Pero una visión de futuro conservadora, que no se traduzca en proyectos de futuro innovadores, verosímiles, pertinentes y coherentes, corre el riesgo de reproducir un estado insatisfactorio de las cosas. Por eso mismo, debe considerar como fundamental la transición hacia una sociedad y una economía de conocimiento, un factor sin el cual no puede entenderse la transformación del mundo contemporáneo.
Basados en la experiencia en varias regiones de América Latina, una economía local, como cualquiera de las nuestras, puede cambiar su estructura productiva y sus capacidades sociales si deja a un lado políticas asistencialistas que perpetúan la pobreza y se autocomplacen con nuestros atavismos sociopolíticos. Cualquier localidad o región puede remontar el subdesarrollo cuando reconoce su potencial de innovación, la necesidad de coordinar sus políticas públicas y evaluar su desempeño con estándares internacionales más exigentes.
@jlgutierrez