Prohibir y transgredir / Ricardo Esquer - LJA Aguascalientes
13/04/2025

Nuestro censor trabajaba sobre los sueños, ardiendo de intolerancia a lo diferente, convirtiéndolo en pesadilla. Pero todo se desvanecía al sonar la alarma. Un día, el fabuloso dinosaurio volvió a aparecerse en la vigilia, esta vez con buen talante. Teníamos un gobierno municipal presentable. Cubierto el ciclo, se cumplió la voluntad electoral de la alternancia. El gallo cantó trescientas veces. No abrimos los ojos hasta que nos dijeron que los recién llegados habían prohibido los tatuajes. El gallo cantó tres mil veces en el altavoz de las redes sociales, estremecidas de indignación. Los inconformes se hacían lenguas, la vergüenza cubría las partes apenas ayer motivo de orgullo para la ciudad. Sin embargo, soñábamos que habíamos despertado. Al primer canto del gallo se deshizo el rumor de la prohibición, que nunca tuvo más fundamento que un comentario del titular de seguridad pública sobre el hábito de tatuarse entre los delincuentes. Lo demás apareció en el camino, añadido por los malintencionados o desinformados voceros, ansiosos por desprestigiar a las nuevas autoridades o por participar en la popular tradición del chismorreo y la burla.

Además de los prejuicios y opiniones estereotipadas de siempre, el episodio puso en evidencia el temor al retroceso entre cierta ciudadanía, motivado por genialidades previas como querer pavimentar la Línea Verde. Aunque la insensatez fue corregida de inmediato, la declaración alertó a la población contra la arbitrariedad y el autoritarismo, en defensa de los beneficios que el parque ofrece para todos. Con ese antecedente, en el ánimo quedó la ambigua sensación de lo fácil que resulta poner lo alcanzado bajo amenaza mediante el rumor y lo difícil que resulta desbaratar esos logros cuando tienen bases firmes. La participación ciudadana construye una de esas bases y se vincula con la transparencia en su relación con el gobierno en tanto que requiere y genera información pública confiable. De ahí la importancia de contar con criterios para medir la calidad de los contenidos que fluyen por las redes, y de que los usuarios los conozcan, sobre todo cuando se refieren a cuestiones de interés público. En el contexto reformista promovido por el gobierno federal, las restricciones pueden contener tendencias no deseadas, como el maltrato a causa del nombre que en Sonora pretenden combatir con una lista negra; pero también puede afectar derechos fundamentales, como las modificaciones legales que facultan al Indautor para investigar presuntas infracciones sin necesidad de “agotar ningún procedimiento ni acción previa”, en nombre del combate a la piratería y en defensa del derecho de autor.

Siglos de poder pastoral han dotado a nuestra cultura de juegos de prohibición y transgresión, de apariencias y ocultamientos. Tal vez por eso, en broma y en serio, se ha propuesto prohibir los libros y la lectura para que la gente lea y forme bibliotecas, con la certeza de que la vida colectiva se complace en transgredir la mayoría de las prohibiciones vigentes porque sencillamente resultan absurdas. Esto no hace de las personas delincuentes o libertinos; simplemente da cuenta de la vitalidad de sociedades que, como ciertos sectores de la michoacana, sabe regularse por sí misma en condiciones adversas y aliarse con las autoridades desde posiciones independientes para protegerse contra los criminales organizados. Trágicamente, en la misma medida en que se dan muestran de capacidad de autorregulación con propuestas de leyes que la reconocen, como las relativas al aborto o el consumo de mariguana, crece en otros la tentación de convertirnos en pinochos con sesos de aserrín o zombis entrenados para realizar genuflexiones y otras acrobáticas maniobras.

Pecaría de ingenuo quien ignorara la fuerza del conservadurismo en la sociedad regional. Pero la ciudad también ha hospedado corrientes innovadoras provenientes de todos los puntos cardinales. Entre la tradición y el cambio, las respuestas han variado con la posición de cada grupo social en el conjunto. En los veinte y treinta del siglo pasado, la cultura obrera tenía su contraparte en los círculos culturales católicos. Ambos pretendían inculcar entre los trabajadores valores conforme a sus respectivas doctrinas: socialista o anarquista frente al catolicismo social militante. También entonces había juego sucio, si bien los palos se daban con maderos reales y contundentes.

En Economía de la Edad de Piedra (Akal, 1977, 2a. edición, 1983, p. 69-70), Marshall Sahlins postula la tesis de que nuestros ancestros picapedreros carecían del sentido de la productividad y el rendimiento que tanto nos agobia. Invertían el menor tiempo y esfuerzo posible en la caza y la recolección, lo que les dejaba libre muchas horas para dedicarlas a la haraganería. Las mujeres de una isla en Fiji, cita, tienen como “principal ocupación (…) el chismorreo”. Si le creemos, podemos presumir que por esa característica reconoceremos a aquellos de nuestros contemporáneos que todavía viven en el paleolítico. Y esperan la menor provocación para usar sus garrotes contra su presa.

conlavara_quemidas@yahoo.com.mx

 


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