Ya le voy a bajar. Se dijo a sí misma esta cocinera. Y es que ¡Oiga Usted! Habían sido varios días de disfrutar de la comida, sin regular los ingratos de carbono. Así que por recomendación de mi fino amigo Xo Aguirre, me fui a un comedor vegetariano ubicado en calle Emiliano Zapata, esquina con Libertad, en el centro de esta ciudad capital.
No le voy a mentir. Decidí ir al comedor vegetariano, con el mismo ánimo que le daba a uno tomarse una cucharada del famoso aceite de hígado de bacalao que las madres de antaño le sambutían a uno en la boca, antes de ir a la escuela. Pero ¡Oh, sorpresa! Además de una fresca variedad de verduras crudas y cocidas de la barra de ensaladas, me esperaba un guiso, guisado o estofado como quiera Ud. llamarle, de carne de soya en mole de pasilla. ¡No tiene Ud. idea qué delicia! Yo no sé cómo espesaron el mole de pasilla, pero tenía una extraordinaria consistencia y un sabor a mole ranchero sin igual. Pero ahí no paró la cosa porque luego llegaron las chimichangas norteñas, un bocadillo similar a lo que los hidrocálidos conocemos como burritos. Estas chimichangas naturistas estaban rellenas de queso -de soya por supuesto- con champiñones y pimientos rojo, amarillo y verde. ¡Yomi, yomi, yomi! Pensaba yo, mientras cada mordisco aderezaba con una salsa bien picosita. Y pues mire Usted, para no hacerle la reseña larga, rematé con un pan de avena y almendra. Pero no de esos productos integrales con consistencia seca y rasposa ¡No! Este panqué era de color rosado y consistencia esponjosa y suavemente humectada, con una costra crocante ma-ra-vi-llo-sa. Para cerrar, un café hecho a base de trigo, tan calientito que se antojaba beber más y más.
El único problema de mi comida “para bajarle” en el comedor vegetariano más antiguo y típico de la Ciudad, es que a lo único que le bajé fue al bufete que ahí se ofrece. ¡Ni hablar!
Siguiendo con el plan de bajarle, esta cocinera política se fue a caminar después de degustar una opípara comida vegetariana. Ha de saber Usted ¡Oh lector y lectora! que la de la pluma no posee un automóvil propio, con el fin de ejemplificar a la familia que basta con un automóvil por casa. Así que mis medios de transporte habitual son los públicos y… la caminata. ¡Ah, cómo camina esta cocinera! y en esta ocasión, que mi organismo amenazaba con una vegetariana congestión alimenticia, era obligado apearse. Así que la emprendí rumbo al Jardín de San Marcos y más allá. ¡Oh segunda sorpresa de la tarde! El andador J. Pani des-pe-ja-do. ¡Se lo juro! Libre de sillas y mesas plegables, libre del ruido estridente de música antrosa, libre de chicos y chicas con cerveza o trago en mano ¡En fin! Libre para ser el paseo familiar y provincial que conocimos y creímos perdido. Así que gracias al Inge Toño Martín del Campo, no sólo yo “bajé” el comilón vegetariano; sino que los comerciantes que mandaban y dominaban en el tradicional andador, le bajaron a sus pretensiones jaraneras y se avinieron a la vocación familiar de la calle J. Pani. ¡Bien por J. A. Martín del Campo y por el Ayuntamiento 13-15!
Espero estimado lector y apreciable lectora, bajarle a la conversación sobre cocina y subirle a la de política en el próximo espacio. Pero no le prometo mucho, porque el ambiente político en Aguascalientes, continúa provocando el mismo entusiasmo que aquella cotidiana y mañanera cucharada de aceite de hígado de bacalao de la niñez.
Recuerde que en esta su cocina, se come, se estudia, se lee y conversa de todo… especialmente de política.