El mejor medio de socorrer la mendicidad y la miseria es prevenirlas y atenderlas en su origen y nunca se puede prevenir si no se proporcionan los medios para que se busque su subsistencia
Manuel Belgrano
Alguien me dijo que cuando se pide algo a otra persona estamos realizando un acto supremo de humildad, y realmente lo creo, porque la soberbia tiene que agachar la cerviz y nos obliga a reconocer que siempre necesitamos de otros en algún momento de nuestra vida. Sin embargo, en esa categoría no puede entrar la mendicidad, ya que en este caso se trata del acto más bajo al que puede llegar un ser humano, además de ser una vergüenza para los gobiernos o la sociedad que la han provocado.
Parece que esta actividad es una constante en todos los estados del país. Hay de todo tipo y en todas las formas posibles. Todos hemos visto a saltimbanquis que seguro pertenecen al circo de turno y que aprovechan su tiempo libre para ganar algún dinerillo extra. Nos golpea la imagen de los indígenas que no pueden fingir su miseria y que seguramente están siendo explotados por gente sin conciencia. Nos entristece la explotación que algunas familias hacen de sus discapacitados, como si de un producto se tratara y los acerca a los coches para inspirar lástima. Vemos enfermos aparentes o reales, que con recetas médicas en mano piden limosna para comprar medicinas.
Una de las visiones más tristes de la mendicidad son los ancianos, sólo superada por la de los niños. Ellos caminan muy despacio, y su lento desplazamiento apenas les alcanza para llegar a un par de coches, y cuando lo hacen, los conductores han tenido tiempo de cerrar su ventanilla y miran convenientemente a otro lado. A todo ese ejército de “pordioseros”, palabra que deriva de la frase: “una limosna por Dios”, hay que sumar la aparición de una nueva forma de mendicidad, ser inmigrantes. Estos hombres, casi todos jóvenes que van de paso hacia el norte, ahora les rodea un aura de romanticismo gracias a ciertos medios que se han dado a la tarea de hacer apología de su situación. Los limpia-parabrisas son punto y aparte, pero al final todos piden. Es la cultura de la mano extendida y la variedad que adquiere es infinita.
No sé si son necesidades reales, formas de ganarse la vida o se trata de explotación descarada de seres vulnerables que están a nuestra vista y que la sociedad empieza a soportar con cierto fastidio y mucha indiferencia. Unos sacan su brazo por la ventanilla para regalarles unas monedas, al tiempo que piensan o comentan que es mejor tenerlos en el semáforo que cometiendo actos ilícitos, como si sólo tuvieran esas dos opciones en la vida. A otros les mueve la piedad cuando dan limosna, limpiando en el acto esa sensación de culpa ante una miseria tan evidente.
Sin embargo, lo que más indignación debe provocarnos es la mendicidad infantil. Una imagen recurrente, que parece replicarse en todas las ciudades de México, es la de la anciana indígena que pide en los cruceros cargando en su rebozo a un niño que parece dormir eternamente. Otra imagen que se repite es la de los niños que, sobre todo en vacaciones, pululan entre los coches pidiendo “calaveritas”, “su navidad” o “pa’ un taco”. Niños que hacen malabares con frutas o piedras, que pretenden limpiar el coche o simplemente miran con ojos tristes mientras alargan su mano, arriesgando su vida entre enormes camionetas que a duras penas logran verlos. Algunos ofrecen una cajita de chicles, pero cuando ven que no compran piden directamente su limosna. Se están iniciando en el mundo de la mendicidad, se están volviendo profesionales.
Los niños se han vuelto el tesoro más valioso de la explotación familiar. Nos contaba una señora que, como ella ya era mayor y no podía tener hijos, su esposo estaba teniéndolos con sus hijastras para no perder los apoyos oficiales. Pedir y recibir. Pedir y volver a pedir de diferentes formas, en cruceros, en el día a día de la pobreza de sus barrios marginados y chozas miserables, vendiendo a sus propios hijos, alquilándolos para explotación sexual o bien llevándolos a audiciones y castings de programas televisivos, donde harán el papel de adultos para deleite de pedófilos. El caso es fomentar la cultura de la mendicidad y perder en esta actividad su dignidad como personas.
¿Qué hacen los gobiernos ante esta situación? Elaborar planes de desarrollo con programas que erradicarán la pobreza y la explotación infantil, para luego finalizar con pobres resultados y darle el bastón de mando al que sigue, quien también enarbolará las mismas banderas y así por siempre jamás. ¿Qué hace la sociedad ante esta aberración? Mirar sin ver o elaborar textos tan hermosos como los que aparecen en la Declaración de los Derechos del niño: “El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata. No deberá permitirse al niño trabajar antes de una edad mínima adecuada; en ningún caso se le dedicará ni se le permitirá que se dedique a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o su educación o impedir su desarrollo físico, mental o moral”. Pero ¿quién los protegerá y velará para que este bello principio se cumpla?
@petrallamas